El amanecer llegó rápidamente para teñir el horizonte con tonos rosados y dorados. El puerto de la Isla de las Sombras, que por la noche había sido una guarida de vicios y sombras, ahora despertaba con una calma engañosa. Las gaviotas graznaban sobre las aguas tranquilas, y los primeros rayos del sol iluminaban las velas de los barcos anclados. Scarlett ya estaba de pie, observando desde el muelle mientras los preparativos finales se llevaban a cabo en el barco que los llevaría a través del Mar Prohibido.
El barco de Adrian, La Némesis, era un navío impresionante, mucho más grande y poderoso que el balandro que ella había utilizado para llegar a la isla. Las velas negras ondeaban al viento con una elegancia casi siniestra, y el casco, con su madera oscura, parecía estar tallado con la intención de causar miedo en cualquiera que lo avistara. La tripulación, hombres curtidos por los años y el mar, trabajaba en silencio bajo las órdenes de sus superiores, preparando la embarcación para la peligrosa travesía que les aguardaba.
Scarlett no podía evitar sentir una mezcla de emociones. Estaba tan cerca de su objetivo como nunca lo había estado, pero el precio que debía pagar era alto: colaborar con Adrian Black. Aunque había acordado temporalmente trabajar con él, no se había engañado a sí misma ni por un momento. Sabía que en algún punto, tarde o temprano, él intentaría traicionarla. Lo haría por el poder que representaba el Corazón del Leviatán, ese tesoro mítico capaz de otorgar dominio absoluto sobre los mares.
Se ajustó la chaqueta de cuero y caminó con pasos decididos hacia la pasarela que conectaba el muelle con el barco. Los hombres que estaban en la cubierta la observaron con curiosidad, mas no dijeron nada. La chica no era una desconocida en el mundo de los piratas, y su reputación de mujer letal la precedía. Aunque no llevaba la misma tripulación que antaño, su nombre aún resonaba entre los corsarios como una advertencia de peligro.
En cuanto puso un pie en la cubierta de La Némesis, Adrian apareció desde la escotilla, con su andar despreocupado y esa sonrisa irónica que siempre parecía tener en el rostro. Vestía su chaqueta larga de capitán, con una elegancia que desentonaba con su entorno áspero y salvaje.
—Puntual, como siempre —le dijo él mientras la evaluaba con una mirada que parecía recorrer cada detalle de su aspecto, pero sin ningún atisbo de sorpresa.
—No quiero perder ni un minuto más —respondió ella con el tono cortante—. Cuanto antes partamos, antes llegaremos.
—Esa es la actitud —replicó el hombre con un tono condescendiente que dejaba entrever que encontraba algo divertido en su urgencia. Se acercó a la baranda y miró al horizonte—. El Mar Prohibido no está lejos, pero el viaje será duro. Nadie ha salido de allí ileso. Si es que salen.
—Tú siempre tan optimista —ironizó la capitana mientras se colocaba a su lado. Aunque odiaba la forma en que él disfrutaba del peligro, sabía que Adrian también estaba dispuesto a cualquier cosa por obtener el tesoro. Esa era su ventaja: su ambición era tan grande como la de ella, y eso lo hacía predecible hasta cierto punto.
—Optimismo, pesimismo… da igual. Solo importan los hechos. Y los hechos dicen que tenemos un mapa y una tripulación que no le teme ni a la muerte. Lo que pase más allá de eso, ya lo veremos —dejó escapar una risa baja.
El viento soplaba con más fuerza cuando el barco comenzó a moverse para alejarse del puerto y dirigirse hacia el vasto océano. Scarlett observó cómo las aguas bajo el casco se agitaban, el sonido de las olas chocando contra la madera tenía un efecto casi hipnótico. A pesar de todo lo que había pasado en su vida, el mar continuaba siendo su único refugio, su verdadera libertad. Pero esta vez, la travesía que la esperaba era diferente. Los riesgos eran mayores, y las apuestas mucho más altas.
La tripulación se movía con precisión mientras La Némesis ganaba velocidad para adentrarse en las aguas abiertas. El cielo seguía despejado, pero una sensación de tensión flotaba en el aire. Todos sabía que el viaje que emprendían no era como los otros. El Mar Prohibido no era solo una región geográfica; era un lugar donde las leyendas y las realidades se entremezclaban y pocos lo habían cruzado para contarlo.
Scarlett caminó por la cubierta, observando cada detalle del barco. Era eficiente y estaba bien equipado, lo que no era sorprendente viniendo de Adrian. Para él, la preparación lo era todo, incluso si aparentaba ser alguien que improvisaba. En cierto sentido, ambos compartían esa misma mentalidad estratégica. Siempre pensar varios pasos por delante, siempre anticipando la próxima traición.
—¿Te incomoda? —la voz del hombre la sacó de sus pensamientos. Se había acercado silenciosamente, con esa manera tan característica suya de aparecer cuando menos lo esperabas.
—¿El qué? —preguntó ella sin mirarlo, enfocada en el horizonte.
—Estar en mi barco —contestó con un tono burlón que no ocultaba su satisfacción. Sabía que para la chica, aceptar navegar bajo su mando, aunque temporalmente, era una herida en su orgullo.
—No —lo miró de reojo con una sonrisa desdeñosa en los labios—. Lo único que me incomoda es saber que, tarde o temprano, tendré que ensuciarme las manos contigo.
Adrian soltó una carcajada que atrajo la mirada de algunos marineros, se inclinó hacia ella con el rostro peligrosamente cerca del suyo y comentó: