CAPÍTULO III
TABATHA
Luego de esa primera interacción civilizada con los nuevos, con Ginevra nos miramos. Hacía tantos años que nos conocíamos que las palabras sobraban la mayoría de las veces. Nos sonreímos brevemente para continuar cambiándonos.
–Eso fue extraño. Pero no puedo negar que Brooke es un chico malo muy…
–Apetecible –terminé la frase por ella que solo asintió.
–Excelente elección de palabra, querida.
Nos fuimos saludando a todos con un breve nos vemos mañana. Muchos seguían entrenando y el olor a sudor ya nos estaba mareando. Bueno, al fin de cuentas era un gimnasio, no podíamos esperar mucho más.
Nos montamos en el auto, las piernas me dolían como los mil demonios. Miré de reojo a mi amiga, que tenía la cabeza apoyada sobre el respaldo y los ojos cerrados.
–Vamos, no te duermas, que cuando lleguemos a casa aún tenemos que terminar el ensayo de Historia.
Ella giró y me sonrió maliciosamente.
–Corrección. Tenemos que llegar y yo me tengo que encargar de preparar mucho café y entretenerte con historias absurdas para que tú termines el ensayo de Historia y pongas nuestros hermosos nombres en él. Bendito el día que nos asignaron una materia tan aburrida como Historia a los cuatro juntos –dice elevando las manos al techo del auto. Río brevemente. Era siempre igual, los trabajos de Historia eran mi fuerte. No era una alumna ejemplar, solíamos saltarnos varias clases, pero al momento de los exámenes era infalible en casi todas las materias que sean de estudio. Simplemente un don natural heredado. Habíamos logrado con los años aprender y aceitar un esquema de estudio donde yo daba las clases de apoyo y Ginevra, Tony y Collingwood tomaban los apuntes que yo consideraban iban a entrar en el examen. ¿Los trabajos en grupo? Ellos eran un gran apoyo moral a la hora de hacerlos, y de firmarlos.
Siempre fuimos los cuatro. En realidad, técnicamente Tony fue el último en entrar al grupo. A Collingwood lo conozco desde la guardería. Katerina y Antonia, la madre de mi amigo, se hicieron cercanas casi al instante. El resto del trabajo lo hicimos él y yo. Con el paso de los años Collingwood ya prometía ser el típico chico popular jugador de fútbol. ¿Y yo? Bueno, no meterme con nadie y que nadie se meta conmigo era prácticamente mi arte. Pero nuestra amistad fluyó con el paso de los años y a Collingwood pareció importarle mierda que Ginevra y yo pasáramos de todo. Es decir, en preescolar habíamos conocido a nuestra amiga pelirroja y fuimos nosotros tres la mayor parte de nuestra infancia hasta que arrancamos el secundario y Collingwood mostró sus destrezas en el deporte y sacó a relucir su parte más sociable (parte de la que carecíamos completamente Gin y yo). No quiero que me entiendanmal. No somos asociales, simplemente selectivas a la hora de interactuar con la gente.
Es por eso que recuerdo cuando teníamos once años y Tony era el chico nuevo. Su hermano Richard había venido a buscarlo en un auto bastante destartalado que estaba en remodelación, según él, y se les paró en la entrada del colegio cuando estaban por irse. Motor muerto, fue la sentencia. Unos chicos crueles comenzaron a reírse de él llamándolo con apodos bastante insolentes, “pobre”, entre ellos. Y yo me cabreéy Ginevra también, claro está. Con el tiempo descubrí que hacer enojar a Ginevra era más fácil de lo que uno puede decir “bomba” y ahí estábamos nosotras. Empujando a los niños crueles. “Imbéciles” fue la última palabra antes de voltearnos a ver al chico latino que se encontraba incómodo al lado de su hermano que tenía la mitad del cuerpo metido dentro del capot del auto. Nos acercamos con nuestras mejores sonrisas de niñas buenas y nos presentamos. Tony Méndezfue la respuesta que nos dio y señaló a su hermano que parecía no haberse percatado de absolutamente nada, Richard.
–Bueno, Tony, bienvenido a nuestro grupo de dos. Tres si contamos al rubio Collingwood. A partir de ahora somos cuatro –dije con una gran sonrisa. Recuerdoque a Tony se le iluminó el rostro, sus ojos marrones se achinaban cuando sonreía.
Tenía el pelo completamente negro y una contextura bastante robusta. Era algo más bajo que el promedio de nuestros compañeros y si me guio por la primera impresión,daba tímido. Claro que después nos dimos cuenta que estaba cortado por el mismo cuchillo que nosotras y era un seleccionador de personas nato. Nos hicimos amigos al instante. Tony fue el primero en apodarnos “chicas problemas” y también el primero en mostrarnos, junto con sus hermanos y primos, la importancia de hacer cosas no tan buenas solo por el hecho de vivir la vida. Con Tony fui a la primera fiesta donde vi drogas y alcohol y el primero en cuidarme cuando tomé tanto whisky que no recordaba ni cómo me llamaba. Con Tony fuimos a las carreras de autos y motos más conocidas de la ciudad. Tony es extraño, tiene una adoración por los autos y no le interesa otra cosa más que tener su propio taller cuando se gradúe por lo que está ahorrando desde ahora. Nada de universidad. Sus hermanos se ocupan de cosas, aunque no tenemos muy en claro qué tipo de cosas. Tampoco preguntamos. “Nada muy ilegal”, nos dijo Tony una vez, “algo con los autos”. Eso fue todo. Su familia era amorosa. Todos latinos, todos graciosos. Una gran comunidad. Tony es el opuesto a Collingwood. Bueno, realmente Collingwood es lo opuesto a todos nosotros. Más de una vez le preguntamos por qué sigue siendo nuestro amigo y él se encoge de hombros y siempre nos responde lo mismo. “Que me guste jugar al fútbol y la popularidad no signifique que tenga amigos, ustedes lo son, no es más complicado que eso, además de que son geniales”, nos sonríe y fin del tema. Los tres creemos seriamente que bajamos sus status de popularidad considerablemente. No nos importa.