CAPÍTULO II
THEODORE
Brooke arrojó el cigarrillo al piso al mismo tiempo que acomodaba su gorra para atrás. Finalmente habíamos llegado a Los Ángeles luego de muchos días de manejo. Mi amigo dejó caer su peso en el capot del auto que a base de muchas reparaciones habíamos logrado que funcionara y dejó escapar un suspiro largo y cansino. No habíamos hablado mucho en los últimos días. Eran tanta las cosas que aún teníamos que procesar que fue imposible ordenarlas y decirlas. Decirlas, sobre todo.
Me restregaba la cara con las manos y un grito ahogado brotó de mi garganta. Estaba cansado y exhausto y cada vez que miraba, los ojos de Brooke, castaños y acusadores, me analizabanculpándome por partes iguales.
–Basta de mirarme así, nadie te obligó a venir conmigo –no había terminado de decir la frase que volteó su rostro sonriendo con ese dejo de soberbia que me ponía lisa y llanamentemuy nervioso.
–¿Qué clase de mejor amigo hubiese sido de haberme ido cuando las cosas se pusieron feas, Theodore?
–El más sensato, seguramente –una risa seca es toda la respuesta y eso me conforma. Nuestra amistad se había basado en los últimos años, básicamente, en consejos que nunca seguí, en los “te estás metiendo en líos”, en los “resolveremos juntos” en un sinfín de malas decisiones. Pero le agradecía su amistad. Y la necesitaba. Como él me necesitaba a mí.
Todo lo que podía haber salido mal, salió mal. Absolutamente todo, ni más ni menos. La caótica salida de Chicago y la llegada a Los Ángeles. El destino confuso, poco claro y la promesa de intentar hacer, de una vez, las cosas bien. Por mí y por Brooke sobre todo.
El ruido de una moto rompió el silencio que nos invadía a ambos. Allí estaba él, con el casco puesto y unos pantalones cortos tipo bermudas de color negro. Para el motor y su pie detiene por completo el andar del vehículo. Había pasado demasiado tiempo de la última vez que lo había visto. O quizá no tanto. Pero había corrido mucha agua debajo del puente.
Darien puso el seguro de la moto, bajóy seacercó a nosotros para saludarnos. Se limitó a preguntarnos del viaje eterno y ya. Eso fue todo. Las preguntas que ninguno quería hacer ni responder quedaron para más tarde.
Descubrí que el departamento estaba en una zona de edificiostodos iguales. Cuando aparcamos detrás de la moto de Darien, demostróconocer a la perfección el lugar porque apenas atravesamos un pequeño jardín, seguimos hasta la entrada. Dos pisos por escalera y finalmente habíamos llegamos. El departamento era pequeño, apenas dos cuartos, una sala de estar y una cocina en un lugar ni tan alejado ni tan cerca del centro. No había lujos y tampoco los esperábamos. En comparación con muchos lugares en los que habíamos vivido, este parecía lo más cerca al paraíso. De reojo vi a Brooke sonriendo.
–El casero es conocido mío. Nada de fiestas hasta la madrugada y por supuesto –esta advertencia de parte de Darien va dirigida especialmente a mí–, nada de drogas.
Alcé mis manos en señal de paz. Como si nunca hubiese roto un plato en mi vida.
–Les diré cuando nos encontramos en el gym.
De repente, parece que el peso del favor que nos hacía lo invadió por completo porque su mirada se ensombreció siendo prácticamente indescifrable.
–Por favor, hablamos de empezar de cero. Acá todos empezamos de cero. Espero que así sea.
Empezar de cero, a simple vista, tres palabras muy sencillas de decir. A la hora de la práctica… bueno, eso era otra cosa. Pero nos habíamos propuesto hacerlo, habíamos luchado tanto para llegar hasta ahí que nos lo merecíamos. Brooke se lo merecía. Luego de tanto…
La idea de venir a Los Ángeles había parecido una locura tan solo unos meses atrás y ahora que estamos aquí simplemente parece irreal. Mi cabeza, incapaz de descansar, repasa los últimos acontecimientos. Empezar de cero. Tres sencillas palabras.
–Tienes que dejar de pensar, Theodore.
La voz de Brooke me trae de nuevo a la realidad.
–Deja de darle vueltas al asunto. Nos merecemos esto. Te mereces esto, aunque intentes creer que no. Hiciste lo correcto, hermano.
Hacer lo correcto. Hace mucho dejamos de darle el mismo significado a esa frase. Él cree que yo hice lo correcto. Yo creo que solo sobreviví. ¿Cuántas cosas había hecho para sobrevivir? ¿Cuántas cosas había hecho con esa justificación? Y finalmente, ¿qué carajo era hacer lo correcto? En los últimos años no recuerdo haberme preocupado por nadie que no sea por mí y por Brooke. Porque él era mi hermano. Y porque se lo debía. Y me justifico con eso: lo hice por él.
Y, sin embargo, no puedo dejar de pensar. Mi mente no para de maquinar; pensamiento tras pensamiento con un nexo en común: la traición. Y entonces llega ese dilema, esa voz en mi conciencia que no se apaga nunca: eres un traidor. Eres un superviviente. No lo hiciste por Brooke, Theodore. Porque eres un egoísta. Egoísta. Egoísta. Que solo piensa en sí mismo. Eres un egoísta, Theodore. Eres un traidor.
¿Qué era ser un sobreviviente? ¿Qué era sobrevivir? ¿Qué era hacer lo correcto? Y finalmente, ¿qué era hacer las cosas bien?