Los verdaderos hombres no matan coyotes

CAPÍTULO 15 - TABATHA

CAPÍTULO XV
 

TABATHA

 

Theodore estaba concentrado mirando las calles. Ginevra se había llevado mi auto con Brooke y Theo me llevaba a mi casa en el suyo. Desde que nos subimos al auto que no pronunciamos palabra. Sabía que había algo rondando su cabeza, pero quería que él diese el primer paso.

–¿Por qué hiciste eso?

Bueno. Podría haber sido peor.

Dejé caer mi cabeza contra el respaldo, solo quería llegar a casa, sacarme los tacones y ponerme el pijama, dejar atrás esta noche nefasta y dormir hasta olvidarme de quién soy.

–Porque tuve ganas, Theo. No le busques más explicación. Que estés en Coyote y Thomas te tenga en la mira me convierte en daño colateral y no quiero tener nada que ver con él. Además, fue a Ginevra y a mí a quienes golpearon el otro día –reíporque sí–. No tengo ganas de discutir,Theo. Quería ayudarte, también, ¿es tan malo eso?

–No lo necesitaba, Tabatha.

–No me vengas con esas cosas –y ahí exploté–. ¡Solamente quería ayudarte! ¿Por qué repeles a todas las personas, Theodore?

No me había dado cuentade que estábamos en la puerta de mi casa. Tampoco me había dado cuentadeque sus ojos estaban de un color tan negro que te perdías en ellos. Descolocada, opté por cerrar los ojos y suspirar. La situación de hoy me superó ampliamente y solo quería dormir.

–No quise gritarte, Theodore. Solo que Thomas –titubeé un poco. No quería mostrarme tan desarmada frente a él–. No quería realmente volver a tener nada que ver con él. Y esto, que haya aparecido tan así, hizo revivir ciertos momentos que prefiero, realmente prefiero, tener guardados para siempre en el cajón de momentos a no recordar nunca jamás de mi cerebro.

Abrí los ojos y me encontré con una sonrisa de lado, unos ojos ya no tan negros mirándome traviesos con la broma en la punta de su lengua.  

–¿Tienes un cajón de momentos a no recordar nunca jamás en tu cerebro? Eres patética –una risa salió de lo más profundo de sus entrañas.

EnTheodore era palabras malsonantes saliendo de sus labios, verdades escupidas con motivo de querer hacerte daño, alejarte, era hacer cosas por primera vez. Fruncí mi ceño y ya completamente desarmada ante él me entregué a la risa que quería salir desubicada de mi garganta.    

–Sí, soy patética.

Decidido,puso el freno de mano del auto y me abrió la puerta.

–Vamos, quiero saber más sobre esos momentos guardados en tu caótico cerebro.

Con una sonrisa en los labios, abrími puerta. Me ponía a prueba. Esa noche, quizá, podíamos averiguar quién estaba más roto de los dos.

 

Theodore apoyaba toda su espalda sobre el cabezal de la cama. Se veía relajado y hasta tranquilo. Teníalosojos cerrados, y su respiración era lenta, su pecho subía y bajaba en armonía. Lo miraba de reojo, admirando sus facciones duras, la mandíbula, la curva de su mentón y nariz y noté, aun en la oscuridad, algunas cicatrices.

–Una foto dura más –lo dijo con una risa suave.

Sus ojosse posaron en mí. Negros absolutos y me perdí un poco. De repente parecen querer florecer todos mis pecados para ser traducidos en palabras. Y eso hago. Le cuento todo sin trabas, cómo conocí a Thomas, como fue pasear por el infierno y volver, cómo me ayudaron mis amigos, el apoyo incondicional de Mari y de Darien a su manera. Cómo fue el refugio de Coyote, la familia disfuncional que es. Me encuentro hablándole de cómo estuve tan perdida, de la espiral de destrucción en el que me encontraba y cómo salí; de Thomas y su comportamiento enfermizo y también le cuento todas las veces que lo justifiqué, que justifiqué su accionar, su forma de ver la vida y todo lo que hizo.

–Uno recibe el amor que cree merecer. A su manera me quiso, ¿sabes?

Theodore se había acomodado un poco para verme de costado atentamente. Cada tanto lo veía fruncir el ceño y los labios, pero no me interrumpió.

–Su forma fue nefasta, claro está, pero no creo que conozca otra forma de querer. Me ayudó a olvidarme un rato quién era. Me costó mucho entender que uno tiene que vivir con todo lo que le toca. Que nada es perfecto y que mi vida no iba a ser la excepción. Él nunca se fue, yo lo eché. Y solo Dios sabe cuánto me costó–pensé un poco, rememorando y trayendo momentos tipo flashback a mi cabeza–. “Cuando todos se vayan, yo voy a seguir estando, Coyote”, me decía siempre cuando estaba demasiado ida como para entender realmente lo que quería decir. Quería tenerme ahí para él a cualquier precio. Mejor dicho, el precio era yo.

En un acto instintivo, primitivo, y hasta animal, Theo extendió su mano para acariciar mi mejilla y yo cerré los ojos para disfrutar su caricia. Sus manos callosas eran suaves. Y de repente, se inclinó hacia mí para regalarme un beso dulce que acompasó con el momento que vivíamos. Todo mi ser se acopló al suyo.

Theodore tiene muchas cicatrices. Muchas se pueden ver y otras tantas, no. Son internas y aún están en carne viva. No lo sé, pero lo siento. Me lo dicen sus ojos, su forma de ser, de pelear. Cuando lo vi en el ring me di cuenta. Lo había visto muchas veces antes, el dolor, no físico, de los que estaban en la arena, los ojos perdidos, como si cada golpe los transportara a otro lugar. No estaban realmente ahí, estaban a muchos recuerdos de distancia, en el caos de su casa, de su vida, en su familia disfuncional quebrada y rota. Cada golpe los trasportaba ahí. Eran los titiriteros de su propia vida. Eran puras marionetas de un completo y absurdo sinsentido. No eran felices, claro que no. Pero estaban rotos.Y las peleas, algunas, eran tan duras que el dolor de los golpes los hacían vivir una realidad diferente, su realidad diferente. Y Theodore era todo eso y más. Era el grito sordo de pedir ayuda. Ella lo sabía sin que él se lo dijera.



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En el texto hay: secretos, amor, peligro

Editado: 24.05.2021

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