Los Xeronianos Del Universo - Libro I El Guerrero Del Sol

Capítulo IV

    Las nubes se tornaron de un color gris amenazante y pronto las primeras gotas de lluvia acaecieron en los lugares por donde el ejército del Kahn había pasado para llevarse a los campos de concentración nuevos esclavos y guerreros que sirvieran al imperio. Entremedio de aquella enorme columna de prisioneros que aún caminaban obligados por los invasores y custodiados por perros cancerberos, se encontraba Demian que hacía poco despertó por el golpe que sufrió en la cabeza, no percatándose que había transcurrido un par de horas desde que vio por última vez a su hermana adoptiva llorando. 

—Mi querida hermana —pensaba para sus adentros Demian—, ya debe de estar muerta junto a mis padres adoptivos y yo no pude hacer nada para salvarla. Al menos ya está reposando de este aciago mundo. Juro que no descansaré hasta vengar a toda mi familia y a nuestro humilde pueblo, aún si tengo que vender mi alma al Diablo. 

     Habían recorrido un largo trecho y el muchacho observaba con rabia como los secuaces imperiales obligaban con golpes de látigo a caminar aquellos secuestrados que tenían dificultades para avanzar debido a las heridas. El triste peregrinaje era ambientado por una suave lluvia que humedecía los campos y los cerros que recibían a las malogradas víctimas que padecían la ambición del cruel discípulo de Ares. Sin embargo, en un momento dado, algo llamó la atención de Demian que despertó algún grado de esperanza en la breve conversación de dos soldados invasores. 

—Ya hemos revisado casi todos los pueblos de los alrededores —decía el primer soldado - pero estoy preocupado por una cosa: misteriosamente no todas las tropas de asalto se han reunido con nosotros. 

—Es cierto —respondía el segundo soldado— no deberíamos haber tenido resistencia alguna, se supone que estos pueblos escondidos eran habitados por personas humildes, no había guerreros protectores. 

—Lo que pasa es que una de nuestras misiones era también encontrar y asesinar a ese individuo, pero no hemos tenido resultado. El Kahn se enfurecerá. 

—Si no han vuelto esas tropas, entonces significa que él está detrás de todo eso. Tendremos muchos problemas. 

    Repentinamente, algo inesperado sucedió que sacudió a toda la columna de soldados y secuestrados, porque un rayo emergido desde una parte oculta de los campos mató a varios enemigos del grupo de avanzada causando caos y alarma entre las huestes. A continuación, surgieron unas explosiones que acabaron con la vida de varios invasores, provocando que un enorme desorden se produjera entre los prisioneros. 

     Demian, que había asimilado la conversación de los soldados con lo que estaba aconteciendo, entendió que este era la única oportunidad que tenía para escapar, por lo que con dificultad logró zafarse de los grilletes con la ayuda de un cortador que se le cayó a uno de los guardias en la enorme revuelta que se produjo y que aumentaba aún más. Afortunadamente a los prisioneros no les colocaron grilletes con bolas en los pies porque consideraron que la caminata iba a ser demasiado lenta para llegar a los campos de concentración del Kahn, por lo que varios corrieron a los alrededores para buscar refugio y salvarse de ser parte del imperio. 

     La hecatombe era enorme y los guardias pronto se pusieron a la defensiva para encontrar a quien estaba realizando esas explosiones, por lo que enviaron perros cancerberos a rastrear el lugar e intervenir cualquier intento de escape o resistencia. Los dos guardias que conversaban momentos atrás habían atisbado que un joven liberaba a otros prisioneros aprestándose ahora a fugarse entre unos árboles que conducían hacia las faldas de un cerro aledaño, y que, a su vez, llevaban a otros caminos ocultos, por lo que no dudaron en enviar a cinco perros en su persecución. 

—¡Ustedes! —decía el primer soldado a los perros cancerberos—, maten a ese esclavo inmediatamente. 

     Los perros cancerberos eran unos monstruos diabólicos que atemorizaban a cualquiera que se les acercara; tenían unos dientes mortales como espadas, unas garras afiladas igual que cuchillos, enormes cuerpos que refugiaban tres cabezas sedientas de sangre y una cola que golpeaba latigazos. Se dice que cuando hubo la Gran Guerra Divina, Hades hizo un montón de estos animales en las profundidades para combatir a los dioses beligerantes que deseaban apropiarse de su territorio, por lo que el perro cancerbero oficial que custodiaba las puertas del inframundo no era suficiente, obligándose a crear un ejército de estas especies para la guerra. Mas tarde, fueron muchas las bestias que se extraviaron en las batallas, de modo que Ares aprovechó de atrapar a algunos para utilizarlos y multiplicarlos en el ejército del Kahn, favoreciendo así su propósito. Ahora estos asesinos animales perseguían sin dar tregua a ese esclavo que era Demian y que este corría desesperadamente internándose entremedio de los cerros para poder perderlos de vista. 

     Demian logró escapar de los secuestradores y de los cancerberos que lo buscaban con urgencia, recorrió un buen trecho hasta que llegó a un campo abierto que poseía un sendero que llevaba a su hogar destruido. El joven decidió que era el momento preciso para poder comprobar si Carmen estaba muerta, pero debía andar con cuidado evitando ser recapturado. Avanzó con prudencia y parecía que despistaba a los cancerberos al no escucharse el ruido por la revuelta producida, pero una tremenda sorpresa se llevó cuando en un sitio lindante a una aldea inmediata, vio con espanto un mar de cadáveres mutilados y quemados. 




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.