―¡No puedes estar malhumorada y encerrada en esta habitación! ―Barak estaba frustrado. ―¡Mis hijos piensan que soy yo el del problema y están por no perdonarme!
―Es tu problema. ―Vociferó a punto de perder la razón. ―¡No les has cumplido! Ellos quieren mi felicidad y eso se consigue con que me dejes en paz. No vaya a ser que se descontenten más. ―Sonrió. ―Aunque eso ya lo están haciendo, ¿Cierto? ―Barak respiró pesadamente, por primera vez no podía hacer lo que sabía hacer mejor, doblegar a la gente para que hicieran lo que él demandaba. Es incapaz de ser un insensible con sus hijos o mujer.
―¡No irás a trabajar! ―Gritó sin querer perder el control sobre ella.
―¡No puedes prohibirme ir a trabajar! ―Sentenció mirando al cabezota frente a ella. ―No soy uno de tus hombres para que me des órdenes y prohíbas cosas.
―¡Eres mi mujer! ―Gruñó exasperado. ―Me perteneces y, por lo tanto, no tienes que trabajar. No lo necesitas. ―La miró a los ojos. ―Deja la necedad, mujer.
―¿Acaso tienes miedo que me hagan daño? ―Se cruzó de brazos. ―¿Te has dado cuenta de que has arrastrado a mis hijos y a mí a tus cosas?
―Sabes que no es así. ―Bufó rabioso. ―Mis asuntos jamás los perjudicarán a ustedes, estoy lejos de todo ese ambiente. ―Lianett cerró los ojos y respiró hondo.
―Barak. ―Lo miró en cuanto los abrió. ―Permití que viviéramos juntos para que te ganaras a los niños, si no puedes es tu culpa. ―Se encogió de hombre. ―Pero tú y yo no estamos juntos, ¡Yo firmé el divorcio que tú amablemente me pediste y me liberé de ti!
―¡No me interesa! ―Ladró cada vez más enojado. ―¡Sigues siendo mi mujer y no quiero que trabajes, no lo necesitas! ―Lianett gruñó desesperada.
―Pues bien, entonces vive con el hecho de que mis hijos se descontentarán contigo por siempre y jamás tendrás su confianza por no dejarme ir a trabajar. ―Se encogió de hombros dándole donde le duele. ―Dos semanas aquí, Barak, dos semanas en las que mis hijos se están dando cuenta que no eres confiable. ―Barak apretó los puños.
―Sabes que mi palabra es lo más valioso que tengo. ―Lianett tragó grueso. ―Yo jamás miento y siempre cumplo lo que digo. ―Se acercó a ella acorralándola como siempre. ―Pero a mis hijos no les prometí dejarte ir a trabajar para otro hombre, así que no estoy haciendo nada malo. ―Su aliento pareció quitarle el de ella.
―Me abandonaste, Barak. ―Lianett no pudo ser indiferente a ese dolor que había ocultado todo ese tiempo. ―Me dijiste que me acabarías y no me dejaste explicarte nada. Hui pensando que me estabas buscando porque te habías arrepentido de dejarme con vida. ―Las lágrimas desbordaron sus ojos, las limpió, pero fue tarde. ―Sufrí muchísimo criando a mis hijos y protegiéndolos, luché con uñas y dientes por darles lo que necesitaban. ―Sollozó. ―Lo menos que puedes hacer por mí es tratar de no reconquistarme. ―Barak endureció el gesto.
No es hombre de tener compasión con nadie, ni siquiera con su esposa si trata de alejarse de él, pero algo en sus palabras lo desestabilizó. ¿Verdaderamente no lo ama? Quiso pensar que solo estaba enojada, pero esos seis años separados pareció haberlo borrado de su corazón. ¿Cómo es que él jamás la olvidó y ella a él sí?
―Si piensas que puedes estar con otro hombre. ―Ladeó la sonrisa. ―Estás bastante equivocada, no permitiré que otro hombre te arrebate de mi lado. ¿Lo comprendes, Muñequita? ―Lianett pasó saliva.
―No tienes derecho sobre mí. ―Susurró casi sin voz. ―No eres dueño de mí. ―La risa de Barak la estremeció.
―Pruébame, muñequita. ―Tomándola del mentón tiró de ella y la besó de manera posesiva.
Lia inmediatamente quedó rendida ante ese hombre, la besa de esa manera que la debilita y la vuelve nada. Se supone que no lo ama, debería ser claro el sentimiento de desprecio que tiene por él, pero cuando sus tentadores labios capturan los de ella, cuando sus pequeñas manos se aferran a ese enorme cuerpo musculoso, pierde toda seguridad.
―Te tengo una propuesta. ―Susurró aprovechando que se habían quedado sin aire para alejarse de él. ―Si me dejas trabajar, no reprocharé más de mi decisión de vivir contigo. ―Barak no se confió, la miró con cautela. ―Pero no te meterás en mi vida personal, laboral ni social. ―Fue clara.
―¿Hablarás con mis hijos para que sepan que es tu decisión? ―Lianett rio burlona.
―Es tu asunto. ―Le restó importancia. ―Jamás te ayudaré para que mis hijos te amen. Yo cumplí mi parte de vivir aquí con ellos. ―Se volvió cruel. ―Es más, estaré encantada de que te sigan haciendo la vida imposible hasta el punto de que nos eches de tu vida y nos dejes en paz.
―Eso jamás pasará. ―Gruñó.
―¿Seguro? ―Enarcó una ceja. ―Eres un narcisista que no soporta la idea de que los demás no lo vean como el Dios que se cree. ―Alzó el mentón. ―Acepta mi propuesta, Barak, o de lo contrario seguiré encerrada de mal humor y llorando siempre que mis hijos vengan a verme. ―Ladeó la cabeza. ―¿Quieres seguir siendo el monstruo de la historia? ―Barak deseo hacerla que se retractara, pero ella sabe dónde darle.
El flaqueo que tiene por sus hijos ella lo conoce muy bien, después de todo bajó la guardia cuando ella estaba presente y siempre que sus hijos están cerca esa frialdad de la que es dueño se suaviza un poco.
―Puedes trabajar para mí. ―Dijo finalmente. ―He comprado una empresa aquí, puedo darte un puesto. ―Lianett carcajeó con ganas.
―¡Nunca! ―Sentenció poniéndose seria. ―No voy a trabajar para ti, yo tengo mi trabajo y las vacaciones que he pedido se han acabado. ―Miró su reloj. ―Tienes exactamente media hora para tomar tu decisión. ―La mirada furiosa de Barak le gustó. Estaba asombrada de ella misma, nadie podía poner en esa posición a la serpiente y ella lo logró, con ayuda de sus hijos, pero lo hizo.
―Bien. ―Dio su brazo a torcer. ―Podrás ir a trabajar y…
―Si veo a uno de tus hombres cerca. ―Lo cortó. ―Si me doy cuenta de que me estás vigilando, haré que te arrepientas de la peor manera y sí, no me molestará usar a mis hijos para esto.