Los testigos

¿es suficiente?

Había ido a la mansión desesperado por verla, ya había aguantado mucho tiempo sin ir. Luego de la inesperada “pelea”, si es que se podía llamar así, en el pasillo, me había quedado con el deseo de hablarle. Daniel me había convencido de no visitarla, que era mejor olvidarla, y estaba de acuerdo pero algo me atraía a ella como un imán electroestático atrae al metal; simplemente una semana y media fue lo único que pude resistir. Me sorprendía mi poca fuerza de voluntad.

Estaba con Daniel y con Marcela hablando de esa última noche que recordaba en la escuela, la noche del baile, tanto ellos como yo recordábamos con nostalgia como se sentía ser normales. Sin darme cuenta, me puse a pensar en Lida, su cabello negro, sus ojos amarillentos, toda ella se vino a mi mente, y fue imposible parar el impulso de ir a buscarla.

Cuando menos pensé, había dejado mis amigos hablando solos y corría lo más que podía hacia la mansión al extremo de la ciudad.  Estaba parado frente a la puerta de la habitación de Lida, no había medido mis impulsos, así que decidí llamarla.

Estaba parada frente mío, solo la veía observándome, su expresión de intriga me producía risa, era gracioso  ver como no podía entender el hecho de que no tenía más ropa, yo ya me había acostumbrado, ya era normal para mí, no me importaba, solo me causaba diversión.

Mi expresión cambió cuando ella casi me toca, sentí una corriente pasar por mis venas, ella no podía hacerlo, nadie  podía. Su rostro al darse cuenta de que no quería que ella me tocara se ensombreció rápidamente. Entendía por que le afectaba tanto, me entristecía que ella pensara que la repudiaba, eso y el hecho de no poder decirle la verdad. No halle más salida que huir y mentalizarme a que era lo mejor que podía hacer.

Llegando a la puerta me encontré cara a cara con el amigo de Lida, el tal David, frene inmediatamente y por un momento pensé que me había visto por qué se detuvo por un instante, pero este siguió derecho, como si nada estuviera raro. Él hablaba por teléfono, decía algo de Lida. No pude evitar escuchar lo que restaba de su conversación

—… ella dice conocer a un chico igual a “tú sabes quién— me intrigue; acercando la oreja al otro lado del celular, puede escuchar exactamente lo que decían por el otro lado de la línea.

— Sabes muy bien que eso es total y completamente imposible— era una chica, su voz antipática y su tono algo preocupado pero a la vez controlado. — Además, — agregó, — si fuera él, todos podríamos verlo—.

— ese es el problema cariño, nadie lo ve desde el baile— dijo en tono preocupado. Ahí lo supe, ese chico alto y de cabello oscuro hablaba de mí.

Lida bajó, no alcanzó a verme, pues corrí a esconderme. Quería saber qué pasaba, qué era lo que no sabía de ese chico “David”; y con Lida preguntándome cosas o simplemente teniéndome miedo, no podía averiguar nada; por eso decidí no dejar que me viera.

— ¿Con quién hablabas?— pregunto Lida saludando a David.

— Con alguien de la universidad— mintió

— ¿Te aceptaron?— preguntó con entusiasmo; era mi impresión o Lida hostigaba a cualquiera con sus preguntas.

—Aun no—respondió cortante David, — luego te cuento pequeña, ahora estoy muy cansado—, le dio un beso seco en la frente y se alejó de ella subiendo las escaleras, seguramente dirigiéndose a su habitación.

Cuando no se veía por ningún lado, Salí de detrás del muro en donde me escondí.  Ella me miró, yo la mire; no supe si en realidad el tiempo se había detenido o simplemente pasaron minutos en tan solo 5 segundos. Ella no se movió, al igual que yo; a menos de 4 metros de distancia, estábamos conectados.

— ¿Quién eres?—,  me miró de arriba abajo, no con desprecio, sino por el contrario admirándome en silencio.

— no puedo decírtelo, hay mucho de mí que me hace ser quien soy, pero hay algo que no puedo decirte, aunque quiera—.

— ¿Qué es eso?—

— algo que duele y arde por dentro—.

— Si tanto duele, deberías decirme…— se acercó más, tanto que me dio miedo, no de ella, sino de su reacción al rozarme, pues en la distancia tan corta que nos separaba la probabilidad de que me tocara era mucha.

— No puedo— retiré mi brazo de nuevo, no debía arriesgarme. — aunque quiera, aunque deseo hacerlo, no puedo—.



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En el texto hay: enigmas, magia antigua, romance

Editado: 08.06.2018

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