Al abrir los ojos lo primero que distinguí fuel el sol y el ruido de las gaviotas volando sobre mí. Aun aturdida no entendía que hacía en un lugar así. Me puse de pie aunque con dificultad porque veía borroso pero a medida que pasaban los segundos, mi vista iba enfocando los objetos que se encontraban a mí alrededor.
No conocía el mar, sin embargo esa playa me hacía sentir como en casa, no la de mi abuela sino la anterior, en la que vivía con mis dos padres. Realmente sentía conocer aquel lugar, la paz que percibía y la ligereza de mis preocupaciones me relajaron y pude respirar con tranquilidad.
Un anciano se me acerco, cogió mi mano y justo en la palma trazo imaginariamente con sus delicados dedos arrugados un símbolo que no logre reconocer, doblo mis dedos hacia adentro como si me hubiera dado un tesoro.
—Siempre serás tú querida niña— me dijo contemplando mi puño cerrado que el aun sostenía.
—Siempre— respondí inmediatamente pero de manera involuntaria, abrí los ojos en gesto de sorpresa e inmediatamente la temperatura de mi cuerpo se incrementó; me sentía abochornada.
—No te preocupes, aunque has sido tú la que me ha contestado, — dijo el anciano queriendo tranquilizarme — tu mente cegada aun ignora la presencia de tu luz—.
No entendí a que se refería con eso, me daba mucho miedo preguntar. Con todo lo que me estaba pasando, no quería agregar otro misterio a la lista de cosas que no me dejaban dormir bien.
Me aleje de aquel anciano sin despedirme y pisando la arena con mis pies descalzos anduve sin rumbo hasta el atardecer. Fui grosera y nada cortes al no decirle nada al anciano y dejarlo tirado, pero en ese momento no sabía que más hacer; mi mente en ese entonces estaba patas arriba.
El cielo estaba de un tono anaranjado brillante, las nubes que se dispersaban grises por todo el cielo complementaban la vista inigualable de aquel paisaje. No tardó mucho en ponerse el sol y que el frio invadiera todo el lugar.
A lo lejos se notaba la luz de una fogata cerca de una cabaña de madera y paja que estaba edificada frente al mar. A medida que me iba acercando al lugar, la imagen que percibía de lo que me rodeaba evoco en mí la imagen del cuadro que había captado mi atención aquella noche en la cena en la casa de mi abuela.
La noche, el mar, la luz de luna y estrellas iluminándolo todo, lo que faltaba era la pareja pintada allí, de resto, todo se veía igual, sin duda alguna la pintura era de esa playa.
No entendía que pasaba ahí, mi mente no tenía fuerzas para ponerle lógica a todo el asunto, yo solo pensaba en abrigarme, el frio era penetrante y mi piel casi descubierta pedía urgentemente calor.
Llegue a la hoguera y para mi sorpresa junto a ella estaba Lorenzo, el muchacho que trabajaba en el establo. Quede impactada al verlo y al parecer él también se sorprendió. Se levantó de un tronco de madera seca en el que se encontraba sentado. Iba a abrir la boca para decir algo pero en ese instante, alguien salió de la cabaña por una puerta distinta a la principal.
Entre en pánico y corrí a esconderme tras una pila de rocas tras la cabaña. No me vio la mujer que se acercó a Lorenzo y prácticamente lo arrastro dentro de la cabaña.
Yo rogaba por qué Lorenzo no dijera que yo estaba ahí, pero no sirvió de nada mi suplica al universo pues en seguida volvieron a salir en mi busca; como Lorenzo me había visto correr sabía exactamente en donde estaba así que me resigne y espere a que los dos llegaran a abordarme.
— No me lo vas a creer, pero justamente a ti te estaba esperando— la mujer de canosos cabellos se dirigió a mí — me alegra que vuelvas a visitar a una vieja amiga — finalizo con una sonrisa en su rostro.
— Debe estar confundiéndola con alguien más— Lorenzo le comento a la señora claramente alterado.
No quería que la señora dijera algo más, pero no podía interrumpirla directamente, ¿Por qué? Eso solo lo sabía el, o al menos eso creí al ver la escena frente a mí.
Esos dos me dejaron la mente totalmente confusa, para disimularlo me quede callada, no baje la mirada en ningún momento, debía demostrar que no tenía ganas de huir de allí por temor; aunque si tenía.
—puede que no la haya visto hace muchos años, pero no son tantos como para no reconocer su rostro— dijo la mujer mientras me sujetaba del brazo y me llevaba a rastras al interior de la cabaña.
Me deje llevar, tenía frio y necesitaba abrigo, no podía negarme a entrar. Pero aparte del clima, no forcejee porque ella parecía amble y necesitaba hablar con Lorenzo.
Por dentro la cabaña era mucho más amplia de lo que aparentaba y el ambiente que percibía de ese lugar era muy acogedor, sin embargo, aún me sentía incómoda.
Mientras la mujer se entró a la cocina con el pretexto de hacer limonada caliente me acerque a Lorenzo y aunque él no quería logre preguntarle:
— ¿tú me trajiste a este lugar? —pronuncie sincera y trasparentemente como toda una niña indefensa y desamparada que en ese instante afloro dentro de mí; así me sentía, y no podía seguir ocultándolo.