Los Xeronianos Del Universo - Libro I El Guerrero Del Sol

Capítulo XI

     Bubba fue muy bien recibido por los monjes después de que el gran maestro lo acogiera en el monasterio. Tathagata fue el encargado de ambientar al joven para que no se sintiera ajeno al lugar, por tratarse de una cultura distinta a lo que el muchacho estaba acostumbrado a vivir. 

     Durante las primeras semanas, el joven cooperó en los quehaceres diarios de los monjes, recorrió la ciudad y entabló amistad con algunos lugareños que vivían en los arrabales al templo. En las noches antes de dormir, rezaba al cielo para que protegiera a su familia adoptiva; el joven se angustiaba cada vez que se enteraba de un nuevo ataque del Kahn, ya que pensaba que su pueblo sería la víctima de turno, sin embargo, no le quedaba más que confiar en Xeron quien les garantizó seguridad a sus seres queridos. Pasado el primer mes desde que llegó al monasterio, debió instruirse con el maestro acatando ciertos preceptos como raparse su castaño cabello largo, usar una túnica naranja y cambiar su nombre según la tradición budista.

 —¿Cuál es tu nombre original? Porque tengo entendido que Bubba es solo un apodo —preguntó el anciano maestro. 

—Según mis padres adoptivos, me llamo Bubbarakyu, pero prefirieron simplemente decirme Bubba. 

—A partir de hoy mientras estés en este monasterio, serás conocido debido a tu sabiduría y comprensión por los demás: Prajñā. 

—Es un nombre raro, me costará acostumbrarme. 

—Lo escogí por tu agudeza cognitiva y porque tiene relación con las cuatro nobles verdades. Ahora empieza de verdad tu preparación, Prajñā. Estoy seguro de que pronto serás la luz de la esperanza. 

—Gracias, noble maestro, acepto mi nombre mientras esté aquí. 

     A partir de ese rebautizo, Prajñā se instruyó en la filosofía y costumbres budistas. En un comienzo fue algo complicado, pero de a poco se convirtió en algo normal que lo hizo parte de su vida; aprendió conceptos nuevos como las cuatro nobles verdades, el Karma, el Samsara, el Nirvana, ejercicios con respecto al cuerpo y la mente. Entrenaba desde muy temprano, todo el día, y con escaso tiempo libre. Era ahora un hombre entregado a la religión, lo que le permitió entender y calmar el sufrimiento de haber dejado atrás a su familia adoptiva y el padecimiento de quienes son oprimidos por la guerra. Prajñā solía meditar en las madrugadas aprovechando el aire fresco proveniente de las alturas, sus pensamientos divagaban en el inmenso universo de su mente logrando una concentración que lo sacaba del contacto con la realidad, pero una mañana al terminar su rutina, caminando de regreso bajando la ladera del monte, divisó a una joven que meditaba elevada a unos centímetros del suelo. Curiosamente, Prajñā se quedó observando a esa agraciada mujer delgada de rasgos hindúes, morena con el típico lunar rojo en su frente y de mirada cálida, sintiendo además una energía de paz interior emanada por la intensa aura de la joven. Cuando ella descendió despertando de su trance, respiró una bocanada de aire matutino volviendo en sí para reconectarse con el ambiente; sin embargo, un pequeño sobresalto sufrió al percatarse de la presencia del joven quien con timidez trataba de disculparse. 

—Lo siento, había finalizado mi meditación y me sorprendió tu nivel de energía. Irradias un halo de paz en ti. 

—Gracias, llevo mucho tiempo practicando. ¿Eres nuevo aquí? Nunca te había visto por estos lugares. 

—Estoy desde hace meses. He tratado de adaptarme a las costumbres del monasterio, pero al menos me siento más tranquilo con el maestro y la gente que he conocido. 

—Me alegro por ti. Este es un ambiente lleno de armonía alejado de la maldad exterior. No quiero jamás irme de acá. A todo esto ¿Cuál es tu nombre? 

—Me llamo Bub... Prajñā quiero decir —respondió el joven ruborizado —, disculpa, es que a veces olvido mi nuevo nombre. 

—No te preocupes —contestó risueñamente—, eso suele suceder. Mi nombre es Manjari. 

     Juntos bajaron por el declive conversando y familiarizándose. Ambos adquirieron una química como si se hubieran conocido desde hace bastante tiempo. No advirtieron cuando ya estaban en el pueblo y una voz masculina amigable los estaba esperando. 

—¡Manjari! Llegaste justo para almorzar. 

—¡Tathagata, hermano! Estaba en un profundo trance en las alturas, logré elevarme un poco más que ayer. 

—Me alegro, hermana mía, has progresado mucho —y dirigiéndose a Prajñā—, perdón, ella es mi hermana Manjari, olvidé mencionártela antes porque regresó hace poco de un viaje con otros monjes. 

—Ya veo, por eso dijo que nunca me había visto en estos lugares — aseveró Prajñā. 

—Tenemos harto de que conversar los tres —contestó Tathagata. 

     Luego del ameno almuerzo junto al gran maestro y los otros monjes, Prajñā y Tathagata salieron a caminar por los prados, mientras Manjari quedó charlando con el anciano. 

—Me satisface enormemente que mi hermana se sienta plena consigo misma. Nunca en mi vida la he visto tan feliz como ahora. 

—Es simpática, es una joven muy agradable. 

—Así es. Tanto ella como yo llegamos de pequeños a este monasterio. El maestro nos recogió después de quedarnos huérfanos y desamparados. A él le debemos todo. 




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