Los Testigos

Capítulo: 19

Estaba hecha un completo desastre. 

Permanecía tirada en el suelo de su alcoba mientras los pensamientos llegaban como granadas, explotando dentro de ella e inundándola con inseguridades. Así funcionaba su mente, arrasaba con todo sin aviso previo y solo le quedaba intentar continuar. 

Ignorar aquello que la abrumaba y mantenerse en pie. 

Eran las tres de la madrugada en aquel miércoles, cuando Quinn decidió que simplemente necesitaba un respiro. 

Tomo las llaves de su automóvil de la mesilla de noche que estaba al lado de su cama y salió de aquella casa. 

Se sentía tan sucia e incómoda que lo que menos quería era toparse con alguien dentro de la mansión. Por lo que decidió que aquel día sería para ella. 

Para ella y para aclarar su mente. 

Para entender las consecuencias que traerían sus acciones, desde las drogas hasta tener sexo con su exesposo. Todo era una cadena, que la arrastraba hasta un punto de no retorno. 

No podía deshacer nada. 

Y no estaba segura de arrepentirse de lo que había hecho. 

Pero algo en ella estaba roto desde antes. 

Previo a la primera vez que había consumido aquel polvo con el que le prometieron que sus problemas se irían y obviamente, mucho antes del error que había cometido el día anterior que ahora la atormentaba. 

No fue hasta que estuvo dentro de aquel carro, con el estéreo encendido y sobre todo con esa canción que a su padre le solía encantar; que las lágrimas llegaron y se sintió tan miserable que lo comprendió. 

Quinn seguía culpándose por la muerte de su padre. 

La pregunta de que hubiese pasado si ella no lo hubiese hecho enojar aquel día, jamás se iba. 

Quinn Tremblay aseguraba que ella había asesinado a su padre; que el infarto fulminante que había acabado con su vida, había sido su culpa. Solo de ella. 

*

Ese miércoles, cuando estaba en aquella cafetería en esa carretera, Quinn Tremblay descubrió algo. Mientras más lejos se encontrara de su casa, mejor se sentía. 

Más libre. Más entera. 

Y de nuevo, aquella idea que sin falta se presentaba en su cabeza a diario, llegó. Era demasiado fuerte y persistente como para ser ignorada. Un deseo que creía que era tan egoísta que rayaba en la línea de lo cruel. Pero a pesar de ello, aquel día no parecía tan descabellada. 

Le parecía factible y sensata. 

Después de todo, Harry lo había hecho. Y aquello no lo había convertido en un monstruo, no. Gracias a ello sabía finalmente que es lo que quería de su vida. Y ella merecía lo mismo. Si no es que más. 

Ella se había quedado a pesar de que esa idea no era nueva. 

Siempre puso a Aydan sobre sus propios intereses. Pero, inevitablemente, aquello había llegado a ese punto en el que la frustración e impotencia colapsaban. 

Solo entonces, mientras revolvía con aquella pequeña cuchara un café demasiado cargado y frío, Quinn realmente empezó a planear aquello. 

Desaparecería. 

Y sabía que si no lo hacía ese día, jamás lo podría hacer. 

Aydan ya era lo suficientemente grande, sobreviviría. 

Quizás hasta lo comprendería. 

Ella decidió hacer lo que muchos años antes había empezado a plantearse, pero no se atrevía llevar a cabo. 

Y por cruel que sonara, al salir de aquella cafetería y empezar a manejar, con el solo saber que era lo que haría aquel día, fue feliz. 

Realmente feliz.

Subió el volumen de la radio y disfrutó del viento que acariciaba su cabello a falta de la capota en su lugar. Contempló el cómo la salida de la monotonía e infelicidad le abría la puerta.

No le importó el hecho de que nadie sabría el por qué lo hacía, que la criticarían, difamarían y que incluso su hijo estaría confundido; no. Por qué aquel era su momento. Algo que llevaba años necesitando. 

Y aquella era la palabra que mejor describía su situación. Necesitar. Por qué no solo era que ella lo deseara con toda su alma. No.

Lo necesitaba.

Así que manejó en dirección a la mansión Tremblay con una sonrisa que hacía un montón de tiempo sus labios no lograban llevar a cabo. Y cuando llegó, estaba lo suficientemente oscuro como para que nadie pudiera observarla bajar de aquel carro y dirigirse a su habitación. 

Para su sorpresa la única luz que estaba encendida en aquel piso era la de la habitación de su sobrina Morgan, de esta se podían escuchar demasiadas risas. Incluida la de su propio hijo. A pesar de que aquello despertó curiosidad en ella, no se acercó. 

Continuó aquel camino a su habitación que conocía tan bien y que estaba segura de que era la última vez que recorría. 

Si, la nostalgia pronto se hizo presente, pero fue opacada casi de inmediato por aquella emoción que el iniciar desde cero, despertaba en ella. 

Sabía que no había escapatoria de las cosas que había hecho en su pasado y que serían errores que la perseguirían toda su vida. Pero ninguno era tan grande como el quedarse lo sería. 

Con manos temblorosas por la emoción empezó a guardar sus cosas en una maleta. 

No llevaría demasiado. 

Tanto las fotos, como joyas y demás serían abandonadas. 

Porque no quería nada que la hiciera sentir atada a aquella vida que tanto ansiaba dejar detrás. Por ello, solo tomo lo que creyó más indispensable y aún con espacio disponible en su maleta salió de ahí.

Cuidó mucho de no hacer ruido, pero algo hizo que se detuviera. 

Dejó la maleta a medio pasillo y se dirigió al cuarto de su hermano Ezra y esposa Florence lo más rápido que pudo. Y una vez ahí, buscó aquella arma que su cuñada siempre llevaba consigo. De cierta manera, el dejar desarmados aunque fuese por unos segundos a ese par le daba tranquilidad. 

No sabía de lo que eran capaces. 

Pero ella no estaría ahí para descubrirlo. 

Así que regresó a aquel pasillo en el que había dejado su maleta, la tomó y con sumo cuidado de no hacer demasiado ruido y de no llamar la atención salió de aquella casa. 




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