Capítulo 10: Fiebre, secretos y un secuestro
DAVIAN
Davian flotaba en un mar de imágenes confusas. Su mente, atrapada en un estado febril, viajaba entre recuerdos fragmentados y visiones que no lograba comprender. Veía un laboratorio, pero no era el mismo en el que había despertado. Este lugar era más grande, sombrío, repleto de máquinas que zumbaban y luces que parpadeaban de manera intermitente. Escuchaba voces, susurros que hablaban del Proyecto Perdido. No entendía qué significaba, pero sentía que estaba conectado con el Consorcio, con su pasado, con lo que realmente era.
—El sujeto muestra signos de resistencia... pero el proceso debe continuar. —escuchó una voz fría y calculadora.
—No podemos permitir que falle. Este proyecto es nuestra última esperanza. —respondió otra voz, más grave, absorbente.
Davian intentó gritar, preguntar qué significaba todo eso, pero no podía moverse. Las caras de las personas estaban borrosas. Estaba atrapado, como si su cuerpo no le perteneciera. Luego, todo se oscureció.
Cuando finalmente despertó, Davian se encontró en una habitación pequeña y acogedora, con paredes de madera y un olor a hierbas frescas en el aire. Medora estaba sentada a su lado, con los brazos cruzados y una expresión seria.
—Despertaste —dijo ella, sin perder tiempo—. Llevas tres días inconsciente. No puedes seguir usando tus poderes de esa manera, Davian. Eres un riesgo para todos si no aprendes a controlarlos.
Davian se frotó la cabeza, sintiendo el peso de las palabras de Medora. Sabía que tenía razón, pero no sabía por dónde empezar, no es como si pudiera encontrar un mentor.
—¿Dónde estamos? —preguntó, tratando de sentarse y obtener una mejor vista del lugar.
—En el Bosque de la Memoria —responde—. Y tenemos un nuevo... compañero.
Hasta ese momento no había notado al niño, el chico de cabello cobrizo se encontraba sentado en un rincón de la habitación hojeando un libro. No dijo nada cuando Davian lo saludo, simplemente se quedó mirándolo con una mirada lejana.
—Él es Aerith —dijo Medora—. Nos ha ayudado dejando quedarnos aquí en su hogar, te ha estado atendiendo estos días que estuviste inconsciente.
Davian asintió, aunque no estaba seguro de cómo sentirse al respecto de que un niño que no lo podía mirar a los ojos lo hubiera curado. Aerith parecía tan perdido como él, pero también tenía algo que lo hacía parecer... diferente, como si no perteneciera a este mundo.
AVEN
Aven observaba a Aerith desde la puerta de la cabaña, con los brazos cruzados y el ceño ligeramente fruncido. El chico les había hablado ni una sola vez desde que lo encontraron, pero había algo en él, algo latente, que Aven no podía ignorar.
—No podemos dejarlo aquí —dijo finalmente, rompiendo el silencio mientras se giraba hacia Medora—. El Consorcio lo encontrará tarde o temprano. Y si resulta ser un Heredero como esos dos, es un blanco fácil.
Medora asintió despacio, su mirada fija en el niño sentado junto a la ventana, indiferente al mundo que lo rodeaba.
—Estoy de acuerdo—responde en voz baja—. Después de nuestras acciones el Consorcio sospechara de todos sin importarles en investigar quienes son, pero no podemos obligarlo a venir con nosotros.
Aven soltó una carcajada seca, cargada de sarcasmo.
—Claro que podemos —replico con una sonrisa ladeada—. Lo llamaremos...un secuestro temporal. Lo hacemos ir con nosotros ahora y si todo se calma, lo dejamos volver. Es un niño, Medora. Seria una irresponsabilidad nuestra dejarlo solo en medio de esto.
Medora le dirigió una mirada dura, pero no discutió. Sabía que Aven tenía razón. Aerith no podía quedarse solo, no en un mundo como este, no sabían cómo había sobrevivido solo en el bosque, ese silencio inquebrantable escondía secretos.
Aerith seguía allí, como una estatua de carne y hueso, con la vista perdida en algún punto más allá del vidrio. Tenían que investigar porque vivía solo dentro de las profundidades del bosque. Hasta el momento alrededor de la cabaña había solo un huerto ni un rastro de otra persona. La cabaña, aunque rustica, había sido engullida casi por completo por la naturaleza. Las paredes estaban cubiertas de enredaderas, y el suelo, resquebrajado en algunos puntos, brotaban hierbas salvajes. Flores extrañas y maleza invadían cada rincón, como si la naturaleza reclamara el lugar por sí misma. Incluso dentro de la casa, pequeñas plantas emergían de entre las grietas del piso de madera, trepando por las patas de las mesas y aferrándose a los marcos de las puertas.
Parecía menos un hogar y más un susurro del bosque.
Aven dejó escapar un suspiro resignado.
—No podemos dejarlo aquí—repitió, esta vez en voz baja, casi para sí mismo—. Incluso los más fuertes necesitan a alguien.
Medora asintió. Y en ese silencio compartido, ambos supieron que la decisión ya estaba tomada.
AERITH
Cuando Aven se detuvo a un par de pasos, Aerith dejo de mirar la ventana y lo miró de reojo con desconfianza, pero no hizo ningún movimiento para alejarse. Aven, por su parte, se agacho hasta quedar a su nivel, apoyando un codo en la rodilla con aire desenfadado.