Los verdaderos hombres no matan coyotes

CAPÍTULO 10 - TABATHA

CAPÍTULO X

 

TABATHA

           

Vi a Theodore golpearlo por última vez. La pelea terminaentre gritos de victoria por parte de los espectadores. No lo creo, ¿lanzan bragas? Ruedo los ojos mientras aplaudo junto con Ginevra. Como siempre, Theodore termina la pelea y se dirige a los vestuarios sin mirar a nadie.

–Buena pelea, ¿no te pareció, Pecas? –Brooke abrazó por los hombros a mi amiga.

Gin lo miró con una sonrisa y lo hace en serio. No en burla e incluso no hay ese dejo de sarcasmo o cinismo que estoy tan acostumbrada a ver cuando le sonríe a alguien que no suele ser Tony, Collingwood o yo. Me puse contenta por mi amiga. Brooke no parece unmaldito juego de acertijos como Theodore. Nos encaminamos a la barra para pedir algo de beber. Collingwood y Tony no estaban, por lo que éramos solo Ginevra y yo. Estuvimos hablando un rato hasta que Theodore apareció por el umbral de la puerta que daba al patio trasero del gimnasio con la capucha de su sudadera puesta, el pelo levemente mojado y una sonrisa torcida estampada en su rostro. Unos leves moretones se estaban formando en su rostro que de seguro al día siguiente tendrían un color morado más intenso. Todavía eran suaves y realmente ya me había acostumbrado a ese contraste con su piel. Tardó en conectar su mirada con la mía y cuando lo hizo se dirigió hacia donde estábamos. Quería felicitarlo, quería decirle que había estado bien, que lo invitaba un trago para festejar, hacer algún comentario sarcástico. Cualquier cosa. Pero, o mi lengua fue muy lenta o sus movimientos muy rápidos, porque cuando llegó a posicionarse frente a mí tomó mi rostro entre sus manos y me besó. Mi pelo suelto y su capucha nos tapaban lo suficiente mientras sus labios se movían con devoción sobre los míos. Involuntariamente sonreí cuando se separó y lo que escuché a continuación fue un silbido bajo. Volteé y Ginevra que me estaba viendo con sus finas cejas pelirrojas alzadas y una sonrisa burlona en su rostro. En cambio, Brooke miraba a Theodore fijamente con el ceño fruncido levemente y una cara de pocos amigos. Cuando quise ver la reacción de Theodore, entrelazó su mano con la mía, lo que me obligó a mirarlo interrogándolo con la mirada. Levanté una ceja en señal de pregunta y él se acercó hasta mí para susurrarme al oído.

–¿Vamos? –su aliento cálido chocando en mi oreja fue suficiente para nublar parte de mis sentidos. No sabía adónde, ni en qué auto. Solo asentí y miré a Ginevra que tocó su cartera.

–Me llevo tu auto y mañana te lo alcanzo –me tira un beso volador.

Esta vez soy yo quien afirmó el agarre de la mano de Theodore y me encaminé a la salida. De reojo vi a Darien al lado de Kratos mirándome fijamente. Ya habríatiempo para hablar con él. Lo perdí de vista cuando cruzamos el umbral. Una vez afuera, la brisa golpeó mi rostro relajándome. A veces olvidaba lo asfixiante que era estar tan rodeada de gente. Sentí un tirón en el brazo y todo mi cuerpo chocó Theodore que me abrazó por la cintura y me alzó haciendo que mis pies no tocaran el suelo.

–¡Qué haces! –lo abracé por el cuello riendo.

Verde. No había nada de negro en sus ojos. Lo vi tan cerca de mí que me animé a dejar un beso breve en sus labios. Él sonrió mientras caminaba cargándome hasta donde supuse estaba su auto. Cuando mis pies tocaron de nuevo el piso vi que el auto no tiene cuatro ruedas, sino dos y efectivamente no es un auto. Se montó, puso la llave y me mirósobre el hombro.

–¿Confías en mí? –me dijo mientras yo subía, aferrándome a él.

Reí brevemente y apoyé mi mentón en su hombro.

–¿Debería? –le pregunté.

Arrancó la moto y por inercia me aferré con más fuerza. Me había pillado desprevenida.

–No, Coyote. No deberías –lo dijo tan neutro y bajo que juro que, si no le hubiese estado prestando atención, no lo hubiese escuchado.

 

 

Condujo por aproximadamente veinte minutos hasta un parque cerrado que hay en el centro de la ciudad. Fuimoshasta la puerta cerrada con candado y lo miré incrédula. No es que mi sentido de la moral sea muy alto pero no solía romper reglas porque sí, ni tampoco me gustaba perder mucho el tiempo. Él me sonrió con esa sonrisa burlona a la que de a poco me acostumbraba.      

–¿Te animas? –y trepó por la fachada de hierro.

Carajo.

–¿Estás de broma? –alcé las manos en señal de negación–. Es un no rotundo, Theodore –él me miró sobre su hombro mientras escalaba para pasar una pierna para el otro lado de la verja y sentarse.

–Vamos, Coyote, tienes que ser una chica mala.

–Mala sí, suicida no. ¡Tengo que mantenerme con vida! –mientras, tiré mi pelo para atrás–. ¡Tengo un perro al que volver a ver! –le expliqué exasperada. Él terminó de pasar su otra pierna y saltó en un movimiento ágil. Casi parecía un felino, un completo depredador. Quedó del otro lado mirándome a través de los barrotes.

–¡Prometo compensarlo! –me arengó con las manos–. Voy a estar aquí abajo por si caes –lo miré dudosa.

Pero antes de que volviera a decir algo más, cobarde posiblemente, tomé los barrotes con fuerza impulsándome para subir. Un, dos, tres movimientos después, casi llegaba.        



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En el texto hay: secretos, amor, peligro

Editado: 24.05.2021

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