Los trillizos del gobernador

Capítulo 11: Dolor

Artur:

Me desperté en la madrugada. Cuando miré a mi lado, allí estaba Eliza observándome. No sé cómo diablos pude quedarme dormido allí a su lado, sentado en una silla con la cabeza sobre su cama, Clara de seguro debía estarme buscando. No debería importarme lo que pase con ella, es solo la madre de mis hijos y me odia a muerte y estoy seguro de que en la primera oportunidad que tenga intentará lastimarme y vengarse de mí.

—¿Por qué te desmayaste? ¿Te sientes mejor? —pregunté mirándola a los ojos.

—Estoy bien, solo me puse nerviosa.—explicó.

—¿Te pongo nerviosa aún? —cuestioné.

—Sabes que siempre los perros me han puesto nerviosa—respondió sonriendo con ironía. Bajé la mirada y me fijé en sus labios, luego en sus ojos. Moría de ganas de besarla de nuevo y de no ser porque en la cama de al lado estaban los niños lo hubiera hecho de nuevo. Y es que no solo tenía ganas de besarla. Mi mente imaginaba recorriendo su cuerpo desnudo con mis manos. Sentado frente a ella apreciando su cuerpo sin nada de ropa, besando su barriga mientras mis manos acariciaban sus muslos y subían por ellos mientras ella dejaba escapar algunos gemidos a medida que me acercaba a su entre pierna.

—¡Artur! —su voz me sacó de golpe de mis pensamientos obscenos a los cuales mi cuerpo ya había empezado a responder, pues estaba completamente excitado—Tu esposa te debe estar esperando —sonrió con sarcasmo.

—No le digas que estaba aquí, por favor —dije mirando mi teléfono que estaba en silencio, en el cual ya tenía más de cinco llamadas perdidas y quince mensajes.

—Está bien—respondió y yo salí de allí con cuidado y entré a mi habitación. Clara estaba sentada en la cama despierta.

—¿Dónde estabas? Di la verdad ¿Estabas con ella verdad? No he visto que tu auto entrara a la casa, te busqué por toda la casa y tampoco te vi, ni siquiera respondías al teléfono —exclamó enojada. En el fondo creo que sabía dónde estaba, pero prefería que le mintiera para no tener que terminar nuestra relación. Si en verdad tenía sospechas y hubiera querido la verdad habría ido a la habitación de Eliza, pero no le hizo, no le convenía, quizás porque me quería en verdad y ya antes se había hecho la de la vista gorda ante mis deslices amorosos o quizás simplemente porque tenía una vida cómoda a mi lado, llena de lujos y riquezas. La vida que ningún otro hombre le podía ofrecer. La trataba con cariño y respeto, era mi prometida ante el ojo público y disfrutaba de mis tarjetas de créditos a su antojo, comprando todo el tipo de cosas que le apetecieran. Yo no lo niego, Clara me gustaba bastante, era la mujer más hermosa que había conocido, también era educada y discreta y se me había hecho fácil convivir con ella. Era la mujer perfecta para que me representara, y ante el ojo público me hacía ver como una persona poco materialista al no buscar alianza matrimonial en alguien de mi mismo estatus. Mi falta de presencia constante a su lado y de amor real intentaba complementarla permitiéndole que comprara cada cosa que se le antojara y que desperdiciara mi dinero en esos tontos viajes que hacía con sus amigas. Quizás ninguno de los dos nos amábamos completamente, pero una cosa es clara y es que ambos obteníamos en la relación lo que aspirábamos y necesitábamos: yo una compañera tranquila y hermosa que me representara y ella lujos y riquezas.

—Me quedé dormido en mi despacho mientras llenaba unos documentos—mentí quitándome los zapatos y acostándome a su lado.

—Eso imaginé, perdóname por desconfiar de ti—dijo besándome en la boca. Yo apagué la luz y empecé a besarla buscando algo más imaginando que a quien besaba era a Eliza. Como sus besos me sabían distinto y me hacían volver a la desconcertante realidad la puse de espaldas...

—Hace rato no lo hacíamos así—dijo Clara agotada acostada a mi lado, luego de terminar, yo solo me quedé en silencio acostado boca arriba sin poder dejar de pensar en el beso de Eliza y en la cachetada que me dio. No podía dejar de sonreír al recordarla.

A la mañana siguiente bajé al comedor a desayunar con mi prometida y allí estaban Eliza y los niños.

—Buenos días, hoy les tengo una sorpresa, niños —dije entusiasmado—mandé a cerrar el parque de diversiones más grande de la ciudad para que podamos ir nosotros, solo nosotros—pronuncié y Clara me observó asombrada. —Por cierto, cómo amanecieron.

—Bien—respondió uno

—Gracias papá—dijo Hasher y tragué en seco al escuchar que me llamaba así.

—Seguro amaneciste con sueño Artur—dijo Eliza mirándome con picardía y sonriendo—ayer te fuiste muy tarde de la habitación.

—Lo sabía—exclamó Clara mirándome con odio y corrió hacia la habitación, yo negué con la cabeza mirando a Eliza que se veía feliz.

—¿Por qué haces este tipo de cosas? —me atreví a preguntar.

—Después de lo de ayer no la quiero aquí—exclamò. Yo fui tras Clara, cuando entré a la habitación estaba llorando.

—Saca a esa mujer de esta casa o va a acabar con nuestra relación—pronunció entre lágrimas. Yo suspiré.

—Lo hace para molestar. Te juro que no estuve con ella.

—Lo sé, lo sé. Solo vino aquí a joder nuestro matrimonio pero tienes que detenerla.

—Estoy atado de pies y manos. Si la saco de aquí arruinará mi reputación. Ya debemos irnos.

—¡No quiero ir con esa mujer a ninguna parte Artur! —gritó—¡Ya no aguanto más! Bastante tengo con permitir que viva bajo nuestro techo.

—Hagamos algo, yo me iré con ellos, tú aprovecha y descansa o ve de compras con tus amigas —dije dándole mi tarjeta. —Has algo que te relaje.

*****

Eliza y yo regresamos del parque de diversiones con los niños después de pasar un día maravilloso. Ella estaba con los niños en su habitación cuando recibí una llamada de mi representante. La tomé enseguida mientras estaba en mi despacho:

—¿Qué mierda acabas de hacer Artur? —reclamó sin siquiera saludar cuando tomé la llamada—Hemos invertido en ti miles de dólares para que lograras ser el gobernador. Tantas ayudas y actos benéfico y todo para arruinarlo en segundos.




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