Los testigos

Mudanza complicada

—Lida— me llamaba mi madre; me desperté de un salto, voltee a mirar ella me observaba pensativa a unos diez centímetros de mi cara.

Me había quedado dormida durante todo el viaje, ¿a quién se le ocurría viajar en avión durante seis horas por la noche?, claramente solo a mi madre, en fin, habíamos llegado, o no me podía explicar porque mi madre me estaba despertado.

— ¿Ya llegamos?— pregunte medio un poco somnolienta.

—No, solo quiero hablar un momento antes de llegar...—. Un silencio profundo nos invadió; yo sabía de qué quería hablar y de solo pensarlo, la falta de palabras formo un nudo en mi garganta — hija, no viviremos con tu padre.

Abrace la almohada de avión que estaba utilizando para dormir unos minutos atrás. Me voltee e ignore a mi madre, no quería creer lo que había dicho, ¡era mentira!

Quince minutos después, me levante. El piloto había anunciado que el avión acababa de aterrizar, que habíamos llegado a nuestro destino.

Al poner un pie en el suelo del aeropuerto, vi a Julio, el chofer de mi abuela, la madre de mi mama. Salude decentemente aunque por dentro quería darle patadas a todo lo que se encontrara a mí alrededor.

—Por la expresión que traes—Julio me analizo—tu madre te ha dado la noticia—.

¡Sabelotodo!, ¿Quién se creía? A duras penas lo había visto en mi infancia, no podía ser más cínico. La expresión que puse fue de hipocresía tan notoria que mi madre cambio el tema drásticamente
— de hecho, ha sido un viaje agotador, será mejor que nos vallamos a casa—; se volteó y comenzó a caminar hacia la salida. Julio y yo la seguimos en silencio, pues ninguno quería hablar, el por cortesía y yo por simple estrés acumulado.

Habíamos llegado de noche y las luces de la gran ciudad distraerían mi mente un rato, eso era lo que necesitaba. Mi abuela era una importante abogada en Colombia,  por lo tanto tenía bastantes lujos, uno de ellos era la limusina a la que estaba a punto de subirme. Su mansión quedaba a las afueras de la ciudad de Bogotá, eso quería decir que faltaba por lo menos una hora por carretera.

Mi madre se fue hablando con Julio en la parte de adelante; yo, por el contrario, me ubique en la parte de atrás. Me coloque los audífonos y me acosté en el sillón, bastante cómodo a decir verdad. Sólo quería alejarme un instante de la realidad de mi vida en ese entonces.

Durante el viaje por la carretera oscura, los postes de luz pasaban por mi cabeza mientras mis manos se movían al ritmo de una canción de  apocalíptica mi banda favorita de rock. Quede dormida a mitad de camino, sin darme cuenta.

Desperté al mismo tiempo que la limusina se estaciono en la entrada; lentamente me fui sentando en el sillón, me restregué los ojos con las manos y bostece. Ya un poco más consiente, mire hacia el frente y pude notar que un muchacho me veía dormir, bastante divertido por cierto.

Nerviosa dije lo primero que se me ocurrió: — ¿Qué tal? Soy Lida—me presente; el solo me veía con intriga en los ojos, no respondió.

Indignada, tome mi celular y me baje del auto; pensé que saldría detrás de mí a presentarse o simplemente a bajarse e ignorarme de nuevo, pero no lo hizo, julio arranco la limusina y se fue en ella con el chico adentro.

***

"Quizá es un sueño, quizá es un sueño", me repetía una y otra vez mientras iba subiendo las escaleras. — ¿Con quién hablas niña?—, por detrás, me sorprendió mi abuela que salía de un dormitorio. Al parecer estaba durmiendo, su pijama de seda azul la delataba. — He escuchado que hablabas entre dientes— siguió hablando con cierta ternura en su voz, como si yo fuera una pequeña niña.

— Pensando en voz alta abuela—le respondí mientras me dirigía a saludarla; ella me cogió de sorpresa y me dio un abrazo.

Lo más sensato era devolverle el abrazo, pero me quede rígida. Se suponía que ella no demostraba afecto, al menos eso era lo que yo pensaba. Nunca la proyecte como una figura cariñosa, por el contrario, siempre fue para mí un familiar más.

— Muy bien— me soltó y siguió caminando. Era bastante elegante al caminar, aparte de que era alta, su cabello cortó y blanco como la nieve, y su gran figura era algo que resaltaba cuando ella pasaba. — Ya que no te gusta el aprecio, me gustaría mostrarte tu habitación— hizo una seña con su delgada mano que me invito a seguirla.

Mi habitación era la última del pasillo, habían cuatro más, supongo que inhabitadas. A un centímetro de tocar el picaporte de la puerta, esta se abrió. Una figura familiar salió sonriente y entusiasmado; su cabello negro estilo metalero que tanto me gustaba coger en momentos aburridos, esos ojos verdes que resaltaban encima de su cara con su piel blanca-
—Pequeña, espero no incomod...—, no deje que terminara la frase y me abalance a sus brazos. Claro que no me incomodaba, él era mi mejor amigo desde que tenía memoria, como me iba a incomodar su presencia, eso era imposible.



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En el texto hay: enigmas, magia antigua, romance

Editado: 08.06.2018

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