Un aliado (ladrón de pan) muy optimista.
Año: 3045
Lugar: Ciudad Central
Davian caminaba con pasos medidos, sintiendo la frialdad de las calles grises bajo sus pies descalzos. Lo primero que tenía que hacer era ocultar sus marcas. Si alguien de la guardia de la Llama Negra notaba los extraños patrones en su piel, estaría en problemas antes de siquiera comprender qué estaba pasando con él.
Se deslizó por un callejón hasta la parte trasera de una tienda. Una pequeña ventana mostraba prendas de tela gruesa colgadas a secar. Miró a ambos lados, asegurándose de que nadie lo observaba, y tomó una capa de color oscuro con una capucha amplia. Se la puso rápidamente sobre su ropa desgastada.
—Ahora podré hacerme pasar por alguien de aquí —murmuró para sí mismo.
Se adentró en el corazón de la ciudad, observando su entorno con cautela. Las calles estaban llenas de gente con ropas andrajosas en tonos apagados. Sus rostros reflejaban fatiga y desesperanza. Había una pequeña fila bajo un la fila bajo un letrero que decía: Ayudas por sus majestades, el Consorcio de Hierro.
Guardias de la Llama Negra repartían pan, pero lo hacían con desdén, arrojando los pequeños paquetes a la multitud como si alimentaran a perros callejeros.
Nadie protestaba, solo recogían su parte en silencio.
Davian sintió un nudo en el estómago.
¿Cuánto tiempo había estado esta gente viviendo así?
Sabía quiénes eran los guardias de la Llama Negra, pero no recordaba su propia vida. No sabía si tenía familia, amigos, ni siquiera recordaba su edad.
Un grito lo sacó de sus pensamientos.
A la distancia, vio a un joven correr entre la multitud, esquivando manos que trataban de sujetarlo. Tras él, un hombre regordete y de rostro enrojecido blandió una porra.
—¡Detengan al ladrón!
La gente se apartó sin intervenir. Davian reaccionó instintivamente y se metió en un callejón, observando cómo el chico se acercaba. Sin darse cuenta, el joven chocó con él. La capucha del ladrón cayó, revelando un par de ojos dorados brillantes.
Davian no lo pensó.
—¡Vamos!
Agarró la mano del chico y lo guio hacia una escalera oxidada que llevaba al techo de un edificio cercano. Subieron rápido, Davian sintió el metal tambalearse bajo su peso, pero no se detuvo hasta llegar arriba.
—¡Agáchate! —ordenó, mirando hacia abajo.
El hombre regordete pasó de largo por el callejón sin mirar hacia arriba. El chico rubio platino dejó escapar una risa agitada y se dejó caer de espaldas en el techo.
—Gracias... eh... señor.
Davian hizo una mueca.
—No me digas señor —refunfuñó. —No soy mucho mayor que tú. Me llamo Davian.
El chico se incorporó, su piel pálida contrastando con la suciedad de la ciudad.
—Gracias, señor Davian —dijo con una sonrisa traviesa.
El chico lo miró con curiosidad, sus ojos dorados brillaban con picardía.
—¿Tienes idea de dónde estás, señor Davian?
Davian frunció el ceño.
—¿Ciudad Central?
El chico rio.
—Sí, pero eso no significa nada si no entiendes sus reglas. Aquí, si robas, mueres; si hablas demasiado, mueres. Y si tienes algo especial… —bajó la voz, inclinándose hacia Davian— entonces eres un objetivo. Y tu mi amigo creo que entras en esta última. No todos los días un completo extraño te ayuda por nada.
Davian suspiró.
—¿Siempre eres tan optimista después de casi ser atrapado?
—No siempre. Pero hoy es un buen día. Conocí a un héroe en persona. ¿Hace este tipo de rescates seguido? Porque si es así, me gustaría saber qué días y a qué horas para planear mis robos en consecuencia.
—¿Por qué te perseguía el hombre? —preguntó Davian, arqueando una ceja. —¡Espera! ¡¿Robos?!
—Nada grave. Un pedazo de pan, medicina cuando las niñas del orfanato lo necesitan. Cosas de primera necesidad.
Davian lo miró fijamente.
—¿Cómo te llamas?
—Loan.
Bajaron del techo cuando estuvieron seguros de que el hombre había desaparecido.
Caminaban por las calles en ruinas cuando Davian decidió probar suerte.
—¿Sabes dónde podría encontrar información sobre la ciudad?
Loan bajó la voz.
—Se supone que todos los registros fueron quemados cuando el Consorcio tomó el poder. Pero si alguien sabe algo, son las tías.
Davian frunció el ceño.
—¿Las tías?
—Las personas mayores que sobrevivieron la caída del antiguo Imperio. Los hombres fueron aniquilados por defender la ciudad. Dejaron a las mujeres para cuidar de los huérfanos y como… premios para los guardias y los hombres fieles al Consorcio.
Davian sintió un escalofrío.
—¿Cómo no sabes esto? —Loan lo miró con sospecha. —No eres de aquí… o viviste bajo una roca todo este tiempo.
Llegaron a una fuente central. El agua estaba turbia, con un hedor desagradable. Davian suspiró.
—Me enfermé. No logro recordar partes de mi vida.
Loan parpadeó sorprendido.
—Vaya. Eso explica muchas cosas.
—¿Me puedes llevar con una de las tías? —pidió Davian. —Te prometo que te dejaré en paz.
Loan sonrió y se encogió de hombros.
—Claro. En el orfanato hay muchas tías. No prometo que hablen contigo, pero no pierdes nada con intentarlo. Vamos.
Davian lo siguió sin dudar.
Quizás, solo quizás, empezaría a encontrar respuestas.
LOAN
No soy un ladrón Davian
El aire de Ciudad Central era una mezcla sofocante de humo, polvo y el hedor de cuerpos sin bañar. Loan caminaba con pasos ágiles. La ciudad había sido su hogar durante los últimos años, aunque nunca se sintió realmente parte de ella. No después de lo que le hicieron. No después de que lo traicionaran.
Apretó los puños al recordar. Había nacido en una familia aristocrática, fiel al consorcio, rodeado de lujos y comodidades. Ahora huía, escondiéndose en las sombras, tratando de redimirse.