Narra Boran Sabanci
Por fin, nos contactamos por mensajes, pero la necesidad de escuchar su voz me quemaba. Intenté reprimirla; no quería parecer más intenso de lo que ya me sentía. Pero al diablo, en esta nueva realidad, todos teníamos licencia para mostrar lo que éramos, y al final, nadie nos juzgaría.
Coordinamos su viaje: Enola vendría cuanto antes, en primera clase, con un acompañante. Corregí la idea: sería en un jet privado. Acepté de inmediato, aunque sabía que su acompañante sería una complicación, una fuente de trabas y límites innecesarios. Mi intención era poner el mundo a sus pies, pero la chica que la acompañaba ya desconfiaba de mí.
Creía que yo era una especie de estafador, o peor aún, un asesino en serie. ¿Pero carajo, acaso me veía de esa manera? ¿Mi foto de perfil era tan... psicótica?
Revisé mi perfil. En efecto, mi seriedad y mi frialdad estaban dibujadas en cada rasgo. ¿Por qué lucía siempre tan impenetrable en mis fotos? No es que me gustara sonreír mucho, pero esa apariencia era engañosa.
—Debería cambiar mi foto de perfil para que confíe en que no soy un psicótico —me pregunté, rascándome la nuca—. No, Boran, te verás como un ridículo.
Cerré la computadora. La ansiedad me revolvía el estómago. Quería besarla, la deseaba con una intensidad absurda. Tenía curiosidad por el tono de su voz, por ver su hermoso rostro frente a frente. No entendía por qué me sentía tan atraído por Enola si ni siquiera nos conocíamos.
Samir volvió a llamar. Dudé en si tomar su llamada; no quería escuchar su voz inmadura recordándome que había caído en la contratación. Empecé a sentirme culpable, porque yo no era de los hombres que pagaban por acostarse con una mujer... Pero si eso era lo que Enola quería, ella tendría sus razones. Todas las personas tienen sus razones para ejercer la prostitución.
Interés, necesidad, ambición desmedida, dinero fácil, hijos que alimentar... y un largo etcétera. Había juzgado duramente a las mujeres que vendían su cuerpo como un producto, hasta que mi atracción por Enola me obligó a cuestionarme. ¿Qué tan desesperada o ambiciosa tenía que estar una mujer para vender su cuerpo por primera vez? ¿No existía otro camino? La respuesta que me daba era: No.
Pero intentaría no cuestionarme ni cuestionar las razones de Enola. Sería muy incómodo tratar de cambiar las cosas; no todos teníamos la misma crianza, la misma posición ni el mismo estatus socioeconómico. Lo que para mí era un conflicto pequeño, para otros eran problemas económicos gigantes.
— ¿Ya te comunicaste con la chica? —cuestionó—. Por favor, trata a esa mujer bien... Te conozco, Boran.
— ¿Y cuándo he tratado yo a una mujer mal? —cuestioné, con clara molestia—. Que yo sepa, eres la única persona a la que trato mal, pero tú eres hombre y te lo mereces por charlatán.
— Soy el reflejo de tu conciencia —bromeó—: tu diablillo tentador que te pervierte la mente.
— ¿Qué es lo que quieres, Samir?
— ¿Sabías que puedes ser el Sugar daddy de varias mujeres? No necesariamente tiene que ser una... Aprovecha el catálogo.
— No, no vas a conseguir eso, te lo advierto. Si la escogí a ella es porque quiero disponibilidad y exclusividad.
— ¿Acaso te vas a casar? Por favor, Boran, no puedes darle exclusividad a una prostituta.
— Por el año y medio en el cual estaremos juntos, sí, quiero exclusividad. No soy un hombre promiscuo y no quiero una mujer promiscua. Además, estoy casado, sí, pero este año completo voy a estar lejos de mi esposa y no voy a tener sexo con ella. Y antes de eso, ambos nos haremos exámenes. Anota esto en el contrato, por favor...
— ¡Qué aburrido eres! Pero está bien. Envíame las reglas por correo para adelantarme con mis abogados y crear ese contrato.
— Que sea lo más rápido posible. Quiero tener todo listo para cuando esté aquí.
— ¿Ya está viajando?
— Sí, me confirmaron que ya están en el jet privado.
— ¿Están?
— Sí, están.
— Espera, ¿quiénes?
— La chica que la acompaña —contesté, irritado—. ¿Algún problema?
— Esa mujer te va a salir muy cara, Boran... —rió—. Aparte de que es virgen, viaja con una veterana.
— ¿Veterana?
— Debe ser otra que sabe del negocio... No me extraña, tal vez sea una novata.
— ¿Y eso qué tiene de malo? ¿Acaso te gustan las mujeres baratas?
— Pues no me gustan esas mujeres que son tan caras, cuando casi todos han tenido acceso a ellas.
— En este caso, yo seré el primero que tenga acceso a ella, así que lo vale. No soy un tacaño. Y ya, no sé por qué demonios te doy explicaciones.
— Porque en el fondo te gusta esto... Sientes la adrenalina recorrer todo tu cuerpo, ¿no es así? Así se siente engañar a tu esposa, aun si ella te ha engañado... Luego, ni siquiera le das importancia.
— Parece que alguien está sintiendo remordimientos... Después de tantas diabluras, no me extraña que recapacites.
— No, jamás voy a sentir remordimientos, los hombres no sentimos eso. Somos seres despiadados y mentirosos.
— Adiós, Samir. Cuando tengas ese contrato hecho, llámame, de lo contrario, no lo hagas.
Enola Martín
La limusina que se parqueó frente al edificio de Paty me dejó totalmente boquiabierta y abrumada. Mis nervios se incrementaron al comprender que esto sí estaba pasando; era solo cuestión de varias horas para tener a ese hombre frente a frente.
— ¿Estás viendo lo mismo que yo? —cuestioné cuando Paty se puso detrás de mí para observar por la ventana—. Todavía no puedo creerlo.
— Es exactamente lo que imaginé —dijo mientras sonreía—. Es lo que te mereces, Enola. Un hombre exageradamente mimoso.
— Ni siquiera mi exnovio me trató así —sonreí con tristeza—. Y ahora que, literalmente, me vendo, estoy siendo tratada con decencia humana.
— Pero al final todos quieren una sola cosa —dijo muy segura—: sexo. Y mientras no se los des, los vas a tener comiendo de la palma de tu mano. Estoy segura de que si su Dorian no hubiera muerto, serías su némesis. ¿La razón? Porque nunca logró meterse entre tus piernas.
#265 en Novela romántica
#111 en Chick lit
romance erótico drama, romance erotico dolor lagrimas, bebesecreto
Editado: 20.12.2025