—ALICE—
—¡Brando, amor! Apresúrate que ya vamos tarde —digo mientras mezo suavemente a Isabella en mis brazos.
Nosotras, el equipo de las chicas, ya estamos listas para la fiesta de cumpleaños del hermano de Taylor, que hoy cumple diez años.
Drake es prácticamente un miembro más de la familia Ross. Para él, Bastian no es solo su cuñado, sino también un amigo y una figura paterna.
El pequeño es simplemente encantador.
Isabella luce un vestidito rosa con flores blancas y un lazo a juego. Yo también llevo un vestido rosa de encaje, sencillo pero bonito.
Mi hija luce adorable, y esos ojitos verdes tan intensos, iguales a los de su papá, me derriten cada vez que los veo.
—Hago mi mejor esfuerzo, cielo, pero apuesto que intentar vestir un pulpo sería más sencillo —resopla Brando, claramente frustrado mientras intenta ponerle el overol a Leo.
Leonardo, por supuesto, disfruta haciéndolo rabiar.
Tiene un talento especial para orinarle la cara cada vez que intenta cambiarle el pañal. Casi parece que lo hace a propósito.
Es un pequeño travieso, y gracias a él, la paciencia de Brando se ha multiplicado por dos.
—Listo, pequeño bribón.
Finalmente, Brando logra ponerle el gorrito de tela, como si hubiera ganado una batalla.
Leo parpadea curioso con esos ojos enormes y azules que heredó de mí, y de casi todos los Ross.
Brando carga con la enorme pañalera y, al pasar junto a mí, me suelta un beso rápido en los labios, con esa sonrisa ladeada que tanto me gusta. Después se inclina y le da a Bella un beso tronadito en la frente.
Me quedo en el umbral de la puerta, sonriendo como una tonta.
Todavía me cuesta creer cuánto ha cambiado.
Con el tiempo, ha aprendido a relajarse… incluso en su forma de vestir.
Dejó atrás esa manía de vestirse siempre como la mismísima muerte —todo negro, todo el tiempo— y empezó a animarse con colores más claros, aunque igual de neutros. Todo solo porque quiere que nuestros hijos se sientan cómodos a su lado.
Hoy, por ejemplo, lleva una camisa blanca de cuello alto y jeans.
Y sí, se ve guapísimo.
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—¡Mira, Aurora! ¡Es tu tía, Alice! —exclama Taylor apenas me ve llegar.
Su sonrisa es radiante, al menos hasta que posa sus ojos en Brando y esa sonrisa se apaga un poco.
No la culpo.
Taylor siempre ha tenido sus reservas con él, por todo lo que pasó entre nosotros… y también por su historial familiar y esa relación tan turbia que tuvo con mi padre.
Ella conoce mi historia desde hace mucho tiempo y me apoyó cuando lo único que quería era ser libre de Brando.
Así que la comprendo perfectamente.
Creo que todavía nos falta tiempo para sentirnos realmente cómodos.
Aurora, acomodada en su cadera, nos observa con esos ojos enormes y curiosos, aunque claramente no entiende mucho de lo que pasa.
Tiene los mismos ojos azules de mi hermano, y es una preciosura.
Aurora ya tiene más de un año, en cambio, mis pequeños apenas están por cumplir cuatro meses desde que llegaron a este mundo.
—¡Hola, cuñadita! Y tú, sobrina hermosa, ¡estás cada día más grande! —exclamo, con una sonrisa enorme mientras las saludo con un abrazo apretado.
Brando carga a Leo y Bella en sus portabebés, uno a cada lado, como si fueran dos valijas muy delicadas.
Los dos están tranquilos… al menos por ahora.
Detrás de nosotros, Lucy y Giuseppe parecen dos estatuas de museo. Están plantados firmes, con los brazos pegados al cuerpo y esa misma expresión seria que nunca se les quita.
Entre los niños chillando, la música empalagosa y los globos explotando cada tanto, estoy segura de que preferirían estar en cualquier otro lugar menos aquí.
—Relájense, chicos —les susurro—. No muerden… bueno, la mayoría no.
Brando suelta una pequeña carcajada, que se le borra al instante cuando un niño disfrazado de maquinista pasa corriendo como un tren sin frenos y casi lo tumba sin querer.
—Figli di p…
—¡Jefe! —suelta Giuseppe, alzando una ceja con aire de reproche.
Por lo visto, Brando estaba a punto de soltar una grosería sin pensar en dónde estaba.
Suspira y niega con la cabeza, resignado, mientras yo me esfuerzo por no soltar la carcajada.
A mi querido esposo le está costando horrores moderar su lenguaje… al menos frente a los niños.
—¡Vengan, vamos al jardín! —nos dice Taylor, señalando el camino con entusiasmo—. Hay juegos inflables, una estación de burbujas… y Bastian contrató a un mago. Aunque, siendo sincera, no sé si lo hizo para divertir a los niños o para entretenerse él mismo.
No puedo evitar sonreír ampliamente.
—¿Y el cumpleañero? —pregunto, mostrándole el regalo que traje para Drake.
—Él está allá —responde Taylor, con una sonrisa llena de cariño—. Organizando una carrera de trenes con sus compañeros de clase.
—Aww, que lindo, es una locura lo rápido que crecen.
—Vaya que sí.
Antes de cruzar las puertas que dan al jardín, me detengo un segundo a observar a Brando. Con toda la educación del mundo, deja los portabebés en el suelo y le tiende la mano a Taylor.
Ella se la acepta con una sonrisa diplomática. Luego, Brando acaricia con suavidad el cabello negro y rizado de Aurora y le dedica una pequeña sonrisa.
Cuando vuelve a mi lado, cargando de nuevo a Leo y Bella, no duda en comentar:
—Aurora se parece mucho a ti. Solo que tiene el cabello negro como su mamá.
—Obvio, mi sobrina se parece a su tía preciosa —digo, sacando pecho con orgullo—. Cuando sea grande va a romper muchos corazones, al igual que Isabella.
Brando suelta un bufido.
—Bueno, yo estaré rompiendo algunas piernas si se atreven a acercarse a mi hija.
—Ay, por favor… —le digo, dándole un codazo suave en el brazo—. Isabella apenas tiene cuatro meses y ya estás planeando un baño de sangre.