Los Testigos

Capítulo: 9

Las manos de Ezra temblaban de una manera en la que jamás lo habían hecho. Nunca había estado tan nervioso o preocupado por algo. Hirsch había fallado. Y en algo de aquella magnitud, no podía darse el lujo de hacerlo. 

Habían sido descuidados y torpes, —Por no decirlo de otra manera—y en aquella ocasión las cosas debieron haberse hecho con una exactitud sobrehumana. Pero lo habían arruinado. 

Bajó de su mercedes negro y colocó sus lentes solares, miró en todas las direcciones y cuando se percató que estaba solo caminó con lentitud, sintiendo como todo su ser era invadido por los nervios. Estaba aterrado. 

Entró al hospital por la puerta que estaba conectada al estacionamiento. No necesito preguntar nada a nadie, Hirsch se había hecho cargo de aquello. Así que él solo tuvo que seguir el camino que le había indicado. No era difícil. Tercer piso, primer pasillo a la izquierda, seguir derecho hasta la maceta roja, entonces a la derecha, cuarta puerta y él ya lo estaría esperando. 

Y así fue. 

Tal como Hirsch le había dicho. 

Él le abrió la puerta y Ezra entró a aquella habitación. 

Su boca estaba completamente seca, era como si de pronto su cuerpo hubiese dejado de producir saliva. La chica estaba recostada, dándole la espalda a la puerta. Lo único que Ezra podía identificar era su cabellera rubia. 

Con paso temeroso empezó a acercarse. Ella no se movía, lo único que le permitía saber que seguía respirando era aquel monitor de signos vitales que se mantenía produciendo aquel pitido. 

—No te acerques— dijo Ángela. 

—¿Que ha...?— 

—No— ella lo interrumpió. Entonces decidió que tenía que hacerle frente, y así lo hizo. Cuando Ezra vió el rostro de la chica un enorme nudo apareció en su garganta. —No mientas—

La chica tenía al menos cinco puntadas en una cortada que recorría su frente. Su nariz estaba golpeada e hinchada, con un pequeño corte en el puente. Su labio inferior estaba roto. Y ni hablar de lo que él no podía ver. A simple vista, lograba observar la venda que cubría su torso, pero no sabía que la chica se había roto dos costillas, su pulmón apenas y se salvó de ser perforado y milagrosamente los doctores pudieron detener su hemorragia interna. Pero su hijo... 

No. 

Él no había tenido suerte. 

—¿Qué esperabas que hiciera?— preguntó él. Ángela le dedicó una sonrisa llena de amargura; esa que solo logras cuando ves a alguien que intentó destruirte y se atreve a fingir que no es así. 

—Te dije del embarazo en el cuarto mes— ella tragó saliva con dificultad y miró al techo, como si con aquello le fuese más fácil continuar —Había pasado el primer trimestre. Se supone que ya no había riesgos—

Ezra se sentía incapaz de continuar con aquella conversación. Por primera vez en mucho tiempo se quedó sin palabras. No que hubiese creído que era mejor guardar silencio; no. Simplemente, no sabía que podía decir.

—Me decías que era lo más preciado que tenías. Y me mandaste a matar en un absurdo accidente automovilístico— le costaba continuar. Ya sea porque los sentimientos la traicionaban o por el dolor que sufría. —Demostraste ser no más que aquel gusano infeliz y egoísta que todos dicen que eres—

—¿Que esperabas que hiciera?— preguntó por fin —¿Qué saltara del gusto?—

—No— admitió la rubia —Pero tampoco esperaba que me mandaras a asesinar—

—No moriste—

—¿Y crees que eso fue suerte?— sus palabras estaban llenas de ironía, —Estuve despierta cada maldito segundo previo a que llegara la ambulancia. Tu no tienes idea de lo que es estar rogando por morir—

—Sabes que pude haberte ayudado con eso—

—No. Y no lo harás— Ángela apretaba sus dientes con cada palabra que soltaba —Te hundiré Ezra Tremblay. Te juro por mi vida que lo haré— 

Se quedó impactado. 

¿Realmente le había dicho aquello?

—¿De qué demonios hablas?—

—Si algo me pasa alguien colara nuestras fotos en internet— estableció —Y no solo eso. Esta mañana he grabado un vídeo en donde te responsabilizo por cualquier cosa que pueda ocurrirme. Hay bastantes copias, Ezra—

—¿Me estas amenazando?—

—Sal de aquí—

—¿Por qué esto no me sorprende?—preguntó —Siempre tuvo que haber dinero de por medio, ¿Cierto?—

—Eres increíble Ezra— dijo Ángela —¡Le encargaste a tu matón que se deshiciera de mi y a pesar de ello te haces la víctima!—

—Creo que ambos sabíamos que no eres alguien prescindible en mi vida—

La chica no se veía ni dolida, ni sorprendida, ni asustada. Estaba furiosa; de no haber sido por su estado, se hubiese lanzado a atacar a aquel hombre que días antes juraba amar. 

—Te destruiré Ezra— sentenció la rubia. En su voz no había ni rastro de duda o compasión. Aquella dulce chica que solía ser había desaparecido. —Acabaré contigo y desearás nunca haberme conocido—

—Eso ya lo hago— sentenció. 

—Lárgate—

—Tu no tienes poder en mi—

—¡Lárgate!—

—¿Qué me harás si no lo hago?— él camino a ella. Pero no la observaba, la miraba directamente a aquellos enormes ojos azules que estaban demasiado hinchados y su borde era de un tono morado casi negro. —Quiero ver como llamas a alguien muerta—

No iba a estar muerta cuando lo hiciera. Mientras él la amenazaba ella había presionado el botón de emergencias que estaba a un costado de su cama. Por lo que cuando él se acercó ya varias enfermeras se encontraban en la puerta. Por lo que a la rubia solo le quedó gritar.

—Señor tendré que pedirle que se vaya— le pidió una enfermera mientras que otra se acercaba a Ángela para determinar la razón de sus gritos. 

—No me iré— estableció Ezra, —¡Está mintiendo!—

—Señor, retírese por favor— le pidió otra enfermera. 

—¡No me iré!—gritó —¡No me moveré de aquí!—

Ezra estaba en un ridículo juego de poder en contra de Ángela y le era imposible hacerse a la idea de que iba perdiendo. La chica había avanzado al menos quince pasos en cuestión de segundos y él empezaba a quedarse atrás. No podía, simplemente no lo haría. 




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