Abrió su mano y me miró con candidez. Esperó unos segundos después cuando se quedó mirando nuestras manos entrelazadas; sin darse cuenta soltó un leve suspiro que de seguro lo tenía atrapado entre el nudo de su garganta y el sentimiento en su corazón. Nunca lo había visto tan casto, sereno. Mirarlo suspirar hacia revolucionar mis ansias por saber lo que pasaba por su mente en aquel momento. Saber qué pensó de la unión de nuestras manos en aquel contexto en el que nos encontrábamos: sentados en el asiento trasero del auto de sus padres, mientras su madre desde adelante le hablaba de cualquier cosa.
Apretó fuerte mi mano con la suya y a continuación la besó, cerrando los ojos con esto en un intervalo de tres besos seguidos. Aún seguía sin mirarme, sin darse cuenta de que me sumergía con él en cada suspiro, y cuando finalmente lo hizo sonrió, sonrió al darse cuenta de mi acto de valentía al mantenerle la mirada en el momento. Entonces lo acompañé en su viaje, en su sueño, un sueño que también fue realidad.