Los Tres Imperios Y El Legado De Cai

BAJO LA SONBRA DE LOS IMPERIOS

La noche se tornó densa y húmeda mientras Kael y Mael corrían entre troncos retorcidos y raíces que parecían manos saliendo de la tierra para atraparlos. El bosque, iluminado por fragmentos de luna, susurraba sonidos desconocidos: crujidos de ramas, aleteos repentinos, el rumor lejano de agua corriendo.

Kael apenas podía respirar. Cada paso lo sentía pesado, el artefacto oculto bajo su ropa pulsando con una calidez que parecía latir como un corazón propio. Miró a Mael, que avanzaba ágil como un felino, siempre girando la cabeza, atento a cualquier movimiento.

—¡Detente un segundo! —jadeó Kael, apoyándose en un árbol. El sudor le corría por la frente, mezclándose con tierra y hojas. —No... puedo más...

Mael se detuvo, respirando apenas alterado. Lo miró con severidad, aunque sus ojos mostraban un destello de comprensión.

—No podemos quedarnos quietos, Kael. Si los soldados del Imperio de los Elementos nos encuentran, no habrá bosque suficiente para escondernos.

Kael bajó la mirada. Sus piernas temblaban. Toda su vida había sido normal, rutinaria... hasta hacía unas horas.

—¿Por qué yo? —preguntó en voz baja—. ¿Por qué no elegiste a alguien más fuerte, más preparado?

Mael se acercó y le puso la mano en el hombro.

—Porque no funciona así. La esfera no elige a quien quiere... elige a quien necesita.

Kael tragó saliva, intentando asimilar esas palabras. Iba a replicar algo cuando un rugido profundo sacudió el aire. Las hojas temblaron sobre sus cabezas. Un destello rojizo iluminó el bosque, y un árbol cercano explotó en astillas ardientes.

—¡Cúbrete! —gritó Mael, empujándolo al suelo.

Desde las sombras, surgieron tres soldados con armaduras ligeras de placas rojizas. Cada uno portaba lanzas de metal negro cuyas puntas brillaban con fuego líquido. El fuego parecía vivo, reptando por el metal como serpientes.

—¡Alto ahí! —gritó el soldado que iba al frente, con la insignia del Sol Abrasador en su pecho. —Entreguen el artefacto. No tienen adónde huir.

Kael contuvo el aliento. Sintió la esfera vibrar bajo su túnica. Mael, sin dudar, se interpuso entre él y los soldados.

—No saben lo que están buscando —dijo Mael, con voz firme.

El soldado sonrió con desprecio.

—Sabemos suficiente. El Consejo Elemental pagará fortunas por esa esfera... o por el cadáver de quien la lleve.

Los soldados levantaron sus lanzas. El fuego crepitó, extendiéndose como látigos ardientes. Kael retrocedió, temblando.

Pero antes de que pudieran atacar, Mael extendió ambas manos hacia el suelo. Una brisa helada brotó de su cuerpo. La temperatura descendió bruscamente. El vapor de su aliento se volvió visible. La llama en las lanzas chisporroteó y se apagó en un chorro de escarcha.

—¡Magia de Cai! —exclamó uno de los soldados, con pánico en los ojos.

—¡Retirada! —gritó el líder, mientras retrocedían entre los árboles.

Mael no se movió. Su rostro estaba pálido, los labios tensos. Pequeñas escarchas brillaban en su pelo oscuro.

Kael lo miró, impactado.

—¿Tú también eres de Cai?

Mael bajó la mirada, como si le costara responder.

—Es complicado. —Se giró bruscamente—. Tenemos que seguir. Usar mi magia me ha delatado. Ahora sabrán exactamente dónde estamos.

Kael sintió una punzada de pánico.

—¿Por qué? ¿Cómo?

Mael lo miró con gravedad.

—Porque cualquier uso de magia fuera de los Imperios deja una huella... y hay quienes pueden rastrearla.

Kael apretó la esfera contra su pecho.

—¿A dónde vamos?

Mael respiró hondo.

—Al norte. Hacia los límites del Imperio de mareas. Allí hay alguien que podría ayudarnos... alguien que sabe mucho más sobre Cai, y sobre lo que llevas en tus manos.

Kael parpadeó, confundido.

—¿Quién?

Mael lo observó un momento, como decidiendo si podía confiar en él por completo.

—Se llama Yara. Fue una guardiana de Cai... y quizá la última persona viva que entiende cómo usar el artefacto sin destruirnos a todos.

Kael sintió un escalofrío.

—¿Y si no quiere ayudarnos?

Mael entrecerró los ojos.

—Entonces, estamos perdidos.

Un viento frío sopló entre los árboles. Lejos, en la dirección de donde venían, el bosque se iluminó otra vez con llamas. El Imperio de los Elementos seguía buscándolos.

Mael asintió hacia el norte.

—Vamos. Antes de que encuentren refuerzos.

Mientras se adentraban entre las sombras, Kael sintió la esfera vibrar otra vez. En su mente surgió, apenas un susurro, una voz desconocida:

Encuéntrame. Antes de que lo hagan ellos.

Se estremeció. Miró a Mael, que caminaba adelante, silencioso y alerta.

Nada volvería a ser igual.

Mientras caminaban, el bosque parecía volverse cada vez más silencioso. Kael iba justo detrás de Mael, observando la forma en que su capa gris se balanceaba a cada paso, el modo en que sus hombros se tensaban cada vez que algún sonido rompía el silencio. A pesar del miedo que latía en su pecho, no podía ignorar una sensación nueva que crecía en su interior: una mezcla de curiosidad, nerviosismo… y algo cálido que no sabía cómo nombrar.

Mael se detuvo de pronto y alzó una mano, obligándolo a parar. Se agachó, atento, con los sentidos agudizados. Kael, intentando no hacer ruido, se inclinó a su lado. Podía sentir la cercanía de Mael, su presencia firme.

—Hay alguien siguiendo nuestros pasos —murmuró Mael, apenas audible.

Kael tragó saliva. Su respiración se aceleró. Mael giró el rostro hacia él, tan cerca que Kael pudo distinguir las diminutas motas plateadas en sus iris azul oscuro. Durante un segundo, Kael sintió el mundo detenerse a su alrededor.

—Kael… —dijo Mael, en voz muy baja—. Si algo pasa… corre. No mires atrás.

—No —susurró Kael, más firme de lo que esperaba—. No voy a dejarte solo.

Mael apartó la mirada de inmediato y se incorporó, tenso.

—Eres demasiado terco para tu propio bien —dijo, sin rastro de sonrisa esta vez.



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En el texto hay: fantasia, romance, magia

Editado: 06.08.2025

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