Los Zanetti - Extras: Siete años de Indiferencia

Extra 2.2: Donde entran cuatro, entran cinco II

—ALICE—

—Listo, cielo, ya está —susurro mientras acaricio sus mejillas regordetas.

Bella suelta una risita y corre hacia la piscina con los flotadores bien puestos.

Brando, por su parte, termina de ponerle bloqueador a Leo mientras yo vigilo a Bella, que chapotea feliz en la piscina con sus flotadores de unicornio.

Hoy retomarán sus clases de natación, aunque Bella no quiere saber nada sobre quitarse sus “aletas mágicas”, como las llama.

Me acerco al borde de la piscina y, justo cuando Leo está a punto de lanzarse con su tablita, lo veo detenerse.

Sus ojitos azules se clavan en su papá, que se está quitando la camisa. Primero lo observa con esa fascinación de siempre por sus músculos tan imponentes, pero esta vez su mirada se centra en las cicatrices que cruzan su piel.

Brando tiene muchas de esas… y reconozco ese sentimiento.

Mi pecho se aprieta, porque sé lo que esas marcas significan, y sé que Brando no se siente orgulloso de su antigua vida.

Para él, su pasado no pertenece a nuestro nuevo mundo, no al de Leo ni al de Bella.

Una vez me lo dijo, con una seriedad inquietante: —Hay partes de mí que nacieron para moverse en la oscuridad… y jamás permitiré que toquen la luz que irradian mis hijos. No voy a mancharla.

Lo veo desde aquí, con el rostro serio, los hombros tensos y esa sombra que lo rodea cuando su historia amenaza con alcanzarlo.

Puede estar jugando con los niños, puede reírse… pero hay un aura en él que nunca se apaga. Ese lado de Brando siempre está ahí, latente, listo para despertar si alguien osa acercarse demasiado a lo que ama.

Bella, hace un tiempo, me preguntó en secreto por esas marcas. Le conté que su papi era fuerte, que había librado muchas batallas y que todas las había ganado. Eso le bastó a ella.

Pero Leo es distinto. Mi hijo no es de hacer muchas preguntas, pero cuando las hace, es directo.

Eso lo sacó de su tío Bastian.

Hoy, esa curiosidad le brilla en los ojos.

—Papá… —balbucea, tocándose su pancita plana y luego señalando con su dedito los lugares donde Brando tiene sus cicatrices—, ¿por qué tú tienes rayas y yo no?

Brando parpadea, sorprendido, y apenas reacciona cuando Leo posa sus deditos sobre la vieja cicatriz de bala en su pierna. Nuestro hijo lo mira con una seriedad inesperada, como si la respuesta que pudiera darle su padre tuviera el poder de cambiarlo todo.

—¿Las rayas te hicieron fuerte? —pregunta al fin, con sus ojitos llenos de curiosidad—. Yo quiero rayas como tú.

Brando respira hondo, suelta una pequeña risa que suena más a un suspiro y toma a Leo en brazos. Luego se sienta con él en el filo de la piscina, colocándolo sobre sus piernas.

Leo lo observa atentamente.

Brando parece pensarlo un instante antes de responder. Luego sonríe, esa sonrisa leve que solo le sale cuando habla con él.

—No son rayas, piccoletto… —dice en voz baja, acariciándole el cabello—. Son marcas. Cada una me recuerda que fui fuerte… y que siempre me esforcé por proteger lo que amo.

Leo frunce el ceño, mirando de nuevo las cicatrices en el hombro de su padre. Luego levanta su mano y toca con curiosidad la que Brando tiene en el cuello.

La recuerdo bien… vi cuando Pietro se la hizo…

—¿Y yo también voy a tener marcas? —pregunta, curioso.

Brando suelta una pequeña risa y niega, palmeándole la pancita con cariño.

—No si yo puedo evitarlo —responde con firmeza, pero sin perder la dulzura—. Yo me encargo de eso. Tú solo tienes que crecer, jugar y aprender a nadar mejor que todos, ¿entendido?

Leo asiente con seriedad, como si acabara de recibir una misión muy importante.

Brando lo mira con orgullo, sus ojos están llenos de algo que no dice con mucha frecuencia, pero que sé que siente.

Sé que Brando creció siendo un niño al que le rompieron el corazón más de una vez. Vio cosas que ningún pequeño debería ver y aprendió demasiado pronto a defenderse en un mundo cruel.

Aun así, cada día lucha por dejar atrás ese pasado. Leo no crecerá como él… no conocerá un padre frío ni distante, y mucho menos uno violento. Brando lo llena de abrazos y besos todos los días, y aunque todavía le cuesta poner en palabras lo que siente, sé que está aprendiendo.

No tuve una infancia repleta de afecto paternal, y no sé cómo se supone que debe ser un padre atento y amoroso. Pero con Brando estoy entendiendo que no necesitamos un manual: cada día vamos aprendiendo a ser padres y compañeros al mismo tiempo.

Y eso no lo cambiaría por nada en el mundo.

∗⋅✧⋅∗ ──── ∗⋅✧⋅∗ ──── ∗⋅✧⋅

Bato la crema para los cupcakes de chocolate que Taylor y yo acabamos de preparar juntas.

Las tardes familiares en casa de mi hermano se han vuelto mi momento favorito de la semana.

—Cuñadita, ¿te quedan sprinkles? —pregunto, sin apartar la vista del tazón.

Pero entonces, Taylor se gira hacia mí de forma repentina, y observo que tiene una sonrisa bastante entusiasta.

—Alice… no puedo esperar a que llegue tu mamá para contártelo —dice, con los ojos brillando de emoción.

La observo, intrigada.

Ha estado extrañamente callada todo el día, y entre la preparación del postre y lo distraída que he estado últimamente, apenas hemos cruzado un par de palabras.

—¿Qué sucede? —pregunto con los ojos entornados.

—Alice… ¡estoy embarazada! Tengo ocho semanas ya —responde al fin, radiante, como si ni ella misma pudiera creerlo.

Me quedo quieta, con la espátula suspendida en el aire.

¿Ocho semanas?

Una pequeña risa de desconcierto se me escapa.

Qué curioso. Yo también tengo alrededor de ocho semanas de embarazo.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.