Los muros de Theros se alzaban ante Kael como un mar de piedra negra y plata. Torres delgadas rozaban las nubes, y velos translúcidos flotaban entre las calles, reflejando símbolos mágicos que danzaban en el aire. Era como entrar en otro mundo.
Kael apenas podía parpadear. Cada esquina parecía vibrar con energía. Había vendedores de talismanes brillantes, aprendices con túnicas azules llevando libros encadenados, y bestias aladas que sobrevolaban la ciudad.
—No te quedes quieto mirando, Kael —gruñó Yara, empujándolo ligeramente por la espalda—. Aquí no es seguro.
Mael caminaba a su lado, la mano siempre cerca de la empuñadura de su espada, su mirada girando sin descanso. Pero cada tanto, sus ojos se posaban en Kael… y había algo vulnerable en ellos.
Entraron en un callejón estrecho, iluminado solo por gemas flotantes que emitían un leve resplandor azul. Yara se detuvo en seco.
—Escuchen bien —dijo—. Aquí todo el mundo espía. Todo el mundo vende secretos. Nadie es quien dice ser. Theros es la capital de las decisiones… y de las traiciones.
Kael sintió un escalofrío.
—¿Por qué me trajiste aquí?
Yara se cruzó de brazos.
—Porque en Theros está la única persona que podría decirte quién eres realmente… y qué es el Núcleo.
Kael avanzó tras Yara y Mael, perdiéndose entre la multitud de Theros. A cada paso, la ciudad se volvía más abrumadora: edificios con muros enormes, mercados que flotaban sobre plataformas de cristal, aromas dulces mezclados con un leve tufo metálico.
Yara los condujo a través de un laberinto de pasajes estrechos, mientras Kael miraba a su alrededor, atónito. De pronto, algo se deslizó sobre su pie. Bajó la vista y vio un Luxilis, una criatura mágica parecida a un lagarto, pero con alas, escamas que brillaban como diamantes líquidos.
—¡Por los dioses! —exclamó Kael, saltando hacia atrás.
Mael se rió, y aunque el momento fue breve, su sonrisa iluminó sus rasgos tensos.
—Es solo un Luxilis. Roban anillos, pero son inofensivos… la mayoría de las veces. —Se inclinó, extendiendo la mano. El Luxilis trepó por su brazo y se acomodó en su hombro, revoloteando las alas.
Kael lo miró, maravillado.
—¿Cómo haces para…?
—Se trata de no mostrar miedo —dijo Mael, bajando la voz, sus ojos clavados en los de Kael—. Aunque por dentro estés hecho pedazos.
Kael contuvo el aliento. Los ojos de Mael eran tan intensos que sintió calor treparle por el cuello. Iba a decir algo, pero Yara interrumpió con su tono seco:
—Dejen de perder el tiempo. Esto es serio.
Mael se apartó de golpe, aunque sus dedos rozaron la muñeca de Kael casi sin querer. Kael sintió una corriente eléctrica recorrerle el brazo.
Llegaron a un edificio circular, de piedra azulada, con faroles mágicos que chisporroteaban con luz violeta. Sobre la puerta, un letrero rezaba en letras ondulantes:
La Taberna de los Susurros
—Aquí todo se compra y se vende —susurró Yara—. Información, secretos… o vidas.
Kael tragó saliva. El interior estaba abarrotado de mesas y de figuras encapuchadas. Entre el humo flotaban fragmentos de conversaciones:
“…el Regente de las Mareas negocia con Materia…”
“…un ejército entero desaparecido cerca de Vaelora…”
“…el Ejército de los Cuatro Sellos ha sido visto en Theros…”
Yara se acercó a la barra. La tabernera, una mujer alta con cabello blanco como la sal, la miró fijamente.
—¡Cuánto tiempo! ¿Qué quieres, Yara?
—Necesito hablar con Vairon. Dile que tengo al chico.
La tabernera entrecerró los ojos.
—¿Estás loca? Si el Imperio de los Elementos se entera…
—Díselo —replicó Yara, cortante.
La mujer desapareció tras una cortina de cuentas.
Mientras esperaban, Mael acercó su rostro al de Kael. Su voz fue apenas un susurro:
—Ten cuidado. Theros está llena de agentes dobles. Incluso Yara podría…
Kael lo interrumpió, mirándolo fijamente.
—¿Tú confías en ella?
Mael bajó la mirada.
—Confío en que no me mate mientras duerma. Eso es lo máximo que puedo concederle.
—Y… ¿en mí confías? —preguntó Kael, casi sin darse cuenta.
Mael lo miró, sus pupilas dilatadas. Durante un latido, pareció que iba a decir algo importante. Pero solo susurró:
—Más de lo que debería. —Y sus dedos rozaron los de Kael bajo la mesa, como por accidente.
Antes de que pudieran hablar más, la tabernera regresó.
—Vairon os verá. Pero si me preguntas, Yara… esto va a traer ruina sobre todos nosotros.
Subieron unas escaleras angostas hasta una sala circular. Allí, rodeado de velos plateados, estaba Vairon. Un hombre alto, delgado, con piel cobriza y ojos grises tan claros que parecían espejos. Llevaba una capa negra salpicada de puntos brillantes como estrellas.
—Yara… cuánto tiempo —dijo, con voz suave.
—Vairon, él es Kael. Él posee parte del Núcleo de Cai, pero eso ya lo sabes supongo.
Vairon ladeó la cabeza, estudiando a Kael como si fuera una pieza valiosa.
—Así que… el Heredero del Núcleo. Cuánto caos vas a traer, muchacho.
Kael tragó saliva.
—¿Tú sabías… quiénes eran mis padres?
—Claro —respondió Vairon, sonriendo apenas—. Eran piezas clave en el equilibrio de los tres imperios. Y su muerte… dejó un vacío que nadie ha podido llenar.
Kael frunció el ceño.
—¿Por qué? ¿Por qué me buscarían los imperios?
Vairon entrecerró los ojos.
—Porque lo que llevas dentro, Kael, no es solo energía. Es la clave para decidir qué imperio gobernará sobre los demás. El Núcleo es más que un fragmento de poder. Es memoria viva. Es… voluntad. Cada pedazo del Núcleo guarda secretos distintos y hay… otros fragmentos, repartidos entre los imperios, aunque pocos admiten su existencia. Y hay quien dice que el Núcleo puede despertar… algo dormido bajo Vaelora.
Kael lo miró, horrorizado.
—¿Qué es ese “algo”?
—Una entidad —murmuró Vairon—. Una voluntad tan antigua que si despierta, arrasará tierra, mar y cielo… y fundará un nuevo imperio sobre las cenizas.