Los tatuajes de Julieta

4 - El papelito de Julieta

Es una mañana soleada de sábado, día libre de escuela. Marco tiene todos sus deberes terminados y se está dando un duchazo con el cuadrito de papel de Julieta afuera creando una tensión extraña sobre él. Parece que respirara, que tuviera vida propia y le susurrara. En su desván tiene baño propio, algo pequeño, pero con la puerta abierta logra ver el vacío de su lugar personal invadido con el aroma de Julieta en el papelillo.

—Ahí estás… — sale mojado con su toalla bien puesta como si pudiera verlo Julieta a través del cuadrito de papel.

Se sienta en la cama y es sorprendente lo tentado que está a mirar en su interior justo cuando está “solito y desnudo”. No desea abrirlo, hay una extraña emanación subliminal en ese papel, Julieta quiere que lo abra, ella lo dejó para hechizarlo sin lugar a dudas, no obstante, el aroma seductor de ese hechizo no deja de pasarle por la cabeza. ¿Qué quiere decirle una jovencita tan peculiar en un papel como ése. Aunque no huela particularmente a algo distinto de sus cuadernos viejos y tinta, siente que suelta un aroma a ella.

—Será en otro momento. — lo colocó sobre la mesa y se vistió con agilidad, emocionado por poder salir con sus amigos.

Tienen una cita de lo más divertida yendo a caminar a una reserva natural a la que puedes llegar en teleférico por poco dinero. Prepara una buena cámara fotográfica y se organiza la pinta de caminata. Hay una loca idea de impresionar a Marcela después de ya saber a ciencia cierta que le gusta, pero no quiere conquistarla. Es un sentimiento de esos que surgen por el mero capricho de saber que hay alguien deseándote, que sueña contigo y de alguna manera resultas ser su tentación.

Baja a eso de las diez de la mañana y se sienta con su morral a la espalda con todo lo necesario: botiquín, bebidas, comida extra porque sabe bien cómo es Fabio. La cámara cuelga en un pequeño bolsito cuadrado que parece más para el lunch.

—¡Tarde mano! — grita a Fabio que llega en su Renault 9 de segunda, comprado con esfuerzo por una mamá odontóloga que trabaja duro para darle a su hijo lo mejor.

—¡Qué pena con su majestad! — le responde Fabio mientras Marco sube al auto.

—Hágale a ver si no perdemos más de la mañana.

—Bueno, va.

Marcela aguarda también hace como una hora, junto a la mata de sábila que cuelga al lado de una figurilla de la virgen del Carmen. La mamá la mira desde el comedor con una sonrisa en los labios.

—Relájese mamita que ya no demoran. — sorbió café endulzado con panela. — y mucho cuidado por allá con esos dos.

—Tranquila mamá que nos va a acompañar otra amiga.

—No pues, que alivio… otra adolescente responsable de la seguridad de mi hija. — comentó con tono hilarante su madre.

—Ay mamá…

Apareció intempestivo el ronco pito de Fabio, como si el carro estuviera expectorando. El corazón de Marcela se sobresalta y se da una cuidadosa acicalada mirándose al tradicional espejillo junto a la entrada. Respira hondo para poder encontrarse con el objeto de su amor, Marco. Y al abrir, a quien se encuentra es a Fabio listo para recibirla en la puerta.

—Hola… ¿y Marco? — lo busca con la mirada.

—Está ahí en el ca… — Marcela salió despilfarrando ilusión hacia el auto.

Marco esperaba apoyado sobre el vehículo y sostenido con las piernas cruzadas. Se estaba comiendo una empanada y saludó con cortesía vaga pero seductora a Marcela. No emitió una palabra, pero ella quedó feliz de verlo como nunca. La idea de estar con él a solas la llenaba de ansias.

Fabio subió a su flamante vehículo y su mejor amigo al lado en el asiento del copiloto. Salieron al viaje y Marco inició conversación:

—¿Jimena llega allá?

—Sí, eso me dijo. — respondió Marcela.

—¿Y por qué no la llama y le dice que la recogemos? ¿No es mejor?

—Espérate le escribo un mensaje…

Marcela sacó el Smartphone y mientras ella escribía, Marco la miraba de reojo. Su cabello ondulado, negro y perfecto nacía para pasar un mechón que tapaba la mitad de su rostro. Agachada así, acomodando su cabello sobre la oreja se veía muy atractiva.

—Jhum…

—Sí, ya sé… — adivinó Fabio. — distrae la muchacha. — mencionó en voz suficientemente baja para que Marcela no lo escuchara.




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