El sol apenas despuntaba cuando Kael, Mael y Yara partieron de las montañas negras. Atravesaron senderos serpenteantes, dejando atrás la fría soledad de las rocas. Y con cada paso hacia el este, el mundo se volvía más grande, más vibrante... y más peligroso.
El aire estaba fresco, cargado del aroma a musgo húmedo y hojas recién agitadas por el viento. Cada paso sobre el suelo boscoso producía un leve crujir, como si el bosque respirara con ellos.
Mientras avanzaban, Yara empezó a hablar. Su voz, normalmente afilada, sonaba casi reverente.
—Antes de llegar a Theros, debes entender en qué mundo te estás metiendo, Kael. Los Tres Imperios no son solo nombres en un mapa. Cada uno es un universo distinto.
Kael la miró, intrigado. Mael, por su parte, caminaba con el ceño fruncido, siempre atento a cualquier ruido entre los árboles.
El Imperio de los Elementos
—Empecemos por el Imperio de los Elementos —dijo Yara—. Su capital es Ishkadar, una ciudad que arde y fluye al mismo tiempo. Allí los templos están construidos con piedra negra y canales de agua fundida recorren las calles, iluminando todo con un resplandor rojo y azul.
Kael se detuvo, boquiabierto ante la descripción.
—¿Agua... fundida?
—Magia pura —explicó Mael—. Han dominado el fuego y el agua como si fueran la misma cosa.
Yara se acomodó la capa sobre los hombros y continuó, bajando un poco la voz, como si temiera que el bosque mismo pudiera escucharla.
—La gente del Imperio de los Elementos… son fieros. Nacen con la sangre ardiente o con la calma helada del agua. Son apasionados, intensos, y viven cada emoción como si fuera fuego. Suelen ser directos, incluso bruscos, y se enorgullecen de no temerle a nada. Para ellos, el honor es tan importante como la magia.
Kael imaginó a hombres y mujeres de miradas ardientes caminando entre vapores rojizos, con ropas teñidas en tonos ígneos, como si llevaran fragmentos de fuego en sus telas.
Kael escuchó, fascinado, mientras Mael intervenía:
—Muchos de ellos pueden manipular pequeñas corrientes de agua hirviendo para curar heridas… o esculpir hielo como dagas. Entre sus élites, hay quienes mezclan fuego y agua para crear vapor tan denso y cortante como cuchillas. Se dice que algunos incluso pueden evaporar lagos enteros o invocar lluvias abrasadoras.
Yara asintió.
—Su comida es picante y ahumada, cargada de especias que queman la lengua o refrescan como el hielo. Cocinan sobre planchas ardientes de obsidiana, y beben infusiones heladas mezcladas con polvo volcánico. Todo es intenso allí: sabores, colores, emociones.
Un leve cosquilleo recorrió el paladar de Kael solo de escucharla, como si sintiera el ardor de aquellas especias en su lengua.
Kael tragó saliva, tratando de imaginarlo.
—¿Y… su gobierno? —preguntó.
—Gobierna la Emperatriz Nareen, Soberana del Trono Elemental —explicó Yara—. Una mujer implacable. Bella, dicen, como una llama azul, pero más peligrosa. Nadie ve su rostro sin su permiso. Dirige el Imperio con mano de hierro y fuego. Cree en el equilibrio de los elementos, pero también en mantener a raya a cualquier posible amenaza… y eso te incluye, Kael.
Mael añadió, en tono grave:
—Políticamente, son territoriales y desconfiados. Tienen espías en todas partes. Sus Cuatro Sellos no solo luchan… también negocian, extorsionan y eliminan enemigos políticos. Su fe es fanática. Creen que el Trono Elemental es sagrado, y que su imperio está destinado a gobernar sobre todos los demás… si es necesario, por medio de la guerra.
Yara esbozó una sonrisa fría.
—En Ishkadar, incluso las paredes escuchan, Kael. Nadie está a salvo de sus llamas… ni de sus mareas. Y su Ejército de los Cuatro Sellos...
Kael sintió que un escalofrío le recorría la espalda.
Mael se interrumpió. Un escalofrío recorrió su espalda.
—...es letal —completó Yara—. Son cuatro guardianes, uno por cada elemento mayor, entrenados para proteger el Trono Elemental. Nadie los ha derrotado jamás.
Kael tragó saliva.
—¿Y son ellos los que me buscan?
—Exacto —confirmó Yara—. Porque saben que lo que llevas dentro puede ser más poderoso que su propia magia.
Kael sintió que, con cada palabra, el aire parecía vibrar a su alrededor. Como si el fuego y el agua de Ishkadar susurraran desde muy lejos su nombre.
El Imperio de la Materia
Continuaron caminando. El sol ascendía lentamente, bañando el bosque en haces dorados.
—Después está el Imperio de la Materia —continuó Yara—. En sus ciudades, el aire está cargado de polvo metálico. Los edificios no se construyen... crecen. Son forjados por alquimistas que manipulan metales y minerales para darles forma viva.
Kael parpadeó.
—¿Edificios vivos?
—Muros que respiran, puertas que se abren solas, puentes que se tejen con cables de plata cuando necesitas cruzar un río —enumeró Mael, casi sonriendo—. Su capital, Argentalia, es una fortaleza tallada en un solo bloque de cristal negro y oro. A veces parece que late, como un corazón.