Narra Enola
—Solo quiero invitar a Enola... a cenar conmigo.
Esa voz masculina llegó a mi oído y, de inmediato, me puse en alerta. No una alerta negativa, sino una de curiosidad e interés. Quería escuchar lo que una persona que consideraba relevante diría sobre mí.
A pesar de la negativa de Patricia, él no se mostró agresivo ni malhumorado. Era tan diferente a los pocos hombres con los que me había relacionado en mi vida.
—Si usted quiere, también puede acompañarnos —le invitó—. Sé que desconfía, pero quiero demostrar que mis intenciones con Enola no solo se basan en tener algo físico.
—¿Son distintas? —inquirió ella, confundida—. No lo entiendo.
—Lo que quiero decir es que quiero conocer a Enola —declaró—. Quiero pasar un rato agradable con ella.
Me levanté de la cama y me dirigí a la puerta. Sentía un descontrol total por dentro, más por ansiedad que por cualquier otra cosa. Para mí, era muy difícil charlar con alguien desconocido; sin embargo, deseaba esa experiencia, quería intercambiar palabras con alguien que no fuera Patricia.
Al llegar, Patricia se hizo a un lado para darme espacio. Él me miró, y yo a él. En ese silencio, inconscientemente sonreí como una boba. Era demasiado atractivo. Verlo fue como descubrir a un hombre nuevo, una percepción distinta a pesar de la frialdad que habitaba en sus fotografías de la página.
—Podemos ir —le avisé, y sus ojos se iluminaron, alegres—, pero solo con una condición...
—¿Cuál es? —pronunció con una sonrisa gentil en sus labios.
—Que regresemos temprano —jugué con mis manos, nerviosa, esperando una reacción negativa. Tal vez pensaba así porque nunca un hombre me había tratado con respeto y decencia. Siempre que me dirigían la palabra, yo esperaba un golpe o una grosería. Ni siquiera ser buena estudiante me salvó de los profesores masculinos o de mis amigos. Todos los hombres que conocí, de una forma u otra, me habían violentado—. Perdona, es que me gusta ir a la cama temprano.
—No hay ningún problema, Enola. No te preocupes, iremos a tu ritmo.
Entonces solté el aire que había contenido. Comprendí que él era todo lo opuesto a lo que yo había conocido. Lástima que esto solo formara parte de un intercambio. Me habría encantado conocer a un hombre parecido a él en otra ocasión, aunque lo dudaba. Ningún hombre toma en serio a una chica que en su pasado se vendió por unos cuantos dólares.
Él se retiró tras sonreír con tanta ternura y gentileza. Dios mío, era como si hubiera tenido la voluntad de ver su energía físicamente.
Patricia sonrió al notar que, muy dentro de mí, se había desprendido un suspiro.
—Ese hombre te gusta muchísimo, Enola —puntualizó—. Algo me dice que vas a disfrutar demasiado esta experiencia.
—La verdad es que es agradable, Paty. Pero no puedo dejar de pensar en lo que me dijiste.
—¿Sobre perder tu virginidad? —inquirió mientras se sentaba cerca de la pequeña laptop—. No me hagas caso, Enola. Que a algunas mujeres nos haya pasado no quiere decir que a ti también te pase. Yo me aseguraré de que él lo haga bien.
—¿Te vas a asegurar? ¿Cómo?
—Lo voy a escribir en el contrato —avisó—. Si sufres, tendrá que pagar una multa.
—Pero eso no me exime de sufrir en el acto —chasqueé la lengua.
—Si te duele, pídele que pare —me aconsejó—. ¿Sabes el error que cometemos las mujeres? —Negué—. Por complacer a un hombre al que no le importa nuestro bienestar, no ponemos límites en lo sexual. Preferimos fingir para no incomodar... Pero tú, Enola, no harás eso. Tú le vas a ordenar que se detenga. ¿Me escuchaste? Y si ese hombre no obedece, entonces pellizca sus testículos.
—Dios, Patricia, realmente me he quedado estupefacta con las cosas que me has contado.
—Los hombres son crueles —confesó—. No todas tenemos la oportunidad de decidir, pero tú sí. Y asegurémonos de sacar mucho dinero de esto para que nunca lo vuelvas a hacer, Enola.
—Solo será esta vez —dije, mentalizándome— y luego voy a dejarlo...
—Bien —sonrió—. ¿Compramos algo lindo para esta noche? No podemos vestirnos así para ir a cenar.
—Creo que en el armario hay ropa de mujer —avisé—. También vi joyas...
—¿Joyas?
—Sí, me pareció ver unos rubíes —murmuré con una sonrisa maliciosa—, esos que tanto te gustan.
—¿Crees que sean para ti?
—Sabanci me dejó una nota que decía que eran para mí. Si hubiera sabido esto, jamás habría viajado con equipaje.
—¡Qué atento! —replicó con sorpresa—. Si los hombres supieran lo mucho que derrite ser un hombre atento, lo harían más a menudo. Lástima que a las zorras como yo jamás nos tocará el amor.
—Paty, no digas eso... Tú eres valiosa.
—Soy valiosa, pero no para el amor. ¿Sabes cuántas veces intenté rehacer mi vida? La última vez me rendí porque ningún hombre quiere una mujer que se vende.
—Ellos se lo pierden...
—Al igual que yo —murmuró, con tristeza—. Yo me pierdo mucho... Nunca he tenido un orgasmo. No he podido, ni antes ni después del abuso. Jamás se lo dije a nadie, Enola.
—¿Y no has pensado en buscar ayuda?
Negó.
—Me avergüenzo muchísimo cada vez que intento abrirme con alguien en quien no confío.
—¿Lo has hecho enamorada?
—Creía estarlo en la adolescencia, pero me tocó con un hijo de perra que solo pensó en su placer y lo arruinó todo. Luego mi padrastro abusó de mí y jamás supe vincularme de esa manera con alguien.
—¿Crees que vender tu cuerpo te ha afectado en ese aspecto?
Asintió varias veces, y sus lágrimas corrieron.
—Lo siento, ya me puse sentimental. Quiero experimentar las cosas que otros experimentan y que para mí parecen ser toda una odisea que nunca termina de darse. Quiero ser normal. Daría lo que diera por ser normal, tan solo una vez.
La abracé.
—No tienes por qué disculparte por eso, cariño —murmuré—. Algún día vas a ver que lo vas a tener todo. Incluso eso. Pero debe venir de un hombre que ames y que te ama, o que te desea lo suficiente para tocarte como se debe.
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Editado: 20.12.2025