Hay días en los que estás en clases o en el trabajo, después de tomarte el café de la mañana y, te recuerda tu oído que de vez en cuando extraña la sensibilidad de una suave voz dedicándote un par de palabras. O tus ojos; te recuerdan el brillo de millares de estrellas acumuladas en una mirada. O viene tu nariz, hablándote del perfume que trae el viento en ésta mañana y que le recuerda a alguien. Al instante podrían agitarse tus mejillas, exigiendo le revolución carmesí sumergida entre corales y algas marinas. A final de cuentas esperaba la intervención furiosa o taciturna de un par de labios anhelado algunos otros pero eran mis manos, un par de manos temblorosas por la ceguedad de sus marcas y agotadas de tanto esperar. Luego de aquel burdel de tristeza en el que a diario se convierte en ciudad, de pronto aparece como si nada, el recuerdo tácito de la ternura de un chico que te dice al oído que siempre estará contigo aunque en ese momento no esté ahí. Y es así como tu espíritu extraña cada mañana la encantadora y cálida presencia de un ser prolongado a hacerse extrañar.