El olor salobre del mar y la brisa fresca que acariciaba la piel de la chica contrataba con el dolor ardiente que todavía palpitaba en su espalda. Despertó con un quejido ahogado, sintiendo el cuerpo pesado y adolorido. La luz cegadora del sol la obligó a entrecerrar los ojos mientras intentaba orientarse. Ya no estaba en el Reina del Mar, ni en su amado barco, La Tempestad Roja.
—¿Dónde diablos estoy? —murmuró con la voz rasposa mientras intentaba levantarse del catre rudimentario donde yacía. El balanceo sutil del suelo bajo ella le indicó que seguía a bordo de algún barco.
Con esfuerzo, logró ponerse de pie, sintiendo un tirón en sus músculos tensos y las heridas que cubrían su cuerpo. Todo lo que había sucedido volvía a su mente con la claridad de un relámpago: la traición de Drake, la explosión de su barco, el caos. Había sobrevivido por pura suerte… o por la intervención de alguien. Y esa pregunta la inquietaba.
Descalza, se dirigió hacia la escotilla que conducía a la cubierta. Afuera, el sol del mediodía resplandecía sobre las aguas azuladas, pero lo primero que captó su atención fue el barco. No era el suyo, pero tampoco pertenecía a Drake. Este era más grande, sus velas blancas ondeaban al viento y la tripulación, ocupada en sus quehaceres, ni siquiera reparaba en ella.
Aún confusa, Scarlett avanzó, observando los detalles del navío. Aunque no era una experta en construir barcos, sabía lo suficiente para notar que este era diferente: más moderno, no obstante, igualmente letal. Los cañones estaban bien mantenidos y la cubierta, aunque ocupada por piratas, no estaba en el caos desordenado que había en otros navíos.
Antes de poder procesar más, una voz grave y conocida la detuvo en seco.
—Parece que la tormenta ha despertado.
La chica giró con rapidez mientras su mano buscaba instintivamente la empuñadura de su espada… pero no había nada. Desarmada, se encontró frente a un hombre que no esperaba ver. Adrian Black, el capitán más peligroso de los mares y uno de sus rivales más antiguos.
Adrian estaba apoyado contra la baranda, observándola con una mezcla de diversión y cautela. Era un hombre alto, de complexión fuerte, con el cabello oscuro cayendo en mechones desordenados sobre sus ojos azules. La sombra de una barba mal afeitada le daba un aire salvaje y peligroso, y su sonrisa de medio lado siempre parecía estar a punto de romper en una risa burlona.
—Black —dijo Scarlett, con la voz llena de incredulidad y algo de enojo. La última vez que lo había visto, casi estuvieron a punto de matarse mutuamente en una taberna de mala muerte y, ahora, de alguna manera, había terminado en su barco.
—Me alegra ver que sigues viva, Tormenta Roja. Pensé que Drake te había despachado al fondo del océano —comentó mientras cruzaba los brazos sobre el pecho y la miraba con esos ojos que siempre parecían evaluar cada detalle.
—¿Cómo terminé en tu barco? —preguntó ella, sin molestarse en saludar. La desconfianza estaba en cada palabra y Adrian lo sabía.
—Mis muchachos te encontraron a la deriva en un bote de escape. Estabas bastante malherida, pero parece que te recuperas rápido, como siempre —se encogió de hombros como si rescatarla fuera algo que hacía por simple aburrimiento.
Scarlett apretó los puños, odiando el hecho de que le debía su vida a Adrian. El hombre era astuto, calculador, y no hacía nada sin una razón oculta. Si la había rescatado, era porque tenía un plan, y eso la ponía en guardia.
—Gracias por el rescate —dijo con tono seco—, pero no soy de las que se quedan en deuda.
Adrian soltó una risa baja. Un sonido profundo que hizo que la piel de la chica se erizara. Esa risa siempre le había recordado a una pantera acechando a su presa.
—No me debes nada, Scarlett. Pero si quieres devolver el favor… hay algo que podríamos discutir.
Los ojos de la muchacha se entrecerraron. No había ninguna intención de quedarse más tiempo del necesario en su barco, no obstante, la curiosidad la carcomía. Adrian no era alguien que se moviera sin un propósito, y si él estaba involucrado en su rescate, debía haber algo mucho más grande detrás.
—Suelta lo que tengas que decir, Black. Mi paciencia es limitada.
Adrian sonrió, y su sonrisa era tan afilada como una hoja. Se acercó lentamente para detenerse justo enfrente de ella. Scarlett se obligó a mantener la mirada fija, sin ceder terreno. El calor del sol mezclado con la cercanía del chico hacía que el aire entre ellos fuera sofocante, cargado de una tensión que siempre había estado presente, pero nunca se había materializado del todo.
—He oído rumores sobre un tesoro en el Mar Prohibido —dijo finalmente, en un tono lo suficientemente bajo para que solo ella lo escuchara. Las palabras parecieron flotar en el aire como una oferta tentadora.
La chica no mostró emoción alguna, pero por dentro su mente se aceleró. El Mar Prohibido. Había escuchado historias sobre esa región del océano, un lugar del que casi nadie regresaba. Sin embargo, la leyenda del Corazón del Leviatán, el tesoro que supuestamente yacía allí, era bien conocida entre los piratas. Controlar ese poder significaría dominar los mares. Y Scarlett sabía lo que podía hacer con un poder así.
—¿Y qué me importa a mí esa leyenda? —respondió con un fingido desinterés. Adrian la conocía demasiado bien. La sonrisa que apareció en su rostro dejó claro que había visto a través de su fachada.