Los testigos

Memoria perdida y vida falsa

— ¿qué te ha descubierto?―gritó Mariana por tercer vez y al ver que no respondía salió histérica por la puerta principal. Daniel me observaba, esta vez preocupado, era grave, bastante a decir verdad, y lo sabía gracias a que pues él nunca estaba preocupado y en ese momento no lo podía evitar.

No podía pronunciar palabra, él solo me decía con la mirada que todo iba a estar bien, aunque yo sabía que no era así. Esa mirada así como cuando no necesitas hablar por que conoces muy bien a la persona y sabes que te entenderá, su mirada me lo comunicaba todo.  

Por enésima vez Darío se asomó “cauteloso” por la puerta que nos separaba a Daniel y a mí de los demás, su actitud de bruto era lo que más hacía hervir mi sangre. Lo fulmine con la mirada, ¡cómo era posible que se pusiera a espiar, aun sabiendo que todos en el lugar andábamos con el estrés al tope! Darío se incorporó de repente entrando a la habitación, estaba nervioso, como siempre.

— ¿Aún no sabes porque ella te puede ver cierto?— preguntó después de ubicarse frente de nosotros. No le había dado mucha importancia, pero ahora que el ya no tan sonso lo había  mencionado, mi me intrigaba en gran medida el hecho de que todo con relación a ella era un gran misterio.

Al ver que no contestaba negó con la cabeza pero no dijo nada al respecto.

— No eres el único que se pregunta eso— añadió Daniel observando con expresión ilegible— todos y cada uno de nosotros nos hemos hecho la misma pregunta desde que ella apareció en su camino— hizo un gesto de desconfianza, no hacia mí, supuse.

Recordaba muy bien, unas semanas atrás estaba en la cafetería con mi amigo del alma, de repente sentí un deseo irracional de ir al aeropuerto, a pesar de que muy en el fondo sabía que era una locura, no aguante las ganas de ir enseguida. Cuando entre con Daniel corriendo tras de mi lo primero que vi fue una maleta morada rodando despaciosamente, siendo arrastrada por una chica pelinegra que, según lo que note, estaba renegando por lo bajo mientras se dirigía a una limusina bastante lujosa. No sabía si impulso o instinto, pero algo me ínsito a subir tras ella; Daniel solo me observó con la impresión en su rostro de “has enloquecido”, vaya que sí lo había hecho.

— Sea lo que sea— dije— no quiero quedarme cruzado de brazos esperando la respuesta—.

Los dos se miraron y luego a mí, ninguno de los dos me creía, nunca había sido tan decidido, prácticamente en los últimos años había sido un completo inútil con cara bonita. 

No dije nada más, no quería hacerlo, ellos tampoco lo hicieron; un simple y siniestro silencio desesperante se apoderó de la habitación y al cabo de un rato mis nervios se pusieron de punta, necesitaba verla de nuevo.

Retuve el deseo por unas horas pero la necesidad de explicarle fue tan intensa que no me controle en absoluto y fui sin importarme lo que pudiera pasar, solo quería saber si ella aun querría hablarme.

***

Estaba en la entrada de la casa de la abuela de Lida, no me atrevía a entrar de nuevo, qué le diría, “no sé que soy”, “estoy peor de confundido que tu”, no podía solo aparecer y  pretender que no se asustara con solo verme de nuevo.

Luego de 15 minutos de duda y ansiedad de entrar, parado en la entrada, vi que la limusina se aproximaba para entrar a la mansión, dentro de ella estaban la abuela, la mamá y el chofer de Lida, llevaban unas bolsas, quizás de compras para la alacena.

Subí tras la madre, ella se notaba un tanto nerviosa, entró al cuarto de Lida, dejó la puerta abierta, por lo tanto yo pude escuchar la pequeña conversación que habían tenido; así como entro se dio la vuelta, cerró la puerta detrás suyo y pude ver como el alma se le rompía, pues lagrimas imparables se escapaban una tras otra de sus ojos, resbalando por sus mejillas para luego ser prudentemente secadas con un pañuelo. Ningún sollozo, ningún suspiro, esa señora estaba llorando en silencio.

La observe, ahí acurrucada, mientras se calmaba; lo único en lo que pensaba era en el dolor que podía estar sintiendo. Cuando ella se levantó y se fue, entre a la habitación, ella estaba dormida, tan profundamente que no noto el frío de mi intento por cogerle el rostro. Sabía que yo no podía tocarla, o incluso sentirla, pues solo la traspasaría y ella lo único que sentiría sería un penetrante frío en donde yo me acercara, como en el momento en que ella me había traspasado el brazo en Monserrate.

Me sorprendió el sonido de la puerta, antes de que Lida despertara completamente salí corriendo de allí, ya la había visto, ya no importaba más.



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En el texto hay: enigmas, magia antigua, romance

Editado: 08.06.2018

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