Los Tres Imperios Y El Legado De Cai

El Artefacto Olvidado

Hace muchos años, antes de que los tres grandes imperios dominaran el continente, existía una cuarta región, conocida como Cai. Era un lugar de paz y equilibrio, donde las personas vivían sin la influencia de los tres imperios y se enfocaban en el estudio de las fuerzas naturales y espirituales. Los habitantes de Cai eran conocidos por su habilidad para conectar con la esencia misma de la vida, cultivando una magia que no dependía de los elementos, o la materia, sino de una armonía interna con el mundo.

Sin embargo, la creciente tensión entre los tres imperios llevó a una guerra devastadora, y en el caos que siguió, Cai desapareció sin dejar rastro. Nadie sabe si fue destruida por los imperios o si simplemente se retiró, ocultándose a propósito para evitar involucrarse en la guerra. Los relatos sobre Cai se convirtieron en mitos, y su existencia pasó al olvido.

La mañana había amanecido cubierta por una bruma suave, como si el cielo estuviera indeciso entre dejar entrar el sol o mantener el mundo envuelto en sombras. En el pequeño pueblo de Liora, en la frontera más alejada del continente, Kael se despertó como cualquier otro día, con la sensación persistente de que algo en su vida estaba a punto de cambiar.

Liora no pertenecía a ninguno de los tres grandes imperios. Sus habitantes se consideraban neutrales, casi invisibles en el mapa político del continente. Vivían de la tierra, de la pesca en ríos cristalinos y del comercio que, de vez en cuando, traía viajeros cargados de historias sobre lugares imposibles y prodigios mágicos. Pero aunque el pueblo parecía tranquilo, Kael siempre había sentido que no pertenecia ahí.

Kael tenía dieciocho años, alto, poco atletico, cabello oscuro y ojos de un gris intenso que, según los ancianos, eran señal de "sangre antigua". Desde niño, soñaba con luces y símbolos que nadie más parecía ver. Su abuela, que lo crió tras la misteriosa desaparición de sus padres, solía susurrarle que su sangre venía de un lugar llamado Cai, una tierra olvidada que había desaparecido años atrás. Pero pocos creían ya en Cai. Para la mayoría, era solo una leyenda contada a los niños para que soñaran con un mundo más allá de las montañas.

Aquella tarde, mientras exploraba un sendero apenas visible entre la maleza, Kael sintió que algo lo llamaba. Era una vibración tenue, como si el suelo murmurara su nombre. Empujado por la curiosidad —y por una sensación de urgencia que no entendía— se internó más y más en el bosque, alejándose del sendero conocido.

Pronto llegó a un claro dominado por un árbol colosal, tan ancho que habrían hecho falta veinte hombres para rodearlo. Sus raíces retorcidas parecían envolver algo, ocultando una entrada oscura. Kael apartó unas ramas, y descubrió una grieta que descendía bajo tierra.

Dudó un momento. El aire que salía de allí era fresco, casi frío, cargado de un leve resplandor azul. Tragó saliva y se adentró, sus pasos resonando contra la roca. El túnel lo condujo a una cámara subterránea, cuyas paredes estaban cubiertas de símbolos luminosos que se encendían a su paso. En el centro, sobre un pedestal de piedra, descansaba una esfera de cristal, flotando unos centímetros sobre la superficie.

La esfera vibraba con una luz suave, pulsante, como el latido de un corazón. Kael la miró fascinado. No había polvo, ni telarañas, como si alguien la hubiera colocado allí hacía apenas un instante. Se acercó, estiró la mano... y, apenas sus dedos rozaron el cristal, una oleada de energía lo golpeó.

Cerró los ojos mientras imágenes se sucedían en su mente a toda velocidad:

Tormentas de fuego rugiendo sobre dunas doradas.

Cupulas de ctistal que colapsaban bajo el mar.

Torres de metal y cristal elevándose hacia cielos oscuros.

Hombres y mujeres peleando entre sí, envueltos en luces de distintos colores.

Y, al final, una palabra susurrada: Cai.

Cuando abrió los ojos, estaba de rodillas, respirando con dificultad. La esfera seguía allí, flotando, como si nada hubiera pasado. Kael se quedó mirándola, consciente de que acababa de desenterrar algo mucho más grande que él mismo.

Se irguió, con la esfera titilando frente a él. Sabía, en lo más profundo de su ser, que acababa de desencadenar algo que cambiaría no solo su vida, sino el destino de los tres imperios... y tal vez del mundo entero.

Y sin saber por qué, sintió miedo. Y también esperanza.

—No deberías estar aquí —dijo una voz a su espalda.

Kael se giró con sobresalto. Allí, en el umbral de la cámara, estaba un joven que parecía apenas un par de años mayor que él. Tenía el cabello oscuro, recogido en una coleta, y llevaba una capa gris que se confundía con las sombras. Sus ojos, de un azul tan profundo que parecían casi negros, bastabte atractivo para ser real, lo observaban con una mezcla de severidad y curiosidad.

—¿Quién eres? —preguntó Kael, tratando de recuperar el aliento.

—Mi nombre es Mael —respondió el desconocido, dando un paso hacia la esfera, aunque sin tocarla—. Y si quieres seguir con vida... tendrás que confiar en mí.

Kael sintió que la cámara se volvía más pequeña, como si las paredes se cerraran. Había algo en la voz de Mael, algo que sonaba tanto a advertencia como a promesa.

—¿Qué es esta esfera? —preguntó Kael, con voz temblorosa.

Mael lo miró con intensidad, sus ojos brillando a la luz azulada del cristal.

—Es el principio... y el fin. Y acabas de ponerlo todo en marcha.



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En el texto hay: fantasia, romance, magia

Editado: 06.08.2025

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