Los Últimos Herederos

Capítulo 1

Las cicatrices del pasado (Un pasado que no recuerdo)

Año: 3045
Lugar: Sector Industrial, Ciudad Central.

Oscuridad.
Un zumbido agudo perforó su mente. Algo pulsaba en su cabeza, un eco lejano de voces sin rostro.

Un golpe sordo. Después, otro. Sonidos ahogados por un metal oxidado que crujía.

Davian intentó moverse. Su cuerpo no respondía. Sus muñecas estaban frías, sujetas por algo que mordía su piel. Las correas estaban sueltas, pero los rastros de sangre seca en la tela le hicieron comprender que habían estado apretadas hasta hace poco.

El aire apestaba. Olor a óxido, a carne podrida, a algo químico y estancado. Tragó saliva. Sintió una punzada en su garganta reseca. Había un sabor metálico en su boca. ¿Había estado inconsciente tanto tiempo que su propio cuerpo empezaba a consumirse?

Abrió los ojos.

La luz parpadeante en el techo le quemó las retinas. Parpadeó varias veces hasta que sus pupilas se adaptaron. Cables colgaban como lianas muertas, algunos chispazos saltaban de conexiones rotas. A su izquierda, una pantalla giratoria muestra líneas de código intermitentes, como los últimos latidos de un moribundo.

Algo se movió en la esquina de la habitación.

Davian contuvo el aliento.

No había nadie. Solo el sonido de gotas cayendo en un charco sucio. Pero sintió la mirada de alguien, una presencia fría, como si el laboratorio mismo lo estuviera observando.

El metal de la camilla crujió cuando intentó incorporarse. Su cuerpo protestó con un dolor punzante. Algo dentro de él latía con una fuerza extraña, como si no estuviera hecho para existir en este mundo. Su ropa era una camisa gris desgarrada, pantalones delgados y sin zapatos.

Respiró hondo y se incorporó con torpeza.

—¿Dónde...? —Su voz sonó áspera, como si llevara días sin hablar.

Le temblaban las manos. Bajó la vista y vio las marcas.

Miro sus brazos con la respiración entrecortada. Las marcas no solo estaban en su piel; las sentía latir, como si fueran parte de algo más. Intentó tocarlas, pero un escalofrío helado recorrió su espina dorsal. Su mente se llenó de imágenes borrosas: manos frías sosteniéndolo, voces susurrando sobre un "proyecto perdido". ¿Quién era él? ¿Por qué sentía que su cuerpo no le pertenecía?

Líneas oscuras que recorrían su piel, grabadas como cicatrices antiguas. Se alargaban desde sus muñecas hasta sus antebrazos, formando patrones irregulares que parecían quemaduras.

—¿Qué me hicieron...?

Intentó tocarse las marcas, pero apenas las rozó, una corriente de energía helada recorrió su brazo. Un destello azul chisporroteó en su piel y su visión se nubló.

Imágenes parpadearon en su mente.

Un laboratorio iluminado con luces fluorescentes. Voces murmurando códigos y fórmulas incomprensibles. Gritos. Su propia voz pidiendo que se detuvieran. Y después... nada.

Se llevó una mano a la cabeza, sintiendo el vértigo apoderarse de él.

—No puedo estar aquí.

Tenía que salir.

Se puso de pie con dificultad, tambaleándose hasta la pared más cercana. La habitación era pequeña, llena de mesas de metal y pantallas rotas cubiertas de polvo. No había signos de vida, solo el eco de su propia respiración.

Caminó hasta la puerta oxidada y apoyó la mano en la superficie fría.

La energía en su interior vibró de nuevo.

—No... No, no otra vez...

Pero ya era tarde. La puerta tembló bajo sus dedos y un chasquido metálico resonó en la habitación. Un instante después, el cerrojo se liberó con un crujido y la puerta se abrió sola.

Davian dio un paso atrás, con el corazón golpeándole el pecho.

—¿Qué me hicieron? —repitió, pero esta vez, no esperaba una respuesta.

Tomó aire y cruzó el umbral.

El pasillo estaba igual de abandonado. Cables sueltos colgaban de las paredes, algunos cubiertos de moho. El suelo estaba resbaladizo con charcos de agua estancada. La luz de emergencia titilaba, proyectando sombras distorsionadas.

Se movió en silencio, ignorando el temblor en sus piernas. No sabía cuánto tiempo había estado en ese laboratorio, pero su cuerpo estaba debilitado. Avanzó por los pasillos hasta encontrar una salida al exterior.

El aire frío lo golpeó en el rostro.

Afuera, el cielo estaba cubierto por una densa capa de nubes. El paisaje era un terreno baldío de escombros y ruinas, un antiguo distrito industrial olvidado en los límites de Ciudad Central. Se envolvió en sus propios brazos, tratando de ignorar el escalofrío que recorría su espina dorsal. Respiró hondo y comenzó a caminar.

No tardó mucho en ver las primeras edificaciones de la ciudad.

Los edificios de concreto se alzaban sobre él como titanes silenciosos, con luces artificiales parpadeando en las ventanas.

El aire en Ciudad Central olía a polvo, oxido y desesperación. Davian avanzo por las calles con pasos inseguros, sintiendo la mirada de los transeúntes clavada en su espalda. Intento esconder las marcas con su camiseta. No lo miraban con curiosidad, sino con una mezcla de desconfianza y resignación. Como si ya hubieran visto demasiados como él. Como si supieran que no sobrevivirá por mucho tiempo.

Las edificaciones eran torres grises y deterioradas, con grietas como cicatrices en su estructura.

Las calles estaban agrietadas y sucias, con charcos oscuros que Davian prefería no pisar. No había colores vibrantes, ni risas, ni voces animadas. Solo un murmullo apagado y pasos apresurados.

Las personas eran sombras.

La gente pasaba con la cabeza gacha, sus ropas desgastadas colgando de sus delgados cuerpos. Muchos estaban pálidos con ojeras profundas y miradas vacías. Davian noto a un anciano encorvado, con los huesos marcándose bajo la piel, sentado contra una pared con la mirada perdida.

Era como si la ciudad hubiera drenado su humanidad.

Entonces, los vio.



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En el texto hay: distopia juvenil, magia acción, found family

Editado: 02.05.2025

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