Los verdaderos monstruos: ellos vienen.

Capítulo 3: La ley del más fuerte

A diferencia del líder de grupo amateur, Victor había organizado todo perfectamente la noche anterior y cuando el sol se asomó ya tenía a todos los miembros de esta partida listos. Sin ninguna faltante, con el desayuno tomado y los autos en marcha, solo esperaban la orden final. Serían grupos pequeños, seis personas en total y dos camionetas para traslado; el uso de vehículos era un lujo que rara vez tomaban, en especial porque la gasolina era escasa en los alrededores y porque, aunque intentaron pasar los autos a un uso de energía más renovable –como la solar- no era algo que hayan logrado. Takehiko era un hombre inteligente, no cabía duda, pero estaba instruido en ingeniería robótica y no podía hacer milagros aún; demasiado había sido el arreglo y conversión de los generadores para que guardaran carga por el sol o el viento, pasando de la nafta gastada al uso de la energía solar y eólica. Esto les permitía tener luz en la noche, sin atreverse a abusar demasiado de ella. Pero los autos… eran un tema que aún no lograba comprender del todo y el material que había sido traído durante estos años para ayudarlo en sus estudios no era suficiente; desgraciadamente mucha de la información vital para estas cosas estaban flotando en la red e internet había dejado de funcionar hace mucho tiempo. Por el momento les quedaba conformarse con lo que tenían y no escupir hacia arriba.

Esperó hasta que el grupo de reconocimiento se marchara (vigilando que esté completo y un poco preocupado por la admisión de Emmanuel) antes emprender su propio viaje. Mientras él tomaba uno de los camiones, Verónica tomaba el otro; ella era de los líderes entrenados por él en la que más confiaba y tenía plena fe de su autoridad; a diferencia de Martin que lo veía más como un hijo queriendo cumplir los estándares de su padre (perdiéndose a sí mismo en el proceso, a veces desearía que fuera un poco más luchador). Y a pesar de saber que ella es una líder nata, su equipo no la veía así y eso le preocupaba. Alice era tres años mayor y creía que ella debía de ser el líder o que susodicho al menos debía de ser mayor, constantemente poniendo en duda todo lo que Roni hacía y hasta luchando físicamente contra esta. Uriel, por otra parte, la veía débil debido a su género y constantemente hacía comentarios machistas o denigrantes por esto. Victor sabía que debería de haber puesto fin a esto en cuanto comenzó, pero ella lo convenció de que, si no se levantaba por su propio pie, ellos jamás la respetarían. Fue hace dos años. Preocupaciones aparte, tenía una misión que cumplir y él rara vez fallaba.

Con un último despido mudo a ella, que los observaba junto a Goo desde la torre del norte, los autos arrancaron y salieron al fin. El sendero que debían de tomar no estaba aplanado, por lo que comerse baches o saltar por rocas no era raro. Desde el barrio privado hasta la primera carretera real se debía de cruzar dos hectáreas de campo seco y media milla de bosque, lo que hacía su posición perfecta para evitar extranjeros o mismos mutantes; aunque cada día cruzar el frondoso bosque se volvía más peligroso debido a la multiplicación y explanación de la mutación, seguían creyendo que era un milagro tanta cobertura. Gran parte de la vegetación “enferma” no era peligrosa, pero otra si lo era o atraían manadas de monstruos que era preferible evitar. Cada mes se limpia cuanto se puede de la zona central, pero más humanos caen de los necesarios y se duda si realmente es factible continuar con la tradición. Pero cuando Victor debe de evitar un ursamut (un oso mutado) antes de que aplaste con sus pesadas garras la parte delantera del vehículo, no puede evitar afirmar que sí, era lo mejor continuar así.

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Llegar hasta la zona asignada había ido sin muchos incidentes, considerando los riesgos mayores que presumía el jefe. Una pequeña manada de canimut los había seguido durante varias cuadras hasta que derribaron a dos de los mayores y el restante con sus crías prefirió ceder. Sinceramente Victor se esperaba algo más, como los vammut que los oyeran llegar varios kilómetros antes (los automóviles no eran la mejor elección cuando estabas en territorio cercano a ello, o de cualquier mutante, ya que eran demasiado ruidosos) o hasta alertar a los grismut que se habían sido un obstáculo para el grupo de reconocimiento. Para su suerte, nada de eso sucedió y en ese momento él debería de haber sospechado que algo malo llegaría pronto. La suerte jamás fue su compañera y dudaba que hoy le diera tregua.

El equipo se desplegó, los que podían llevar peso cargaban la parte trasera de las camionetas con las bolsas de material y elementos para el refuerzo o construcción de una segunda muralla. Desgraciadamente los ladrillos no podían ser transportados en esta ocasión, así que se limitaron a buscar lo necesario para comenzar. Con un poco de mayor entendimiento de lo requerido interna y externamente para el muro y sus habitantes, la tarea fue más automática y no pretendía durar más de unas horas. El equipo restante que hacía guardia podía sentir la pesadez del tiempo y el silencio terrorífico. Los mutantes menores, como lagartijas, insectos o hasta ratas eran comunes de ver… esta vez no había ni uno. Pero los humanos estaban felices por ello, nada que espantar, nada de que protegerse. Roni sabía mejor; la ausencia solamente significaba que algo los asustaba y asustar a un mutante no es tarea fácil (lo han intentado por años).

— Comandante —, comenzó Veronica, mientras trotaba para llegar a Victor que daba vuelta en el perímetro. El hombre se detuvo, apretando su arma entre sus dedos y buscando algún peligro inminente antes de relajar un poco su posición al notar la falta de este.

— Veronica —, asintió el hombre como reconocimiento, casi divertido por la mueca de dolor que la mujer hizo al escuchar su nombre completo.

— Comandante —, repitió con firmeza, enarcando su ceja y frunciendo su ceño posteriormente—, algo está mal. Deberíamos irnos.



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En el texto hay: apocalipsis, monstruos, drama

Editado: 21.06.2021

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