Boran Sabanci
Una vibración de mi celular me sacó de mis pensamientos. Era esa maldita app que me descargó Samir, un lugar donde abundaban esas mujeres que se vendían. Todas eran unas prostitutas interesadas… Sin embargo, yo era un mejor amigo y tenía que soportar esto. Solo era por un mes, un mes, y ni siquiera tenía doce horas de estar descargada en mi celular, y esas mujeres ya me habían convertido en una figura popular.
Samir creó mi perfil basándose en lo que yo era: un hombre con sus riquezas. Por eso, esas mujeres estaban vueltas locas, como carroñeras esperando alguna tajada de carne.
—¿Hola? —dije al descolgar el teléfono.
Entonces él se rió de una manera maliciosa y escandalosa, lo cual provocó que alejara mi teléfono de mi oído.
—¿Ya viste la mujer hermosa que te dio su corazón? —cuestionó entre risas burlonas.
Me enojé.
—¿Su corazón? No seas ridículo.
Samir solía ser demasiado desagradable cuando se lo proponía. Sabía que cuando me hizo la petición de que me uniera a esa estúpida aplicación, no lo hizo de una manera inocente; era todo lo contrario, buscaba engancharme.
—Vamos, Boran, eres un Sabanci que no le hace honor a su apellido —continuó, queriéndome orillar a esa vida de pecado y lujuria.
—No quiero hacerlo. Sabía que descargaste esa app de prostitutas en mi celular con segundas intenciones.
—Amira no lo va a saber, no seas idiota, Boran… Tienes muchas mujeres a tu disposición. Puedo buscarte entre ellas a la mujer más atractiva y etérea. Sé que eres muy quisquilloso a la hora de hacerlo.
—Estoy casado, Samir, ¿qué no lo entiendes? —Exhalé e inhalé una y otra vez, controlando la emoción de mandarlo al demonio.
—Ese matrimonio es arreglado… ¿O vas a decir que te has enamorado de Amira?
Sí, tenía razón. Lo de mi esposa y yo era un matrimonio frívolo, sin amor, donde abundaban las peleas, y la única manera en la que yo podía conseguir paz era viajando por mucho tiempo. Luego, en casa, solo eran peleas repetitivas por un fantasma de mujer que no existía. No entendía por qué siempre me acusaba de ser infiel sin pruebas.
—Estoy cien por ciento seguro de que tu esposa se está acostando con el jardinero —confesó—. No tengo pruebas, pero tampoco dudas.
—¿Ah, sí?
Me parecía raro que Samir Özdemir estuviera diciéndome este tipo de cosas; solía ser muy respetuoso a la hora de hablar de mi esposa. Creí que solo era una broma, a la cual no le presté atención ni importancia.
—Es que, Boran, ella te acusa de ser infiel. Teme que lo seas o que la descubras. Una de esas dos opciones.
—¿Tú crees?
—Sí —afirmó—. Hagamos un trato: si demuestro la prueba de que tu esposa es infiel, ¿entonces vas a ser el sugar daddy de alguien?
—¿Por qué estás tan empeñado en que yo sea el sugar daddy de alguien? —cuestioné con curiosidad, para que por fin me explicara su plan malévolo.
—Porque eres alguien importante, Boran Sabanci… Somos hombres, jamás seremos juzgados por nadie… Podemos hacer lo que queramos con nuestros penes. Libera tu pene interior.
—¡Cállate, imbécil! Amira sería incapaz de ser infiel.
Negué; esto era absurdo, totalmente. Increíble cómo intentaba engatusarme.
—¿Lo dices tú? Estás muy seguro de lo que tienes, amigo.
—¿Y qué gano yo?
—Un orgasmo y mucho dinero…
—No necesito dinero.
—Pero sí necesitas un orgasmo y diversión, mucha diversión.
—No sé por qué te hago caso, pero está bien. Me gustaría demostrarte que fallarás en el intento de prostitución, porque Amira es una mujer intachable y dedicada.
—¡Por supuesto! —dijo con sarcasmo—. ¿Estás seguro? Pues mira tu correo.
El corazón me latió apresuradamente.
Tomé mi computadora con tanta fuerza que creí que se iba a romper. Revisé mi correo con el alma en un hilo y entonces la vi, a ella, besándose con el jardinero. Tocándose en el jardín con el jardinero y teniendo un orgasmo en el jardín con el jardinero.
—¿Cómo te quedó el ojo? Espero que cumplas; un trato es un trato.
Me enfurecí demasiado, no pude negarlo, y no era porque me sintiera celoso, era por la falta de respeto que conllevaba ser infiel. Yo no era feliz al lado de mi esposa, pero por mi cabeza no navegaba la idea de no cumplir con mi deber de fidelidad. Jamás había sido infiel, aun cuando no me gustaban sus caricias en la intimidad, aun cuando no soportaba que me acusara de ser infiel.
—¿Por qué te quedaste callado?
—Acepto.
Dije por fin, invadido por la ira, dejando de reprimir mis ganas de estar con otra mujer que no fuera ella. Jamás perdería esta oportunidad, jamás. Porque ella me faltó al respeto, jamás tendría al esposo compasivo, jamás tendría al Boran fiel, porque ella rompió nuestra relación.
—¿Quieres que te ayude a elegir a la mujer que te llevará a las estrellas?
—No, esto lo voy a hacer yo mismo.
—Como tú digas, mi camarada.
—Cuando me acueste con esa mujer, ¿por cuánto tiempo crees que sería su sugar daddy? ¿Cuáles son las políticas de la app?
—Un contrato por seis meses, Boran —avisó—. Si uno de los dos rompe ese contrato, deberá pagar por romper la ley, así que asegúrate de que sea una linda y hermosa mujer de ensueño.
Entré a la app buscando a todas esas mujeres que me habían dado un toque, pero ninguna me llamó la atención. Necesitaba una mujer que cumpliera con mis estándares. Jamás iba a acostarme con alguien solo por la lujuria; necesitaba ver algo más. Necesitaba al menos una mujer apasionada, que no se moviera tan solo por dinero, que buscara un hombre con el cual pasar las mejores noches de su vida.
Entonces la vi a ella. Enola, se llamaba Enola… Entré a su perfil, vi su foto… Su pelo rojo, su mirada azul y su cara con algunas manchas rojizas. Vestida de hada. Muy peculiar, porque había otras mujeres que se vestían de lencería, pero ella no tenía esas fotos en su perfil.
#265 en Novela romántica
#111 en Chick lit
romance erótico drama, romance erotico dolor lagrimas, bebesecreto
Editado: 20.12.2025