Kael miraba fijamente a Mael, con el corazón martillando en su pecho. El silencio en la cámara subterránea era tan profundo que incluso la vibración de la esfera parecía un murmullo lejano. La luz azulada proyectaba sombras danzantes en las paredes, recortando los rasgos de Mael con un aire casi fantasmal.
—¿Qué quieres decir con que lo he puesto todo en marcha? —preguntó Kael, su voz reverberando en el eco de piedra.
Mael soltó un suspiro, como si llevara siglos cargando un secreto demasiado pesado. Caminó alrededor de Kael, observándolo de arriba abajo, con la mirada aguda y recelosa.
—Nada en este mundo ocurre por casualidad —dijo finalmente—. Has sido llevado hasta aquí porque la esfera... te eligió.
Kael negó con la cabeza, incrédulo.
—Eso no tiene sentido. Soy solo un chico de Liora. No soy nadie importante.
Mael esbozó una sonrisa ladeada, sin humor.
—Justamente por eso eres importante.
Se detuvo junto al pedestal y extendió la mano hacia la esfera, aunque no llegó a tocarla. Las runas que flotaban en su superficie parpadearon con mayor intensidad, como si reconocieran su presencia.
—Hace unos años —continuó Mael, bajando la voz— existía un cuarto reino, más antiguo y más sabio que los tres imperios. Cai. Sus habitantes no controlaban los elementos, ni la materia... pero su magia estaba ligada al equilibrio mismo de todas las cosas. Cuando estalló la guerra entre los imperios, Cai desapareció. Algunos dicen que fue destruido, otros que se ocultó en otro plano. Nadie lo sabe con certeza.
Kael tragó saliva.
—Mi abuela hablaba de Cai. Decía que venimos de allí. Que mi familia...
—No "venimos". Tú vienes —interrumpió Mael, mirándolo con intensidad—. Tu sangre es de Cai, Kael. Por eso la esfera reaccionó contigo. Y por eso, si te descubren los imperios, no dudarán en cazarte.
Kael retrocedió un paso. Su mente era un torbellino de preguntas. Nunca había sentido que pertenecía a Liora... pero esto era demasiado.
—¿Por qué me cazarían?
Mael clavó su mirada en él.
—Porque los imperios temen lo que no entienden. Y tú... podrías ser la chispa que destruya el equilibrio que han mantenido por siglos.
Kael inspiró hondo, aún temblando, y lo miró con sospecha.
—¿Y tú? ¿Qué hacías aquí? ¿Por qué estabas en este lugar al mismo tiempo que yo?
Mael bajó la mirada, como si le costara decidir cuánto revelar. Finalmente murmuró:
—Porque… llevo meses siguiendo las señales. Hubo movimientos extraños en el Imperio de las Mareas. La esfera había sido detectada… y sabían que alguien de sangre antigua la reclamaría tarde o temprano. Vine aquí para interceptar a quienquiera que la encontrara. No esperaba que fueras tú.
Kael abrió la boca para replicar, pero un estruendo resonó en la entrada de la cámara. Fragmentos de roca se desprendieron del techo. Voces gritaban desde el túnel.
—¡Por aquí! ¡Luz mágica! ¡Rápido!
Mael se tensó de inmediato. Su mano se movió con un gesto rápido, y una corriente de aire helado barrió la cámara, apagando los símbolos luminosos en las paredes. Solo la esfera seguía brillando débilmente.
—Tenemos que irnos —susurró Mael—. Ahora.
—¿Quiénes son? —preguntó Kael, mientras Mael tiraba de su brazo.
—Soldados del Imperio de los Elementos. No pueden vernos con la esfera. Si se hacen con ella... empezará una guerra peor de la que imaginas.
Kael miró hacia atrás. La esfera flotaba sola en el pedestal, pulsando lentamente. Algo dentro de él se resistía a dejarla.
—¡Espera! —exclamó—. ¿Y la esfera?
Mael frunció el ceño.
—Llévatela. Tú eres el único que puede manejarla.
Kael sintió una punzada de miedo. Extendió la mano y, al envolver sus dedos alrededor de la esfera, la sintió liviana y cálida, como si hubiera sido hecha para encajar en su palma. Al instante, un leve resplandor comenzó a envolverlo.
—¡Por aquí! —gritó Mael, arrastrándolo hacia una grieta apenas visible entre dos paredes de roca.
Atravesaron un estrecho pasadizo, agachados, mientras las voces de los soldados retumbaban tras ellos. Kael escuchó órdenes, pasos, armas desenvainadas. Sintió que cada latido de su corazón era tan fuerte que delataría su posición.
Tras varios giros, emergieron en el exterior, bajo la luz tenue de la luna. El bosque susurraba alrededor, mecido por el viento nocturno. Mael lo sujetó del hombro.
—Escúchame, Kael. No puedes volver a Liora. A partir de ahora, eres un objetivo. Tienes algo que todos quieren... y que nadie debería tener.
Kael lo miró, con la esfera todavía luminosa entre sus manos.
— ¿y mi abuela? ¿a ella no la buscaran? ¿y a dónde vamos?
Mael lo miró con esos ojos intensos, tan oscuros como el cielo nocturno.
— Ella estara bien, solo siguen tu rastro, apresurate iremos a buscar respuestas. Y a encontrar aliados... antes de que los imperios nos encuentren primero.
A lo lejos, luces anaranjadas empezaron a encenderse entre los árboles. Antorchas. Los soldados estaban cerca.
Mael apretó los labios.
—Muévete. O no viviremos para ver el amanecer.
Mientras corrían bajo la copa de los árboles, Kael sintió el peso de la esfera vibrando contra su pecho, donde la había guardado bajo la túnica. Cada paso lo alejaba de su vida anterior. La luna se filtraba entre las ramas, dibujando caminos de plata sobre la tierra.
No habían avanzado mucho cuando un sonido suave, casi imperceptible, les hizo detenerse. Una figura se deslizó entre los árboles, alta y delgada, con movimientos felinos. De su cuerpo parecía emanar un resplandor tenue, blanco y azulado. Tenía grandes ojos, ovalados, que parpadeaban con un brillo inteligente.
Kael contuvo el aliento
—¿Qué es eso? —susurró.
Mael se tensó.
—Un Seryn. Criaturas de Cai. Creía que estaban extintas.
La criatura los observó, ladeando ligeramente la cabeza. Luego, sin previo aviso, habló con una voz suave, casi musical: