Los Últimos Herederos

Capítulo 4

Capítulo 4: ¿Qué no estaban extintos?

MEDORA

¿En serio, son acaso mi karma?

Medora caminaba por las calles desoladas de Ciudad Central, con la capucha de su capa levantada para ocultar su rostro. El aire estaba cargado de humo y el olor a descomposición, un recordatorio constante de la decadencia que el Consorcio de Hierro había traído al mundo. Sus botas gastadas resonaban contra el pavimento agrietado, y sus ojos, siempre alerta, escudriñaban cada sombra en busca de amenazas. No era un día diferente a cualquier otro desde la masacre.

El destino, sin embargo, parecía tener otros planes para ella.

Fue en un callejón estrecho, cerca de las ruinas de un antiguo mercado, donde los vio. Dos figuras que destacaban entre la multitud de desesperados y hambrientos. El primero era un joven de cabello negro alborotado y ojos azules tan intensos que parecían brillar con una luz propia. Medora se detuvo en seco, observándolo con atención. Esos ojos... no eran normales. Eran de un azul espectral, casi sobrenatural, como si hubieran sido sacados de un sueño o de una pesadilla. Y lo más extraño era que el joven parecía no darse cuenta de lo peculiar que era. Caminaba con una mezcla de cautela y determinación, como si estuviera explorando un mundo que no entendía del todo.

El segundo era un chico más joven, de cabello rubio platino y ojos dorados que brillaban con una energía inquieta. Medora lo reconoció de inmediato: era un Heredero. Aunque intentaba ocultarlo, su aura era inconfundible para alguien como ella, entrenada para detectar a aquellos que poseían habilidades mágicas. El chico hablaba sin parar, gesticulando con entusiasmo, como si estuviera tratando de convencer al otro de algo. Medora no podía escuchar lo que decían, pero la forma en que el rubio se movía, con esa confianza temeraria, les recordó a los niños que una vez protegió en el orfanato. Niños que ya no estaban.

Medora se mordió el labio, sintiendo un nudo en el estómago. Hacía años que no veía a un Heredero. El Consorcio los había cazado desde que llego al poder hasta casi extinguirlos, y aquellos que quedaban se escondían en las sombras, temiendo por sus vidas. ¿Y ahora, de repente, aparecían dos en su camino? No podía ser una coincidencia. El destino, o lo que fuera, se estaba burlando de ella.

Decidió seguirlos, manteniendo una distancia prudente. No sabía qué intenciones tenían, pero no podía ignorar la posibilidad de que fueran una amenaza... o una oportunidad. El joven de ojos azules parecía perdido, como si no supiera dónde estaba ni qué hacer. El rubio, por otro lado, parecía saber exactamente dónde iba, aunque su actitud despreocupada era preocupante. Medora no podía permitir que dos Herederos caminaran por ahí sin protección, especialmente si uno de ellos parecía no tener idea de lo que era.

Los siguió hasta un edificio en ruinas, una antigua fábrica que había sido abandonada hacía décadas. El lugar era un laberinto de escombros y sombras, perfecto para esconderse... o para tender una emboscada. Medora se detuvo en la entrada, observando cómo los dos jóvenes se adentraban en el edificio. No podía arriesgarse a seguir adelante sin saber qué había dentro. Pero tampoco podía dejarlos ir.

Con un suspiro, Medora se ajustó la capa y entró en silencio, moviéndose como una sombra entre las sombras. Sus sentidos aumentados le permitían escuchar cada paso que daban, cada palabra que susurraban. El rubio hablaba sin parar, bromeando y riendo, mientras el otro, lo escuchaba con una mezcla de exasperación y curiosidad.

—¿Y si nos atrapan? —preguntó, su voz baja pero llena de preocupación.

—No nos atraparán —respondió el rubio, con una sonrisa confiada—. Además, si lo hacen, siempre puedo distraerlos con mi encanto.

Medora frunció el ceño. Ese chico era demasiado optimista para su propio bien. Pero había algo en su actitud que le recordaba a sí misma, hace años, cuando todavía creía que podía salvar a todos. Ahora sabía que no era así. El mundo era un lugar cruel, y la esperanza era un lujo que pocos podían permitirse.

Los siguió hasta una habitación en el centro del edificio, donde. Comenzó a examinar unas marcas en la pared. Medora se acercó lo suficiente para ver que eran símbolos antiguos, grabados en la piedra. No podía leerlos, pero reconocía el estilo. Eran runas mágicas, similares a las que había visto en los textos que estudiaba en el orfanato. Ojos azules las tocó con cuidado, y por un momento, Medora pensó que iba a suceder algo. Pero no pasó nada.

—Esto no tiene sentido —murmuró, frustrado—. Debería recordar algo, pero... no hay nada.

Ojos dorados se encogió de hombros.

—Tal vez no es el lugar correcto. O tal vez necesitas un empujón.

—¿Un empujón? —preguntó, arqueando una ceja.

—Sí, algo que te haga recordar. Como un golpe en la cabeza —dijo, sonriendo.

Ojos azules lo miró con incredulidad, pero antes de que pudiera responder.

—¡Tenemos compañía! —susurró ojos dorados, retrocediendo rápidamente.

Un grupo de soldados de la guardia de la Llama patrullaba el lugar. Medora decidió salir de las sombras. Estos dos necesitaban ayuda, aunque no lo supieran.

—¿Son estúpidos o qué? — Los dos jóvenes se dieron la vuelta, sorprendidos. Ojos azules adoptó una postura defensiva, mientras ojos dorados sonrió. — La ciudad ya tiene suficientes problemas con la falta de comida y agua como para que unos niños idiotas provoquen redadas por la guardia.



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En el texto hay: distopia juvenil, magia acción, found family

Editado: 02.05.2025

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