Los verdaderos hombres no matan coyotes

CAPITULO 27 - THEODORE

CAPÍTULO XXVII

 

THEODORE

 

 

La oportunidad se presentó casi por casualidad. Ni sabría contestar cómo había terminado ahí, pero cuestión que mi peor decisión estaba a un metro y medio de mí, tenía piernas largas y se llamaba Lola.

La noté después de un rato porque no dejaba de mirarme. Si intentaba que no me diese cuenta, era pésima disimulando. Quise recopilar toda la información que sabía de ella en mi memoria: amiga de Tabatha desde siempre, conclusión: la peor decisión que podía haber tomado. Pero ya estaba decidido. Si Brooke estuviese en este momento, se estaría riendo de lo patético que soy.

Levanté mi botella de cerveza saludándola, improvisando mi mejor sonrisa y esperé que ese simple gesto fuese suficiente. No tardó en aparecer a mi lado.

–¿Tú eres el chico que estaba en el partido con Tabita y la pelirroja, cierto?

En ese momento decidí desplegar todos mis encantos. Necesitaba que Lola cayese, necesitaba poder llevármela a la cama, necesitaba que Tabatha lo supiese. Y que se decepcionara. Necesitaba lastimarla para que decidiese que ya no quería estar conmigo, que yo no iba a cambiar.

Asentí mientras observaba como mordía el sorbete de su bebida.

–¿Y ella dónde está? Pensé que estaban juntos.

–Piensas que soy su jodido niñero, ¿eh? No lo sé –me encogí de hombros y terminé mi bebida de un sorbo.

La vi sonreír de lado, coqueta, mientras me concentrabaen sus gestos, en sus señales.Evité pensar en lo ridículo que quedaría ese gesto si lo hace una personacomo Tabatha. Ella, tan despreocupada e incluso torpe, a veces, no encaja en el perfil de chica sexy, aunque fuese justamente eso. Comienza a hablar de cosas sin sentido mientras yo me preguntaba realmente qué veía de agradable Tabatha en una chica como Lola, tan superficial.

Golpeé la mesa con mis nudillos dos veces llamando su atención, un poco aburrido por la conversación sinsentido.

–¿Bailamos?

Lola no era Tabatha, que bailaba despreocupadamente, no. Lola apretaba su cuerpo contra el mío, dejaba su cuello al desnudo donde deposité algunos besos no tan inocentes. Si quería que eso funcionase, tenía que sacar a Tabatha de mi mente. Imaginármela no me lo estaba poniendo nada fácil. Compararla, menos. Porque Tabatha no podía ser comparada con ninguna mujer que haya conocido.

El olor de la piel de Lola era demasiado dulzón y se me impregnó fácilmente en mis fosas nasales. Si bien no me disgustaba, estaba acostumbrado a otro tipo de olores.

–Mmm, me gusta el olor de tu piel –le dije rozando con mis labios su clavícula–. Me gusta.

La hicegirar hasta que quedó cara a cara conmigo. Acerqué mi boca hasta la suya y cuando vi entreabrir sus labios, supeque ya había caído.

–¿No estás con Tabatha, seguro? Digo, no sales con ella, ¿verdad? –balbuceó contra mis labios.

–¿Realmente te importa? Estoy aquí contigo.

–Mmm –me sonrió y bajó sus manos hasta tocar los músculos de mis brazos–, por lo que veo, entrenas.

Entonces fui yo quien sonrió, a sabiendasde que habíamos llegado a un punto del que no había retorno.

–Puedes comprobar cada músculo de mi cuerpo… solo si tú quieres.

Un ronroneo es todo lo que obtengo por respuesta.

 –Arrogante.

–Cariño, recién nos conocemos.

Estábamos tan cerca. El beso fue amargo. Demasiado brusco. Tan vacío de sentimientos que no pude evitar la maldita comparación. Lola tenía labios prominentes y suaves. Y sabían a coco. Los de Tabatha estaban habitualmente agrietados y solía sonreírme entre cada beso que me daba. Solía dejarme con ganas de más tan solo se separaba de mí y no pedía nada a cambio. Lola, en cambio, mordía pidiendo más.

Besar a Tabatha era el paraíso. Separarme de Tabatha era agonizante.

Nos fuimos de esa fiesta y terminamos en mi pequeño departamento. Me había asegurado que esa noche Brooke no estuviese. Estaría en una pelea. Solo le dije que tenía que hacer algunas averiguaciones con respecto al accidente de Mari, aunque no había preguntado, luego de un par de días ya se había acostumbrado a que desapareciese. Intentando evitar cualquier lugar donde estuviese ella.

El después fue casi tan aburrido como la previa. Lola tenía un cuerpo de infarto, sí. Eso era indiscutible. Tenía unas piernas que parecían medir kilómetros y un pelo extraordinariamente suave. Pero… no era ella. Me pregunté en qué momento Tabatha se había calado tan hondo en mi piel y en mi cerebro hasta el punto que no me la podía sacar de la cabeza. Su imagen rondaba mi cabeza constantemente, ocupando todos y cada uno de mis pensamientos.

Lola se quedó dormida casi al instante y yo aproveché ese momento para ir a la ventana a fumar un cigarro. Inhalé el humo y dejé que mis pulmones se llenaran de veneno al mismo tiempo que descansé mi cabeza en el marco. De reojo, vi el pecho de Lola subir y bajar. Pensé si hacía lo correcto e intenté convencermede que sí, de que Tabatha no debía estar cerca de mí. Que no era bueno ni para ella ni para nadie. Que era mejor así, de esta forma. Estar alejados, contemplarla de lejos era mejor que no verla nunca más. Que esta chica, Lola, era el medio más eficaz para decepcionarla. Necesitaba hacer algo lo suficientemente decepcionante, hiriente, para que ella decidiera alejarse. Porque si no, se hubiese empeñado en acompañarme, en querer curar todas mis heridas y borrar un pasado imposible de borrar. Porque ella prefería avanzar en el terreno incierto, desconocido para mí, pero no para ella, caminar el mismísimo infierno, solo para que yo no estuviese solo. De otra forma, ella hubiese seguido solo para ver qué pasa.



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En el texto hay: secretos, amor, peligro

Editado: 24.05.2021

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