Había una vez una familia muy peculiar que vivía en una pequeña casita al borde de un frondoso bosque. La familia se llamaba los Valle, y estaba compuesta por cuatro personas: papá Andrés, mamá Clara, su hijo Tomás y su hija pequeña, Valentina. Aunque a simple vista parecían una familia común, los Valle tenían un gran secreto: cada uno de ellos poseía un don especial.
Papá Andrés era capaz de hablar con los animales. Desde muy pequeño había entendido lo que decían los pájaros, los zorros, y hasta los ciervos del bosque. Gracias a su don, Andrés siempre sabía cuándo se acercaba una tormenta o cuándo el río traía más peces. Esto hacía que la familia nunca pasara necesidades, ya que siempre estaban preparados para cualquier eventualidad de la naturaleza.
Mamá Clara tenía la capacidad de hacer crecer cualquier planta con solo tocarla. Su jardín era un espectáculo de colores y aromas. Cultivaba verduras, frutas y hierbas que nadie más podía conseguir. Su toque hacía que las plantas crecieran rápidamente y florecieran en todo su esplendor. Los vecinos del pueblo siempre venían a pedirle ayuda con sus jardines, y Clara nunca se negaba.
Tomás, el hijo mayor, tenía un don relacionado con el viento. Podía controlar su fuerza y dirección. Era capaz de convocar suaves brisas que refrescaban las tardes más calurosas o de crear ráfagas de viento que lo impulsaban a correr más rápido que nadie. Muchas veces, cuando jugaba con sus amigos, parecía que Tomás volaba por los campos.
Por último, la pequeña Valentina tenía el don más especial de todos: podía escuchar los pensamientos de los árboles. Cada vez que entraba al bosque, los grandes robles y abetos le contaban historias de tiempos antiguos, de viajeros que habían pasado por allí, y de criaturas mágicas que alguna vez habitaron en los rincones más profundos del bosque. Valentina pasaba horas escuchando sus relatos y aprendiendo los secretos de la naturaleza.
Un día, el pueblo vecino sufrió una terrible sequía. Los campos se marchitaban y los animales comenzaban a desaparecer. Los Valle, preocupados por la situación, decidieron unir sus dones para ayudar. Andrés habló con los animales del bosque, quienes le contaron de un río subterráneo que corría por debajo de las montañas. Clara, con su toque mágico, logró hacer crecer las plantas y guiarlas hacia las fuentes de agua subterránea. Tomás, con la ayuda del viento, logró mover las nubes para que se juntaran y trajeran la tan ansiada lluvia. Y Valentina, guiada por la sabiduría de los árboles, encontró la ruta exacta hacia el río subterráneo.
Gracias a su colaboración, el pueblo recuperó su agua y los campos volvieron a florecer. Los habitantes del lugar nunca supieron cómo los Valle habían logrado semejante milagro, pero siempre les estuvieron agradecidos.
Desde entonces, la familia Valle siguió viviendo en su pequeña casita, cuidando del bosque y ayudando a todos aquellos que lo necesitaban. Y aunque su vida estaba llena de magia, lo más importante para ellos siempre fue el amor y la unión que los mantenía juntos.
Y así, los Valle vivieron felices, sabiendo que con sus dones no solo podían hacer del mundo un lugar mejor, sino también conservar lo más valioso que tenían: su familia.
Editado: 22.09.2024