Los Tres Imperios Y El Legado De Cai

AL FILO DE LAS CORRIENTES

El rugido de las armaduras llenó el taller de Thalen mientras los soldados irrumpían, las armas de coral resplandeciendo bajo la luz azulada.

—¡Por orden del Consejo, nadie se mueve! —gritó el líder, apuntando su lanza hacia Thalen.

Thalen alzó las manos, una sonrisa torcida en los labios.

—Bueno… supongo que fue divertido mientras duró.

Pero antes de que los soldados pudieran avanzar, Yara lanzó una daga. Impactó contra una lámpara de cristal suspendida sobre sus cabezas. El objeto estalló en mil fragmentos, liberando una nube de polvo luminoso.

—¡Kael, corre! —rugió Mael, tirando de su brazo.

Todo se convirtió en caos. Voces, luces, el zumbido de armas energéticas. Thalen desapareció entre un velo de polvo brillante, riendo como un loco. Kael apenas alcanzó a ver a Yara abrir una puerta secreta en la pared, antes de sentir las manos de Mael empujándolo por el pasaje.

Corrieron por un túnel oscuro, las pisadas resonando sobre el coral húmedo. La respiración de Kael se convertía en nubes blanquecinas en el aire frío.

Finalmente, Yara cerró el panel tras ellos, y el estruendo de los soldados quedó apagado.

—Esto no los detendrá por mucho tiempo —jadeó Yara, limpiándose un corte sangrante en el brazo—. Tenemos que desaparecer.

Kael se apoyó en la pared, temblando.

—No… no podemos seguir corriendo. —Su voz se quebró—. No quiero más secretos. ¡Quiero saber la verdad!

Mael lo miró, con la respiración agitada. Sus ojos eran dos brasas llenas de algo entre furia y miedo.

—Kael…

Pero Yara se interpuso.

—¡Basta, los dos! —exclamó con voz cortante—. Esto ya no es solo tu búsqueda, Kael. Si Thalen tenía razón, alguien del Consejo Interno está detrás de todo. Y si están movilizando soldados… significa que estamos a un paso de que nos cierren todas las salidas.

Kael tragó saliva, intentando calmar el temblor en sus manos.

—¿Qué hacemos entonces?

Yara bajó la voz, el ceño fruncido.

—Tenemos que entrar a la Cámara de Corrientes.

Kael parpadeó, confundido.

—¿La qué?

—La sede secreta del Consejo Interno —explicó Yara—. Allí guardan las grabaciones, las actas selladas… los nombres. Si hay alguien que nos tendió la trampa en Vaelora, su huella estará ahí.

Mael respiró hondo, como si esa idea le doliera.

—Es una locura. Está llena de barreras mágicas, guardias… y si nos atrapan allí dentro, estamos muertos.

Yara lo miró con dureza.

—¿Tienes una mejor idea?

Kael los observó a ambos, el pulso retumbándole en los oídos. El Núcleo palpitaba bajo su pecho, enviando chispas de energía por sus venas. Sintió una punzada de determinación.

—No pienso seguir huyendo. —Clavó la mirada en Mael—. Si la Cámara de Corrientes es donde están las respuestas… iremos.

Mael apartó la vista, tensando la mandíbula. Yara asintió, respirando hondo.

—Habrá que planearlo. Los accesos están protegidos por sellos de agua viva. Necesitaremos las marcas de paso… y distracciones. Y —añadió con ironía— un par de milagros.

Kael cerró los ojos un instante, intentando ahogar el vértigo que le subía por el pecho. Cuando los abrió, encontró los ojos de Mael fijos en él. Había algo quebrado en esa mirada, como si estuviera a punto de confesar un crimen.

—Mael… —murmuró Kael, acercándose un paso—. ¿Qué pasa contigo?

Mael titubeó.

—Kael, yo…

Kael le tomó la mano, entrelazando sus dedos con los de Mael, firme, como si necesitara anclarse a algo más fuerte que el miedo. Sus ojos, brillantes bajo el reflejo azul del agua que ondulaba sobre sus cabezas.

—Dime algo… —susurró, con la voz quebrada—. Si llega el momento… y tienes que elegir entre salvarme a mí… o salvar al mundo…

Sus ojos se llenaron de una súplica vulnerable.

—Miente… y dime que me elegirás a mí.

Mael lo miró, y durante un instante pareció que iba a apartar la vista. Pero no lo hizo. Sus ojos se llenaron de lágrimas, brillando con un dolor tan profundo como el mar que los rodeaba.

—No necesito mentir… —dijo Mael, con la voz temblorosa—. Siempre… te elegiría a ti.

Las lágrimas cayeron silenciosas por su rostro mientras sus manos apretaban las de Kael, como si temiera soltarlas y perderlo para siempre.

Mael se quedó helado. Por un momento, todo el corredor pareció contener el aliento. Luego bajó la cabeza, sus labios tensos.

—Deberdad puedo confiar plenamente en ti?. Pregunto kael —Su voz se quebró, apenas audible—.

Mael sintió el estómago anudarse. Pero antes de poder contestar, Yara se aclaró la garganta.

—Vámonos. Si esos soldados nos alcanzan aquí, ni todo el Núcleo podrá salvarnos.

Se internaron de nuevo en los túneles, las luces acuosas de Vaelora proyectando sombras danzantes sobre los muros. Y mientras avanzaban, Kael sintió que el destino lo estaba empujando, inexorable, hacia la Cámara de Corrientes… y hacia las verdades que podrían romperlo.

Y, entre los latidos frenéticos de su corazón, solo una certeza lo mantenía firme: que no podía —ni quería— abandonar a Mael, aunque el mundo entero se hundiera bajo el mar.

Avanzaron durante casi media hora, hasta que Yara los condujo a una cámara secundaria, pequeña y abovedada, oculta tras una puerta de coral semi sellada. Allí dentro, el murmullo del océano era apenas un susurro. Grandes corales grises cubrían las paredes, amortiguando cualquier eco. Kael se dejó caer sobre una roca lisa, jadeante.

—Aquí podremos hablar —dijo Yara, apoyándose contra la pared, limpiándose con un trapo ensangrentado el corte del brazo.

Kael se frotó el rostro, intentando aclarar su mente.

—¿Cómo entraremos a la Cámara de Corrientes?

Yara extrajo el pergamino y lo extendió sobre una superficie de coral. Los símbolos espirales resplandecieron tenuemente.

—Este sello… es como una llave. Bueno podemos intentarlo. Si lo sostenemos frente a los umbrales de la Cámara, podría engañar los sellos mágicos y permitirnos el paso.



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En el texto hay: fantasia, romance, magia

Editado: 08.12.2025

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