Los tornados de Miridia.

La Pradera Marina.

 

Llegó el amanecer y ésta vez no durmió tan tarde, había descansado tan maravillosamente que nada le dolía, abrió los ojos y no se levantó al instante, como queriendo disfrutar unos minutos más de aquél bienestar que le producía el haber dormido tan bien, mientras se recuperaba de mala gana de la modorra, a lo lejos, entre los árboles alcanzó a escuchar un sonido diferente, algo así como el relincho de un caballo, de un salto se puso de pie tratando de ver y ubicar al caballo que había escuchado, empezó a sentir una leve vibración en el piso y escuchó algo así como una estampida pero no podía ver nada, se escuchaba entre los árboles como si cientos de búfalos corriendo entre el bosque fueran arrasándolo todo, por más que trató no pudo ver ni búfalos, ni caballos, hasta que el sonido de la estampida se fue alejando, también le pareció escuchar una especie de aleteo, y una veloz sombra pasar entre las copas de los arboles siguiendo el rumbo de la estampida y después nada, una vez más el silencio reinó en aquel bosque, tuvo la intención de internarse en la maleza pero prefirió no alejarse del río, pues temía perderse más de lo que ya estaba, se encogió de hombros iniciando una vez más su diario y acostumbrado ritual palpándose los bolsillos de su overol, revisando uno por uno en busca de sus escasas pertenencias, al comprobar que estaba todo se quitó la ropa para enjuagarla en las aguas del río, lavarse la cara y las manos, aunque el agua se sentía fría, el alegre solecito se colaba entre los árboles iluminando el centro de aquel remanso del río que parecía algo profundo.
 

Se decidió a tomar un baño, y al poco rato de disfrutar de aquél revitalizante remojón matutino, salió y comenzó a vestirse, su ropa ya estaba casi seca, al terminar se sentó recargado en una de las improvisadas paredes de su refugio nocturno, y tomando su libreta de tránsito de entre sus cosas, se aplicó a dibujar un mapa trazando en éste lo que recordaba desde que inició su extraña travesía y tomando las 12 del medio día como referencia anotó:

  -De 12:00 a 15:00, el arrancón del caudaloso 2, incendio del mezquital y me encuentro perdido entre el humo que luego se transformó en niebla.

  -De 15:00 a 16:00, la niebla se disipa y aparezco en medio de un desierto.

  -De 16:00 a 18:00; ¿Amanece? Y camino buscando el Norte y la carretera federal Reynosa-Monterrey, tomando en cuenta que Reynosa siempre quedaba a mi derecha y Monterrey a mi izquierda con respecto a la trayectoria del Sol.

  -De 18:00 a 22:00, el Sol llegó al cenit y encendía periódicamente el celular en busca de alguna señal digital.

  -De 22:00 a 24:00, seguí caminando por el desierto sin encontrar la carretera y sin encontrar ni un rancho ni nada.

  -De 0:00 a 1:00, diviso una línea horizontal a lo lejos y me dirijo a ella pensando que era la carretera y resultó que era un bosque.

  -De 1:00 a 3:00; ¿Anochece?  Y entro al bosque tratando de encontrar un río, un rancho o algo de comida.
 

  -De 3:00 a 22:00; ¿Duermo?

  -De 22:00 a 3:00, camino por el bosque.

  -Nota: anochece a las 3:00, los horarios los baso en lo que dice mi celular, o sea que anochece a las 3:00 y amanece a las 16:00, o sea que el horario se corrió unas 12 horas.

Después de anotar horarios dibujó un aro imperfecto en la parte baja de una página, rematando con el dibujo de unos arbolitos al Norte, dibujando también una pequeña Luna en cuarto menguante a un costado como indicando que en ese punto anocheció, y escribiendo un uno encerrado en un círculo, como indicando que era el primer día, en la siguiente hoja dibujó una serie de arbolitos atravesados por una raya sinuosa como indicando el río, y a la vez dibujó un Sol y una Luna en la parte baja y alta de la página, como indicando el amanecer y el anochecer, encerrando en un círculo el número 2, en la tercera página, dibujó otra vez el río y un Sol al Sur del dibujo, encerrando el número 3 en un círculo, encendió un cigarro sin descontarlo y mientras lo fumaba se revisó una vez más sus bolsillos y su refugio, encontrando la armónica y la introdujo en la bolsa navajera del overol, revisó minuciosamente su atuendo y se dispuso a reiniciar el camino con el hacha en la mano, aunque se la podía atorar entre el cinturón y la parte baja de su espalda prefirió no hacerlo, porque sentía que se le podía caer, iba caminando sin apartarse de la orilla del río, comiendo en ocasiones aquellas extrañas pero sabrosas frutitas amarillas, mientras caminaba se revisaba los bolsillos y de vez en cuando volteaba hacia atrás.
 

Tenía la clara sensación de que había olvidado algo, y más de una vez se quiso regresar mientras pensaba en lo que sucedía, como buscando una explicación a su bienestar, la ausencia de su panza, la sanación de la quemadura y sus ampollas, retirando con las manos el largo cabello que le tapaba la visibilidad, cayó en cuenta de que tal vez una de las frutas que había comido o el agua eran curativas.

  -¡Eso es! ¡El agua! sí; ¡Tal vez el agua de este río es curativa! Aunque no sé de ninguna planta o agua milagrosa que haga desaparecer la panza y crecer el pelo, como sea, me haré rico con el agua de este río.

Y mientras hablaba solo como era una extraña costumbre en él, sacó su libreta de tránsito y haciéndole un trazo, dibujó un medio Sol como indicando el medio día.

Cortando de tajo el dibujo de aquellos árboles, ya que le pareció ver a lo lejos entre los troncos, el final de aquél bosque, avanzó un poco más y por fin encontró el final de aquélla arboleda perdida que parecía interminable, una vasta pradera de colores verdes y azules cuyos pastizales al moverse con el viento simulaban el movimiento de olas, cual si fueran las olas de un mar inmenso, echó el último vistazo hacia atrás al salir del bosque, seguía con la sensación de haber olvidado algo, después de revisar una vez más su vestimenta decidió seguir adelante, en el horizonte lejano apenas y se distinguía un conjunto de montañas, siguió caminando sin alejarse de la orilla del río, después de todo era su guía y fuente de alimentos, el viento siseaba.
 




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