Esa voz femenina rompió la magia justo cuando empezaba a saborear sus deliciosos labios, justo cuando no me parecía suficiente el corto tiempo en el cual nuestras lenguas se acariciaron la una a la otra en un travieso y curioso tacto.
Enola se separó de mí y se desconectó en cuanto esas dos personas la observaron. Y yo todavía no podía creer que estaba viendo tanta belleza en una sola mujer, tanto que me encontraba anonadado mirándola. Era extraordinariamente hermosa, de esa belleza angelical, delicada, exótica. Me encantaba ese cabello rojo que iluminaba cada rasgo de su ovalada cara y esas pecas rojizas que se veían de un rojo más intenso personalmente. Y esos lunares marrones encima de la comisura de sus deliciosos labios. Y su cuerpo, delgado con esas curvas parecidas al reloj de arena.
Pero la voz de la chica volvió a sacarme de mis ensoñaciones.
—¿Me escuchaste? —insistió al descubrir que no le presté ninguna clase de atención— Porque no somos de las que entregamos sin ninguna garantía.
—No tiene de qué preocuparse, señorita —le dije, tratando de parecer calmado—, soy Boran Sabanci.
Ella me miró atentamente un tanto intrigada y desconfiada. Era una mujer joven, pelinegra, obviamente debía rondar por los veinticinco años si no me equivocaba. Su mirada perspicaz, astuta no abandonó nunca mi dirección.
—Perdone, señor Sabanci, pero no podemos confiar en la palabra de ningún hombre. Hoy en día los hombres no tienen palabra.
—Yo no soy esa clase de hombre.
—Tampoco queremos averiguarlo, no tenemos ganas de hacerlo —sentenció—. Así que, antes de tocar la mercancía, debe firmar el contrato.
—Paty —habló Enola con esa dulce voz, claramente indignada por las formas—, tampoco podemos actuar de esa manera. Yo quise besarlo, él no me obligó.
—Muy mal por ti, Enola —replicó—. Así mismo como te besó te puede embobar para que le des el otro beneficio sin ninguna garantía. Estoy aquí por eso, así que déjame esto a mí, ¿sí, cariño?
—Te lo dije, Boran, es toda una veterana esta mujer. Sabrá Dios con cuál clase de hombre se ha metido para saber todo eso.
Eso lo dijo mi mejor amigo Samir quien anteriormente estaba callado observando el panorama. Ella se giró y le dedicó una mirada divertida y maliciosa.
—Todos saben aquí... Que yo soy una zorra. ¿Acaso no venimos para zorrear o nos invitaron a la fiesta equivocada? Alguien que me explique, qué demonios hace este hombre aquí, no puede irse. No lo soporto.
—No puedo irme de aquí, porque yo soy quien va a entregar el contrato a la verdadera mujer que va hacer su trabajo, así que la única que tiene que irse eres tú, ¿me escuchaste?
—¡Ya, por favor! —Enola los detuvo—, dejen de discutir, por el amor de Dios.
—¿Cuándo van a entregar el contrato? —preguntó la pelinegra, con el ánimo irritable—. Debemos leerlo. Y luego decidir.
—Aquí hay dos copias —explicó moviéndose para entregar las carpetas—, una para ti y otra para Boran. Si quieres cambiar alguna práctica sexual estás en todo tu derecho, entonces vamos a poder llegar a un acuerdo.
—¿Prácticas sexuales? —cuestionó Enola confundida y nerviosa, la volví a mirar, su voz suave y delicada me provocaba ciertas sensaciones en mi estómago— ¿De qué estás hablando?
—¿BDSM? ¿Sodomasoquismo? ¿Bondage? ¿Sadismo? ¿Masoquismo? Y todo lo que termine en ismo.
La pelinegra rio a carcajadas y yo me quedé petrificado observando a aquella joven buscando alguna expresión de vergüenza. No sé si era porque ella fue inexperta en aquel momento, pero no me gustaba que Samir hablara de una manera explícita para nada.
—Aparte de indeseable, charlatán.
Frunció el ceño y luego abrió los ojos escandalosamente, sus mejillas se tiñeron de un leve color rojizo lo cual se percibió para mí como algo completamente tierno. Deseaba con todas mis fuerzas que me dejaran a solas con Enola, para volver a saborear completamente sus labios. Para marcarlos como míos.
Me estaba preguntando qué era lo que tenía ella, que esta atracción física era tan intensa, pero a pesar de que estaba seguro que solo era una atracción física, no estaba pensando en algo sexual, sino también en hablar con ella, preguntarle muchas cosas acerca de su vida, conocerla, quería su compañía que al parecer sería cálida y adorable. Parecía ser educada, su lenguaje no era vulgar. En esta habitación había dos mujeres y había un abismo completo de diferencias.
¡Pero qué demonios! Acaso Samir creyó que yo era un maldito degenerado.
—¿Qué te pasa? Dios mío, eres un completo degenerado. ¿Cómo crees que yo...?
—Boran, esto es un contrato cualquiera... Ese contrato forma parte de nuestras políticas, no lo hice yo, fue creado por la administración y si ustedes desean eliminar o agregar otras cosas más, están en todo su derecho.
—¿Puedo cambiar lo que yo quiera? —inquirió de una manera tímida Enola—. ¿Una vez que cambiemos el contrato a nuestro deseo consensuado no se me va a obligar a nada que no quiera hacer por el simple hecho de que se me esté pagando dinero?
—Puedes estar tranquila, Enola —afirmó Samir—, nosotros no somos ese tipo de hombres, jamás vamos a jugar con la integridad de una mujer, todo tiene un límite y ante todo lo respetamos.
—¿Puedo solicitar un abogado? —preguntó—, no quiero parecer desconfiada, pero estoy en todo mi derecho...
—Por supuesto, linda —afirmé, aceptando de inmediato—, no te preocupes, todo será como tú lo desees.
Nos miramos por unos microsegundos con intensidad, mi corazón palpitando fuertemente dentro de mí, quería estar a solas con ella, nada más, pero estaba seguro que esa mujer no me lo iba a permitir. Era sobreprotectora con Enola, parecía una gata salvaje protegiendo a su cría.
—Nos vamos —avisó la pelinegra—, revisaremos las cláusulas del contrato.
La pelinegra tomó del brazo a Enola para tirar de ella y desaparecer de nuestra vista, ella me miró mientras eso pasaba y me dedicó una última sonrisa tierna y luego se perdió mientras la puerta se cerraba.
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Editado: 20.12.2025