Los verdaderos hombres no matan coyotes

CAPÍTULO 13 - TABATHA

CAPÍTULO XIII

 

TABATHA

 

Enderecé mi espalda. Odiaba los tacones, pero más odiaba el lugar donde iba. En el espejo, el reflejo de Ginevra cerrándose el vestido de costado. Un pequeño vestido negro. Se había maquillado lo suficiente para llamar la atención de toda la ciudad, su pelo color fuego estaba perfectamente atado en una cola alta. Mi vestido era rojo de mangas bajas con hombros descubiertos. Y corto. Muy corto. Hice una mueca cuando me descubrí mirándome fijamente en el espejo. Tomé coraje e inhalé profundamente para voltear y ver a Ginevra concentrada en aplicarse más rímel.

–Te ves bien, Ginger –era la primera frase que cruzábamosen un rato bastante largo. Ella volteó a verme mientras guarda el maquillaje en el neceser de mi tocador. Sus labios estaban pintados de un rojo muy llamativo, dándole una sonrisa completamente cautivadora. Me miró de arriba abajo con una mueca.

–Tú también, Coyote.Ojalá se infarte cuando te vea y nos ahorremos todo el show.

 Río abiertamente. Con ella me siento más segura. Como si realmente fuese a protegerme de todos los males. 

–Ahora, vamos. Hay que patear unos cuantos culos.

–¿Esa es tu forma de decirme que estás conmigo y que no me vas a abandonar antes de llegar a la meta?

Ella revoleólos ojos.

–No seas tan romántica. Esta es mi forma de decir que vamos a patear algunos culos. Juntas. Tómalo como quieras.

Agarró su pequeño bolso y yo el mío y emprendimos camino hacia la puerta. Cuando Mari nos vio, enfocó toda su atención en mi vestido. Lo recordaba, seguro. Me miró a los ojos un tiempo que fue eterno. No sabe a dónde vamos con certeza, pero lo presiente.

–Cuídate, Coy. Cualquier cosa yo estoy aquí, lo sabes ¿no?

Yo solo me limité a asentir. Las palmas de las manos me sudaban, estaba jodidamente nerviosa. Me metíaen la boca del lobo sin invitación. Con suerte, era algo que, si salía bien, quedaría como anécdota. Ni Tony ni Collingwood sabían. Mejor. No podía lidiar con mi ansiedad en esos momentos, menos lidiar con su histeria. Ginevra conducía en silencio. Pusimos música para aligerar un poco el ambiente y cuando nos quisimos dar cuenta, El Templo se encontraba frente a nosotras dos aún subidas al auto. El valet parking golpeó la ventana trayéndonos a la realidad para pedirnos las llaves. Cuando nos bajamos, Ginevra se puso a mi lado y vi su cara de póker y su ceño levemente fruncido. Me agarró la mano y me susurró sin mirarme.

–No tiembles.

No me había dado cuenta de que lo estaba haciendo hasta que ella me lo dijo. Volví a inhalar profundamente dejando salir todo el aire. Repetí el gesto un par de veces más hasta que me notémás tranquila.

–No dejes que vean que la situación te pone nerviosa –hizo una breve pausa y volteó a verme–.Yo estoy aquí.

Y eso fue suficiente para armarme de valor y caminar a la entrada.

El guardia era el mismo desde que yo conozco El Templo, custodiaba la puerta fumando un cigarro que apagó en el instante que nos acercamos. Levantó la mirada y nos observó detenidamente. Si nos reconoció, no lo hizo notar.

–Nombres.

–De Santis, Ginevra, y Macfly, Tabatha –carraspeé un poco para aclarar la garganta– Coyote.

En ese momento el guardia levantó la mirada, confundido al principio. “Me recuerda. Estoy segura”. Y yo intenté mantener el mismo semblante cuando me sonrió.

–Hace mucho te esperábamos, Coyote. El jefe estará encantado de verte.

Nos abrió la puerta permitiéndonos pasar. Conocíael lugar perfectamente. Cada recoveco, detrás de la barra, el depósito, los baños de hombres y de mujeres y cada uno de los reservados. De los mejores clubs que hay, catalogado por el diario local. Música lo suficientemente alta para bailar y lo suficientemente baja como para mantener una conversación. Meseros atendiendo los reservados, botellas carísimas, hombres de trajes reunidos y mujeres con curvas de infarto.

Sabía perfectamente adónde dirigirme y hacia allí fuimos. Ginebra me seguía detrás. Odiaba ese lugar tanto como yo. Y le traía los mismos recuerdos nefastos que a mí. Cuando llegamos a la sala a la que queríamos entrar en el segundo piso, donde se encontraba Thomas, dos hombres vestidos perfectamente con trajes y camisa blanca nos esperaban. No los reconocí, pero evidentemente ellos sí lo hacen porque nos abrieron la puerta. Una antesala nos separaba del lugar de donde provenían los murmullos. Respiré profundamente ysentí la pequeña mano de Ginevra alrededor de la mía. Cuando llegamos al salón vi muchos hombres, sus hombres, de espaldas a mí. Riendo y bebiendo. Mirando a su jefe. Aún no podía ver a Thomas, pero juraba que estaba sentado como un rey en su trono. Fumando mientras tomaba un whisky caro. Thomas siempre fue excéntrico con un gusto muy particular. Lo conocí cuando tenía quince añosy él veintidós. Nunca llegó a ponerme nerviosa. Quizá porque cuando estaba con él, estaba demasiado colocada. Y hoy, con casi dieciocho años, esos nervios que tendrían que haber aparecido tanto tiempo atrás, hicieronsu entrada triunfal.



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En el texto hay: secretos, amor, peligro

Editado: 24.05.2021

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