Los Xeronianos Del Universo - Libro I El Guerrero Del Sol

Prefacio I

 

La Creación

   Antes de que existiese un universo, los mundos, los seres vivos, y cualquier concepto del bien y del mal, hubo una época en que todo era caos y oscuridad. Un vacío imperante que no daba lugar al tiempo y al espacio. Sin embargo, un supremo creador originó vida a través de la nada. Para capitalizar tal labor, necesitó de un ayudante que heredara su poder, conteniendo la luz sobresaliente que encendiera a las demás y que derribara cualquier oscuridad por ser el representante de la luminiscencia del alba que mengua la negrura de la noche; casi tan perfecto como su creador, poderoso e inmaculado, que destella hermosura divina opacando cualquier perfección que pudiera existir posteriormente. Aquel lucero fue bautizado por el ser supremo con un nombre especial por ser la primera luz que alumbró el vacuo universo, y lo bañó en una belleza cósmica que ningún otro ser pudiera igualar. A esa estrella de la mañana, a esa incipiente creación, se le conoció por siempre con el nombre de... Lucifer.

   Después de que Lucifer fuese creado, el ser supremo siguió adelante con su obra e hizo más  entes celestiales dotados de gran poder, luz y sabiduría. Eran seres divinos, límpidos de pecado y perfectos en todo sentido, aunque nunca superaran el esplendor de Lucifer. Estas nuevas  creaciones fueron hechas para servir y honrar a su creador ejecutando su voluntad. Los nuevos seres eran santos dotados de los dones de la inmortalidad, poderosos, inteligentes, ebrios de la gloria de su padre, por lo que estaban hechos a la medida para que cumplan cualquier mandato que su amo y señor deseara. A estos seres, se les ennobleció con el nombre de Ángeles, fieles
mensajeros de Dios, quien además les dio un orden jerárquico para que pudieran realizar sus labores correctamente. A cada orden angelical la clasificó mediante el nombre de coros, los cuales estaban compuestos por nueve divisiones en total y subdividida en tres clases:

 

Primera Jerarquía

·  Serafines

· Querubines

· Tronos

Segunda Jerarquía

· Dominaciones

· Virtudes

· Potestades

Tercera Jerarquía

· Principados

· Arcángeles

· Ángeles

     

   Cada orden debía cumplir sus misiones de acuerdo a la jerarquía a la que pertenecían; el primer  coro se encargará de servir al padre; el segundo coro, al hijo; y el tercer coro serán los  intermediarios de los hombres que estaban próximos a nacer. Muchos ángeles sobresalieron aparte de Lucifer, y poseían casi tanto poder y gloria como el portador de la luz. Fue así como nacieron Miguel, Rafael, Gabriel, Uriel, Metatrón, Vehuiah, entre otros. Lucifer, mientras tanto, era incomparablemente bello, dotado de una inteligencia sobresaliente y de magníficos poderes, era la luz de cada mañana, el portador de aquel fuego divino que iluminaba el incipiente universo y que cumplía con estricto rigor las tareas encomendadas por su creador; no obstante. También era poseedor de algo muy importante, algo más predominante que cualquier otro poder existente y que definió el concepto del bien y del mal: el libre albedrío. Lucifer, siendo un ser divino y sobresaliente en todo, sentía que algo escaseaba en su esencia, porque la capacidad de tener el libre albedrío a su disposición lo hacía alejarse de su creador y autoconvencerse cada vez más de que podía seguir un camino propio e independiente de Dios.

La Rebelión 

   Las ansias de poder de Lucifer lo llevaron a persuadirse de que podía ir más allá de las creaciones de Dios y que era necesario intervenir cuando nacieran los primeros humanos en la tierra, puesto que tenía la intención de plantar la semilla del libre albedrío en la mente del hombre para que pudieran pensar de forma inteligente y se les fuese permitido encontrar la lógica y las respuestas a cada plan del creador. No obstante, el creador esperaba ese comportamiento de su más maravillosa creación, porque el todo lo sabe, todo lo siente y no hay nada que pudiera sorprenderlo, así que, de una manera u otra, aguardó el momento en que su portador de la luz se mostrara como realmente quería. 

   Dios desde un primer momento quería ante todo que cualquier ser lo adorase sin preguntarse antes un porqué había de hacerlo, que sus leyes se cumpliesen sin ser cuestionadas y que fueran aplicadas hasta el final de los tiempos. Como Lucifer portaba aquella luz inconmensurable de inteligencia, vio que la ley autoritaria de Dios rompía el equilibrio del libre pensamiento y así se lo hizo saber ante su propio creador, quién iracundo reprochó a su creatura por no seguir aquellas reglas que había impuesto para todos los seres e inclusive para los humanos que estaban próximos a nacer. Sin embargo, el plan de Dios funcionaba a la perfección, sabía que todo esto iba a pasar, sabía que su mejor obra se alzaría en su contra. Ahora ha de observar cómo se capitalizaría los sucesos de acuerdo con sus pensamientos que el mismo ha atraído. 

   Transcurría el tiempo y Lucifer al considerar la postura de su creador, empezó a levantarse y rebelarse contra Dios, porque el portador de la luz del alba poseía una clara noción de lo que era y de su enorme sabiduría; estaba dispuesto a regalar el fuego del conocimiento a los seres humanos para que pudieran pensar, pero siempre bajo un motivo y una circunstancia, que era muy diferente de la visión que tenía su amo. Por esta razón, persuadió a muchos de los ángeles de su idea de ver la vida y de cómo la razón es el equilibrio perfecto para los sentimientos. Como consecuencia, un gran número de seres celestiales fue convencido y siguió a quien consideraban el representante único del libre albedrío.




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