Los trillizos de mi Sugar daddy

El amante cariñoso

Boran Sabanci

—Vi que elegiste a la chica —dijo tras descolgar la llamada en el auricular—, nada mal.

Acababa de aterrizar en Abu Dabi, la capital de los Emiratos Árabes. Mi objetivo era supervisar personalmente la creación de algunos hoteles y restaurantes en el centro de la ciudad. Planeaba quedarme en esta ciudad por un año completo, aproximadamente. Mi empresa se dedicaba a ello; era lo que me gustaba y lo que estudié en la universidad. A pesar de formar parte del gobierno de Dubái, a veces me gustaba salir de mi rol y vivir como un hombre normal haciendo lo que realmente disfrutaba.

Y se me ocurrió crear mi propio hotel, a mi manera.

—¿Vas a hacer que me arrepienta si sigues espiando? ¿Esto no es ilegal? ¿Acaso espías a todos tus usuarios?

—No, Boran, solo lo hago contigo porque me llenas de orgullo. Después de tantos años, por fin, por fin logré pervertir tu mente.

No, él no logró pervertir mi mente, porque no era como esos degenerados que solo pensaban en tener relaciones sexuales. Yo solo buscaba compañía, alguien con quien reír y hablar, no solo las caricias del sexo. Necesitaba una mujer que fuera mi compañera durante este largo año, una que no fuera mi esposa.

—No te metas en esto —le ordené, en un tono molesto—, mantente al margen. No te daré ninguna primicia.

—¿Ah, sí? No lo creo. Ya verás que a tu pene le va a encantar tanto que no vas a dejar de hablar de esto.

—Eres un degenerado.

—¿Qué más? Dime algo que no sepa. ¡Innova! Porque ya me has dicho pervertido.

—Necesito trabajar, no todo en la vida es acostarse con una mujer; tú también deberías hacerlo.

—Es exactamente lo que estoy haciendo.

—Me refiero a los trabajos que son verdaderamente de hombres, no a esa mierda de plataformas de prostitución.

—¡El prostituto hablando mal de sus colegas! ¿Por qué no me sorprende? —se carcajeó—. Revisa tu querida zanahoria, ya te dio el toque, Boran. Solo es cuestión de tiempo para que metas tu pene en su vagi...

Y le colgué. Mis manos temblaban, dudoso de lo que me dijo mi amigo. Quería averiguar con mis propios ojos si era una broma o si esa hermosa mujer no me había devuelto el toque. Estaba seguro de que le llovían demasiados prospectos por lo hermosa que era.

Lo que más me encantaba de ella eran sus pequeñas pecas en la piel y esos lunares que adornaban su rostro. Y fue así como la vi: Samir no estaba bromeando.

Sonreí. Intenté escribir un mensaje, pero no pude, porque la pantalla decía que debía esperar de veinticuatro a cuarenta y ocho horas. ¡Por Dios! ¡Tanto tiempo! Quería estar con esa mujer lo antes posible.

Volví a marcar el número de Samir y maldije cuando la línea se encontraba ocupada. Ahora que verdaderamente lo necesitaba, se ocupó el maldito cabrón.

—Desgraciado —murmuré, mientras bloqueaba el celular.

Mi equipaje fue llevado al hotel. Me hospedé en una suite para cambiarme de ropa y pasar la noche. Mis planes se vieron malogrados por esa maldita plataforma. Hubiera deseado conocerla de otra manera. Si tan solo hubiera podido comunicarme con ella, no estaría tan desesperado por verla. Desde que la vi, no abandonó nunca mi cabeza.

Me encanta tanto que no me sentía seguro de poder esperar dos días para contactar a esa mujer, pero tal vez el trabajo iba a distraerme un poco.

Llegué al área de la construcción. Todos se estaban preparando; camiones repletos de concreto se deslizaban por aquel terreno baldío, y no solo eso: contábamos con todo un equipo de hombres trabajando en este proyecto. Yo estaba a cargo, nadie más. Amaba cuando las cosas se construían a mi manera, amaba cuando dejaba mi esencia en la construcción.

Subí al último piso, observando todo desde arriba, buscando algún defecto. Mi compañero se encontraba a mi lado, en silencio. Olía a cemento fresco y a metal.

—Mira hacia allá, Karim —dije, señalando la curva que formará el techo del que parecía ser el bar. Mi tono de voz era tranquilo, pero no estaba nada contento—. El Oasis Zafiro no puede ser solo otro hotel de cinco estrellas en esta ciudad; tiene que ser la definición de ellas. La gente viene a Abu Dabi buscando una opulencia que no pueden encontrar en casa.

Karim, el arquitecto, desenrolló un plano masivo sobre una mesa improvisada hecha con bloques de hormigón. Sus dedos trazaron líneas con precisión.

—El diseño siguió el cronograma a la perfección, Sr. Sabanci. El panel de cristal electrocrómico para esa sección estaba aprobado y en tránsito. Nos daría el control absoluto sobre la luz solar y la temperatura, como usted solicitó.

—Eso era vital. Pero volvamos al lobby —Mostré el plano con mi dedo, justo donde la vista daba al mar—. El primer impacto lo era todo. Necesitaba que el huésped se sintiera transportado desde el momento en que pisara el mármol. Hablamos de una pared de agua de treinta metros que bajaría desde aquí, ¿correcto?

—Así fue. Y más allá, el efecto óptico de un infinito que conectaría la piscina con el Golfo. Estábamos usando basalto negro pulido para esa pared, crearía un contraste espectacular con los accesorios de latón dorado que escogimos. Sería imponente, Boran.

Me alejé del plano y caminé hacia el borde, con cuidado de no tropezar con el cableado provisional. Sentí la vibración de la construcción bajo mis botas.

—El equipo de automatización reportó avances. Cada suite responderá a comandos en seis idiomas, Boran. Lo tendremos listo para la inspección.

Cerré los ojos un instante, inhalando profundamente el polvo del progreso. Sabía que el riesgo era enorme, pero la recompensa sería hacer de mi obra una obra maestra. Este hotel sería parte de mi legado en el Medio Oriente.

—Bien. Continúen. Pero recuérdenle a todos en esta obra: no estamos construyendo un edificio, estamos construyendo una experiencia. Y en mi experiencia, la perfección no tiene margen de error. Quiero una actualización detallada de los costos de materiales y el cronograma para el final del día.




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