El poco dinero que tenía se esfumaba, y los trabajos escaseaban. La renta. Ese era el monstruo que no quería nombrar, pero era inevitable pensarlo, y más inevitable aún era contener las lágrimas.
Estaba muriéndome de hambre. La última ración de comida la había terminado ayer. Mi estómago ardía, rugía con una furia más fuerte que la de un león.
Mi amiga, Patricia, me estaba apoyando, pero la culpa me carcomía; ella tenía dos hijos que alimentar. A veces guardaba silencio para no preocuparla, aunque muchas otras me había sugerido un "trabajo" que podría interesarme. No podía negar mi terror. No era un secreto a lo que Patricia se dedicaba: vendía su cuerpo por dinero.
Pensar en ello era una batalla campal en mi cabeza, una lucha brutal entre el hambre atroz y mis principios inquebrantables. Por eso estaba aquí, terminando la entrevista para un puesto de secretaria ejecutiva.
—Le estaremos llamando —pronunció el hombre que me entrevistaba, aunque sus ojos estaban fijos en la rubia voluptuosa a mi lado, cuyo carisma desbordaba, tan opuesta a mi personalidad introvertida.
Este trabajo era de ella. Lo sabía. Me sentía inútil por carecer de esa belleza "convencional" que sin duda haría la vida más fácil. Este puesto era mi última bala. Si no me contrataban, mi plan B sería aceptar el consejo de mi mejor amiga.
Resoplé, aturdida. ¿Era esto lo correcto? A veces no teníamos más opción que tomar decisiones equivocadas. No me iba a morir de hambre, y me rehusaba rotundamente a doblegarme y terminar humillada por mi padre Narcisista. Jamás.
—Háblame de esa plataforma —le pedí, entrando y cerrando la puerta a mi espalda, con la respiración entrecortada por la desesperación.
—Espera, Enola —dijo, confusa—. ¿Estás segura de que esto es lo que quieres?
Con el dolor de mi alma, asentí con profunda inseguridad. No quería venderme, pero tampoco quería morir de inanición. La universidad estaba en pausa por falta de recursos. La desesperación me estaba consumiendo. No podía convertirme en una indigente.
—Por desgracia, Paty —afirmé, abatida—, no me dan trabajo en ningún lado y mi estómago duele y ruge... Además, me cancelaron la beca de la universidad.
Me miró con pesar. Me avergonzaba no poder ser una adulta autosuficiente. Sabía que el control de mi padre, camuflado de "protección", me afectaría algún día, pero nunca imaginé que sería justo ahora, en medio de mi preparación para ser una profesional.
—¿Por qué no me dijiste que no tenías para comer? No seas así, Enola. Eres mi amiga.
—Es que me da pena —mordí mi labio sintiendo el escozor de las lágrimas—. No quiero ser una carga para ti, tienes dos hijos.
—No, no... Jamás serás una carga, Eli —tomó mis brazos y me guió a la cama—. Eres tan ingenua, demasiado inocente para entrar en este mundo pervertido, Enola. A veces me arrepiento de haberte hablado de esto... Perdóname, no medí mis palabras.
Lloré. No solo por el miedo a lo que me pasaría si elegía ese camino, sino por lo sola y desprotegida que me sentía. Mi futuro dependía solo de mí. Para una joven de dieciocho años con un padre narcisista y una madre negligente, era imposible espabilar. El daño de la sobreprotección no me había permitido prepararme lo suficiente.
—No, no me digas eso. Yo quiero entrar, quiero ganar dinero. Estoy desesperada, al diablo con todo.
—Esto es dinero fácil, pero hay un precio grande que pagar —reveló—. No es fácil ser la mujer que vende su cuerpo.
Su mirada se cristalizó.
—Estoy dispuesta a pagar el precio, Paty, solo dime qué debo hacer, amiga.
Me dedicó una mirada que todavía gritaba: Esto no es para ti, escapa antes de que sea demasiado tarde.
—La plataforma se llama Sugar Daddy —dijo, soltando mi mano y buscando la computadora—. Es una plataforma privada y segura...
—¿Estás diciendo que no es pública? —cuestioné con curiosidad, prestando atención a la pantalla—. ¿Puedo ser una de esas mujeres, pero con un perfil bajo?
—Bueno, depende —contestó—. La app es para trabajar todos los días, si quieres, con hombres normales... Sin embargo, si tienes suerte, puedes escalar a estar con hombres que van a poner el cielo a tus pies.
—¿Es como vender, pero sin estar parada en una esquina? —me reí—. Al menos mi dignidad no se ha terminado lo suficiente para hacer ese tipo de cosas.
—Es que hay diferentes tipos de mujeres que ejercen este trabajo. Nosotras somos las de bajo perfil. Si tienes suerte y un hombre pudiente te elige, entonces puedes debutar como Sugar Baby.
—¿Sugar Baby?
—Sí, Enola, pero tienes que tener mucha suerte para eso. No todas alcanzan el VIP y la popularidad... Yo no he podido, y me he convertido en una zorra barata.
—Pues si eso implica solo acostarse con un hombre, entonces quiero aspirar a ser Sugar Baby —comenté con una decisión recién adquirida—. ¿Qué es lo que debo hacer?
—Lo primero es crearte un perfil, subir unas fotos y listo. Esperar a que esos hombres te vuelvan popular para atrapar a tu Sugar Daddy.
—¿Fotos desnudas?
Mis mejillas se encendieron y cerré los ojos, negando. Era demasiado tarde para arrepentirse.
—¡No, ¿cómo crees?! Esa app cuida la privacidad de sus usuarias. Fotos normales, vestida de lo que tú quieras. Nadie sabe cuál sea la fantasía de cada hombre.
—¿Es como un catálogo? —cuestioné—. ¿Y cómo demonios me haré esas fotos? Ni siquiera tengo para comer.
Sonrió, moviéndose por toda la habitación, buscando cosas para armar un estudio improvisado.
—No te preocupes, aquí tengo todo lo necesario para hacer unas fotos de impacto, amiga.
(...)
Esperaba que esto diera resultado.
Después de subir todas esas diferentes fotos en la plataforma, vestida de lo que se suponía serían las fantasías de mis prospectos, empecé a sentirme ridícula. Me resultaba totalmente incómodo mirarlas... Imaginaba a los hombres detrás de la pantalla, morboseando mis fotos, y el asco me revolvía el estómago.
#265 en Novela romántica
#111 en Chick lit
romance erótico drama, romance erotico dolor lagrimas, bebesecreto
Editado: 20.12.2025