El eco de la explosión aún resonaba débilmente en las ruinas cuando Yara se alejó del círculo de piedra, tambaleándose levemente. Apoyó la mano en la pared y se limpió la sangre que le goteaba de la ceja.
—Tenemos que salir de aquí —dijo, con la voz ronca—. No tardarán en enviar refuerzos.
Kael seguía arrodillado, jadeando, mientras Mael lo sostenía por los hombros. El pulso de Kael latía desbocado. Cada latido era como un tambor en su cabeza.
—No sabía que podía... hacer eso —susurró Kael, casi temblando.
Mael lo observó intensamente, su frente rozando casi la de él.
—Te lo dije: tienes algo dentro... algo grande. Pero también muy peligroso —le dijo, con la voz cargada de emoción—. No dejes que te controle.
Kael tragó saliva, con lágrimas asomando a sus ojos.
—No quiero lastimar a nadie, Mael... Ni a ti.
Mael bajó la mirada, como si esas palabras le dolieran. Yara, mientras tanto, se giró hacia ellos, más severa que nunca.
—No tenemos tiempo para tus crisis existenciales, Kael —le espetó—. Necesitamos movernos. Ahora.
Kael se puso de pie, aunque sus piernas temblaban. Mael lo sujetó, casi en un abrazo disimulado, y lo ayudó a caminar. Salieron del recinto subterráneo, subiendo por un corredor oscuro que olía a musgo y piedra húmeda. Cada paso resonaba como un trueno en la penumbra.
Al fin emergieron en el exterior, entre montañas negras que se alzaban como colmillos contra el cielo. La noche estaba despejada, y la luna derramaba luz plateada sobre el mundo.
Kael alzó la vista. Aquella belleza le dolía en el pecho, como un recordatorio cruel de lo cerca que habían estado de la muerte.
—¿A dónde vamos? —preguntó con voz temblorosa.
—A un lugar donde nadie pueda oírnos —respondió Yara—. Tenemos que hablar de tu sangre.
Kael se detuvo en seco.
—¿De mi qué?
Yara suspiró, con cansancio.
—Mael... dile tú.
Mael apartó la vista, como si deseara estar en cualquier otro lugar. Finalmente, habló:
—Kael... tú no eres solo un campesino de Liora. Tu familia viene de Cai. Eres... uno de los Herederos del Núcleo.
Kael lo miró, sin comprender.
—¿Qué significa eso?
Yara intervino, impaciente:
—Significa que en tu sangre corre la misma energía que alimenta la esfera. El Núcleo de Cai no solo es un artefacto: es un pedazo del antiguo corazón de tu gente. Si aprendes a manejarlo, podrías despertar poderes que ninguno de nosotros posee.
Kael negó con la cabeza.
—¡Yo no quiero nada de esto! ¡Solo quiero volver a mi vida!
Yara soltó una carcajada amarga.
—No hay vuelta atrás, Kael. No después de lo que hiciste hoy.
Kael apretó los puños. Sus ojos se llenaron de lágrimas. Mael lo sujetó por los hombros, acercándose tanto que Kael sintió su respiración cálida en el rostro.
—Kael... no tienes que hacerlo solo —le dijo Mael, con voz suave—. No voy a dejarte. Nunca.
Yara se cruzó de brazos, observándolos con una mezcla de fastidio y resignación.
—No tenemos tiempo para esto —gruñó—. Hay algo más que tienes que saber, Kael. Sobre tu familia... y sobre por qué los Imperios te quieren muerto.
Kael lo miró, con el corazón latiendo desbocado.
—¿Qué es lo que no me han contado?
Yara lo miró con dureza.
—Que tu padre... no murió como crees. Ni tu madre tampoco. Ambos fueron parte de una rebelión que casi destruyó los tres imperios. Y estos creen que tú eres la llave para terminar lo que ellos empezaron.
Yara soltó una risita seca, cargada de un filo irónico.
—Ay, Kael… ¿De verdad creíste esa historia tan bonita que te contaron? Que tus padres murieron en un “accidente en las minas de sal” de Liora… o que los mataron bandidos en el camino a Ishkadar… —Chasqueó la lengua, con fastidio—. Eso fue lo que hicieron circular los Imperios. Una mentira cómoda para esconder lo que en realidad sucedió.
Kael la miró, con los ojos muy abiertos, sin poder pronunciar palabra.
—Tus padres —prosiguió Yara, su voz endureciéndose— fueron figuras clave en la rebelión de Cai. Querían revelar secretos que podrían haber hecho caer los tres imperios. Hablaron demasiado sobre el Núcleo… y sobre las verdades que los Regentes, los Emperadores y los Custodios quieren mantener enterradas.
Se detuvo un segundo, con la mirada perdida, como recordando.
—La rebelión estaba liderada por alguien… brillante. Carismático. Un hombre llamado Lysandor. —Bajó la voz hasta casi un susurro—. Y créeme… no todos los rumores sobre él están equivocados. Ni sobre lo que planeaba hacer con el Núcleo.
Mael entrecerró los ojos, con tensión en el rostro.
—Basta, Yara. No es el momento.
—Sí lo es —replicó ella, fulminándolo con la mirada—. Kael tiene derecho a saber que sus padres no murieron como mártires inocentes… sino como insurgentes cazados como bestias.
Kael tragó saliva, sintiendo un frío helado treparle por la columna.
—¿Estás diciendo… que mis padres… lucharon contra los Imperios?
—Y murieron por ello —respondió Yara, implacable—. Los atraparon en Theros. Se dice que fue Lysandor quien los vendió… o quizá fue todo parte de un plan mayor. Nadie lo sabe con certeza. Solo que después de eso… la rebelión se ahogó en sangre. Y desde entonces, cada imperio te vigila, Kael. Por lo que podrías ser. Por lo que podrías terminar.
Kael sintió que el suelo se abría bajo sus pies. La esfera, aún guardada bajo su túnica, parecía pesar mil veces más.
Yara suspiró.
—Tú eres el último cabo suelto. Y ahora… todos quieren atarte. O cortarte.
Kael se quedó paralizado. Sintió que el mundo giraba bajo sus pies.
—No... no puede ser... —murmuró.