Apenas Ezra Tremblay salió de la oficina de juntas reinó el silencio.
A pesar de que su cabello se había vuelto grisáceo por culpa de las canas que había adquirido con la edad o las arrugas que ya estaban presentes en su rostro, el señor Ezra Tremblay con más de cincuenta años infundía un terror que ni siquiera su hija Morgan era capaz de superar.
Caminó hasta su oficina pasando por aquellos cubículos que estaban llenos. Pero esto no era pretexto, cuando él pasaba por aquel lugar, todos debían guardar silencio. Era una norma no establecida que todos acataban.
Una vez dentro de su oficina, soltó un gran y sonoro suspiro. Después tomó su computadora portátil de su escritorio y la rabia lo inundó. Entonces la lanzó contra una de las paredes con toda la fuerza que poseía. Al impactarse el monitor se desprendió del teclado y la pantalla quedó hecha pedazos.
Algunos se atrevieron a dar una rápida mirada, pero nadie dijo nada a pesar que todos sabían que significaba aquello.
Ezra acababa de perder otro inversor.
Pateó los trozos de lo que antes solía ser su laptop y caminó hasta el lugar donde tenía una botella de whisky. Vertió un poco en un vaso pequeño y se lo tragó de golpe. Repitió esa acción un par de veces hasta que Virgine llamó a la puerta.
—Oliver Archer está aquí—
Ezra recobró un poco de la compostura que segundos antes había perdido. Miró a la pequeña y delicada rubia que estaba en la puerta de su oficina y prácticamente la devoró con la mirada.
—Pásalo a la sala de juntas del sexto piso y trae alguien para que recoja todo esto—
Virgine no espero a recibir la indicación que podía retirarse cuando salió prácticamente corriendo.
De no ser por qué aquella rubia era una madre soltera de una niña de doce años que la necesitaba; hubiese renunciado años antes. Era un secreto a voces en la oficina, el señor Ezra siempre tenía lo que quería. Por repugnante que fuera, él veía a aquella chica como un trofeo que aún no había puesto sus manos en el. Y esa era la razón por la cual nadie se atrevía a dejar sola a Virgine con el jefe. Todos los días había alguien que se quedará lo suficientemente tarde como para acompañarla hasta que terminará. Siempre un hombre, uno que fuera padre.
Ningún hombre desea que su hija pasé por algo atroz.
Pero Ezra no le importaba aquello. Prácticamente estaba vendiendo a su hija a la familia Archer, obligándola a salir con el hijo de Oliver, Logan.
Su pretexto era que su padre le había hecho cosas peores para conseguir todo lo que habían hecho. Ni por mencionar a su hermano Wallis o a su hermana Quinn. Sobre todo a su hermana, a quién le había obligado a contraer matrimonio con el hijo de un granjero solo para hacerse de sus tierras. Todos habían sufrido.
Tranquilizó un poco su respiración y se dirigió a donde Oliver Archer le esperaba. Lo hizo con un paso tranquilo y decidido, mientras acomodaba su corbata y se aseguraba que el traje que llevaba estuviera impecable.
Oliver Archer era uno de los pocos socios "fuertes" que le quedaban al corporativo Tremblay. Su hermano Wallis junto con su esposa habían salido de viaje en un intento de conseguir un par más. Pero hasta aquel momento no habían tenido suerte.
El señor Ezra le dedicó la sonrisa más grande que pudo apenas vio a Oliver, quien se aproximó a darle un gran apretón de manos.
—¿A qué se debe el placer?—
—No vengo por negocios, tranquilo— el señor Oliver caminó hasta una de las sillas y se sentó, —He venido por asuntos personales—
—¿Si?—
—Mi hijo va a pedir la mano de tu hija el domingo por la tarde— asintió. —Violet ya le había dicho a Florence—
Entonces Ezra sonrió de verdad. No había noticia que en aquel momento le hubiese hecho más feliz. Aquello aseguraba su estabilidad económica, tanto de él, como de su esposa e hijas.
—Vaya, que sorpresa...—
—Queríamos que fuera el sábado, pero al parecer tiene un partido de tenis—
—Sabes que tiene mi bendición—
—No he venido por una bendición— declaró Oliver entre risas. —Vine a advertirte—
Ezra dejó de sonreír y optó por un semblante más serio.
—¿Advertirme?—
—Si, escucha. Sé de primera mano que Morgan se ha estado comportando un tanto indiferente con Logan— asintió un poco y el rubio continuó: —Necesito que hables con ella—
—Así será— recuperó su sonrisa y Oliver rascó un poco su barba. —Tendremos esa pequeña platica—
—No Ezra, realmente necesito que le hagas entender lo que se está jugando con esa actitud de niña santa que está teniendo—
—¿Significa...?—
—¿Tu que crees?—Oliver parecía molesto, —Por supuesto que no ha pasado nada entre ellos, pero Logan es un hombre con necesidades. Morgan no deja de calentar al chico por las noches para después mandarle fotos en pijama de monja—
—Ten por seguro que hablaré con Morgan—
Ezra estaba furioso. Y no por lo que Oliver había dicho de su hija, sino por el hecho de que Morgan se había atrevido a desobedecer, cuando el claramente le había dado la orden de que mantuviera a Logan contento. Costara lo que costara.
Aquella reunión informal no se extendió más. Oliver se fue sin siquiera despedirse.
Y Ezra regresó a su oficina refunfuñando y apretando sus dientes en un intento de disipar toda la ira que le invadía.
Aquel día en la oficina solo continuó empeorando. Ezra miraba impaciente cada uno de los relojes que estaban colocados en las distintas salas en las que las reuniones se habían llevado a cabo. Cada una de las juntas fue más pesada que la anterior.
Para él, aquel día parecía no terminar. Hasta que dieron las dieciséis horas.
Entonces Ezra subió a su carro y se fue directamente con aquella persona que sabía que le ayudaría a olvidar todo aquello que le acomplejaba.
Había conocido a Ángela hacía aproximadamente dos años. Y era su secreto mejor guardado.