Los Xeronianos Del Universo - Libro I El Guerrero Del Sol

Capítulo IX

     Parado observando minuciosamente la luna llena que se erguía en medio de la noche, se encontraba un hombre pensativo y solitario con la mirada extraviada mientras el aire fresco movía con suavidad su largo cabello azulado. 

     Recuerdos de su familia y una infancia enterrada en el pasado, elucubraba incesante tratando de encontrar una explicación ecuánime que respondiera a su enorme angustia por haber perdido a sus seres queridos. Siendo un niño, trató de salvar a los suyos de las llamas resultando vano todo esfuerzo debido a la hecatombe producida en una dramática lucha entre los xeronianos y las fuerzas del Kahn, peligrando su vida al verse acorralado por las llamas e intoxicado al respirar mucho humo, hasta que finalmente se desvaneció perdiendo todo contacto con la realidad. 

     Transcurridos varios minutos, despertó desorientado sin estar muy seguro de sí mismo, cuando una amable voz preguntó. 

—¿Te encuentras bien pequeño? 

—¿Dónde estoy y quién es usted?, ¿mi familia?, ¡mi familia ha muerto! —respondió angustiado y rompiendo en llanto. 

—Tranquilo, todo ha pasado y ya nada se puede hacer. Estuviste cerca de morir calcinado, pero alcancé a rescatarte. 

—¡Debo ir con ellos, quiero ir a verlos! —levantándose y llorando desgarradamente. 

—¡No es necesario que vayas! —contestó el hombre sosteniéndole el brazo—, solo encontrarás un traumático dolor por algo que no se puede arreglar. Mejor enfoquémonos en algo más importante, encausemos nuestra venganza contra quienes hicieron esto. 

—¿Y quién fue? ¡Dígamelo ahora! 

—Fueron los xeronianos. 

     Un profundo sentimiento de rabia surgió en el menor queriendo gritar de impotencia; no obstante, las dudas calmaron su ira al no creer la respuesta. 

—Eso es imposible, ellos son buenos y nos protegen. 

—No, mi pequeño, ellos con sus poderes destruyeron todo este lugar matando varias personas incluyendo a tu familia. 

—¡No es cierto! 

—¿No quieres creerme? Pues bien, acompáñame hacia esos arbustos junto a los árboles. 

     El hombre y el menor sigilosamente se pusieron cerca de un bosque para observar todo lo acontecido, atisbando que habían xeronianos lamentándose por la ruina acaecida, especialmente uno que lo invadía la culpa porque su ataque de energía provocó el incendio en algunos hogares mientras luchaba a muerte contra sus enemigos. 

—¿Ves? Te lo dije amiguito. Los xeronianos causan estas penurias sembrando el caos en todas partes. Ven conmigo, yo te protegeré ayudándote en todo. 

—¿A dónde me llevará? 

     El individuo atinó a retener la respuesta con una extraña sonrisa mientras abandonaban el sitio. Juntos caminaron un buen trecho hasta que se encontraron con otros niños también resguardados por hombres que al parecer los rescataron del enfrentamiento. 

—Te llevaré a visitar un lugar maravilloso —respondió el hombre—, iremos a visitar... al gran Kahn. 

—¿Él es buena persona? Tengo entendido de que el imperio es maligno y esclaviza a la gente. 

—No creas en todas las mentiras que dicen los demás. Te convertirá en un hombre fuerte y podrás vengarte de los xeronianos que mataron a toda tu familia. 

—Pero, fue un accidente al parecer. 

—Ellos saben lo que hacen y no calcularon bien su fuerza. No consideran el sufrimiento de las personas con tal de satisfacer su poderío inmiscuyéndose en los problemas ajenos en nombre de su dios. Por esa razón los rescatamos para liberarlos de ellos y hacer de ustedes unas grandes personas. A todo esto ¿Cómo te llamas, niño? 

—Richard Radgen. 

—Perfecto, te llamaré solamente Radgen. Por mi parte, llámame maestro. 

     Una voz grave aterrizó al hombre de cabello largo azulado de sus pensamientos mientras seguía observando la luna con sus profundos ojos celestes. 

—¡Radgen! El emperador requiere de tu presencia en su cámara ahora mismo —avisó Garilack. 

—Iré en seguida. 

     Radgen abandonó su lugar para caminar tranquilamente y pasar junto a Garilack quien lo miraba con menosprecio. Entre ellos nunca existió una buena relación ya que el sirviente del Kahn consideraba que el de pelo azul gozaba de mayor preferencia por parte del emperador. 

     Las puertas de la cámara se abrieron lentamente al momento de ingresar Radgen a la habitación de Daemon Kahn. Este lo miraba con satisfacción ya que el joven era un guerrero leal, valiente y poderoso que progresó demasiado desde que llegó al imperio siendo huérfano hasta convertirlo en lo que es hoy: Una máquina de matar. Radgen se arrodilló inclinando su cabeza esperando las instrucciones de su señor. 

—¿Cómo te ha ido, Radgen?, ¿has saneado de la cicatriz en el lado izquierdo de tu rostro después del último combate con los xeronianos? 

—He estado bien, eso no fue nada —contestó fríamente. 

—Tengo una misión que encomendarte debido a nuevos sucesos acontecidos. —¿De qué se trata? 




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