Los Xeronianos Del Universo - Libro I El Guerrero Del Sol

Capítulo VIII

     Sentado en su trono en absoluto trance producto de la meditación diaria, el emperador Daemon Kahn se sumergía en profundos recuerdos y pensamientos que recorrían gran parte de su vida, el álgido presente y el ambicioso futuro que lo conecta a la Neotierra. La habitación estaba sumida en la más negra oscuridad reinando un inquietante silencio que permitía el debido descanso para quien pretendía entrar en una nueva era mundial. 

     Evocó cuando era hijo único de Gerald y Alissa, su infancia, adolescencia y la llegada al poder donde desarrolló su adultez en medio del caos bajo la tutela de Ares, el dios de la guerra. Su mente repasó todas las batallas que tuvo que librar para llegar a su cómoda posición, no solamente contra los xeronianos, sino que además fue exigido a rivalizar con enemigos de diversos imperios e incluso oponentes de recónditas galaxias que deseaban desafiarlo y usurpar su puesto de poder. Debido a ello, en su corazón se alimentó un enorme deseo de venganza como forma de castigar contra quienes se atrevieron a levantar el puño contra él, y de paso expandir su territorio imperial respondiendo a la necesidad vital de hacer crecer su nuevo reino, siempre contando con el apoyo de la sociedad secreta en la que antes era líder su padre hasta la violenta expulsión que se desató hace mucho tiempo atrás permitiendo a Daemon Kahn alzarse con el poder eliminando a toda oposición y amenaza, por ello después de ese sangriento ascenso, la hermandad se fortaleció de sobremanera extendiendo sus tentáculos por toda la Neotierra ejecutando con éxito su plan de dominación mundial. 

     Para cumplir la mencionada tarea, debía aumentar su maquinaria de guerra requiriendo el mayor ejército posible que colaborara en expandir su brazo hasta el más lejano lugar, viéndose obligado a establecer alianzas con pueblos y reinos corruptos sedientos de poder. Su realización se basó principalmente en esclavizar personas para formar nuevos guerreros y otros que trabajasen para el imperio. También hubo otros que se alistaron voluntariamente, ya sea convirtiéndose en las pequeñas sectas que se iban formando derivadas de la gran hermandad, o bien recibiendo un duro entrenamiento y adoctrinamiento que les permitió convertirse en dignos servidores del Kahn. Fue ahí que nacieron sus primeros seguidores y a la posteridad se formaron las iniciales jerarquías del imperio. 

     Su ambición de poder llevó a que la Neotierra se sumiera en el más horrible caos, donde los pueblos fueron víctimas constantes del acoso del alumno de Ares, provocando que se desataran brutales batallas contra los xeronianos quienes opusieron férrea resistencia logrando en cierta medida contener y hacer que el enemigo retrocediera, sin embargo todo se vino abajo cuando de forma inesperada su líder, el patriarca Sunprime I, muriera en extrañas circunstancias menguando la moral de los guerreros, y por primera vez en su historia, la ciudadela Cyrania quedó desprotegida al apagarse la luz divina que los amparaba de enemigos en la que solo el patriarca de turno, o un líder reconocido por Xeron o el Reino del Cielo, puede encender el enorme domo de energía situado en el pináculo de la Torre de la Luz. 

     Todas estas cavilaciones, lo llevaron a una última conclusión antes de despertar del trance y desatar todo su poder en la que un profundo grito se escuchó hasta los cimientos más alejados de la enorme fortaleza. 

—Soy el ser más poderoso del universo, soy un dios encerrado en un cuerpo humano, nadie está sobre mí, y quien intente desafiarme... ¡¡Morirá!! 

     Un enorme despliegue de poder prorrumpió desde el solitario trono donde reposaba Daemon Kahn resplandeciendo toda la fortaleza y los alrededores como si se tratase de un nuevo amanecer atemorizando a todos los soldados que presenciaron el tenso espectáculo. Inmediatamente, el emperador llamó con telepatía a sus generales. 

—Quiero que vengan a mi cámara ahora. Necesito emitir un importante comunicado. 

     No pasó mucho tiempo cuando los siete generales más cercanos al Kahn acudieron a la llamada de su señor. Cada uno tenía a cargo sus propias huestes por lo que eran guerreros de alta importancia jerárquica dentro del imperio, haciendo que los guardias que custodiaban la puerta del emperador se apartaran con sumo respeto al momento en que cada uno ingresaba a la amplia cámara privada de su amo, inclinándose para reverenciar a su señor mientras este los miraba con un semblante dominante. 

—¡Salve, emperador Daemon Kahn, señor omnipotente de la Neotierra— gritaban con fuerza todos los generales al unísono! 

     El rostro de cada uno de los siete generales se iluminó de ansias por saber las nuevas instrucciones que debían cumplir. Todos ellos eran igual de fanáticos y obsesionados con los mismos ideales, por lo que escucharon atentamente sus mandatos. 

—El momento de la verdad por fin ha llegado y es hora de aplastar la inmensa fortaleza que por miles de años ha resistido tantas batallas enorgulleciendo a sus fuertes guerreros, pero que ahora han sido privados de su líder imposibilitando la protección de la luz ubicada en la cúpula de la torre impuesta por su dios Xeron. Es el instante preciso de lanzar un poderoso ejército que acabe de una vez por todas esta extensa guerra y así alzar la victoria como hace mucho tiempo la hemos estado esperando. ¡Garilack! ¿Qué novedades me tienes con respecto a las nuevas huestes guerreras? 

     Garilack era el general más leal y poderoso de Daemon Kahn y también el más bestial, sanguinario y despiadado de todos que ejecutaba cualquier orden de su señor sin titubear ni un solo instante. De físico musculoso, alto, mirada fría y distorsionada, Garilack fue responsable de las múltiples masacres a lo largo y ancho de la Neotierra, enorgulleciéndose del alto estatus y de complacer a su señor en todo. De niño fue un ser cegado por el odio, y atraído por las doctrinas expansionistas del Kahn ilusionado siempre con la idea de ser exaltado a la categoría de un dios, Garilack no dudó en unirse al ejército imperial para satisfacer su enorme sed de sangre y destrucción. 




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