—ALICE—
El tiempo pasa volando…
Brando tiene las manos apoyadas con cuidado en mis caderas, como si temiera apretarme demasiado, y va dejando besos suaves sobre mi vientre, uno tras otro, con una calma que me enternece.
—¿Estás pateando porque reconoces a papá? —murmura con voz grave, acercando el oído para percibir algún movimiento de nuestro bebé—. ¿O es que te gusta hacerte el interesante, eh?
Suelta una carcajada grave que resuena en toda la sala.
Sonrío, acariciando su cabello con los dedos. Me encanta verlo así, tan feliz y pleno.
—¿Y si está pateando porque quiere pastel de chocolate? —sugiero en tono juguetón.
Brando levanta la vista y sonríe, de esa forma que solo yo conozco.
—Ese niño va a salir igual de goloso que tú —dice, y vuelve a besar mi vientre—. ¿Y sabes qué? Me encanta.
Brando apoya la barbilla sobre la curva de mi vientre y sonríe con ternura. Sus ojos siguen siendo tan intensos como el primer día que lo vi, pero ahora tienen un brillo distinto, uno que solo apareció desde que aceptó que su corazón tenía la capacidad de amar, a pesar de su pasado.
—Creo que voy a ir por una torta húmeda de chocolate para la cena, ¿qué opinas? —dice con una sonrisa traviesa, como si supiera que no puedo resistirme.
Asiento sin pensarlo, y noto cómo sus ojos recorren la sala con atención, mientras su ceño se frunce apenas.
—Por cierto… ¿dónde están mis diavoletti? Esta casa está sospechosamente tranquila, ¿no crees?
Miro a mi alrededor y suelto un suspiro profundo. Por más que intento evitarlo, ese pensamiento vuelve a colarse en mi mente… el mismo que me inquieta desde hace días.
—Hoy volví a hablar con Leo sobre ese tema… —murmuro, mientras mis dedos acarician lentamente su barba espesa—. Se quedó en silencio cuando le pregunté si estaba emocionado por conocer a su hermanito.
Me encojo de un hombro, afligida.
—Creo que la idea ya no le entusiasma como antes…
Brando no se mueve. Solo me mira con el ceño ligeramente fruncido, como intentando descifrar lo que no digo en voz alta.
—¿Pero no estaba feliz cuando le contamos que sería un niño? —pregunta.
Y sí, lo estaba… al menos eso parecía.
Bella se enojó como por una semana porque quería una hermanita, pero al final lo aceptó y siguió con su vida, como siempre.
—Sí, pero estos últimos días ha estado… raro. Silencioso, algo más irritable. No quiere hablar mucho conmigo, diría que incluso me evita.
—Quizás está un poco confundido, no es fácil ver cuánto has cambiado en tan poco tiempo —dice Brando con una sonrisa ladeada que solo lo hace lucir más atractivo de lo que es de por sí—. ¿Te acuerdas cuando soltó aquello sobre que dejaras de comer tanto pastel porque te estabas poniendo como una pelota?
Su tono es socarrón, pero sus ojos brillan con cariño mientras baja la mirada hacia mi vientre.
Ruedo los ojos, sin poder evitar sonreír también.
—Sí, lo sé, lo sé, pero conozco a Leo —suelto con una mueca—. Creo que está celoso. Y no me sorprende... es tu hijo, después de todo.
—¿Celoso? —repite, arqueando una ceja con escepticismo—. ¿De su hermano? Nah... no lo veo.
Niega con la cabeza, como si la idea le pareciera descabellada, pero su sonrisa se va borrando poco a poco, como si algo en mi voz lo hiciera reconsiderarlo.
—¿Tú crees que sea eso? —pregunta, mirándome con atención.
Suelto un suspiro, algo cansada.
—Es lo que siento… lo que me dice mi instinto.
Brando asiente con seriedad.
—Está bien. Cuando regrese, hablaré con él —dice sin titubeos—. Si de verdad está confundido, no pienso quedarme de brazos cruzados. Nadie en esta casa va a sentirse desplazado, mucho menos mi hijo.
Brando deja escapar un suspiro y se levanta despacio, soltando una queja baja que me hace sonreír sin querer.
Me besa la frente, luego los labios, y sus dedos vuelven a recorrer mi vientre con ternura.
—Ya no te preocupes, Cielo, yo me encargo.
—Hazlo con calma —le digo—. No necesita que lo regañes, solo escúchalo.
Brando asiente apenas, y no necesito que diga más.
Sé que se encargará.
Confío en él por completo.
∗⋅✧⋅∗ ──── ∗⋅✧⋅∗ ──── ∗⋅✧⋅∗
—BRANDO—
Observo el mostrador de vidrio con una sonrisa ladeada al encontrar mi objetivo.
Elijo la torta húmeda de chocolate oscuro más grande, con galletas Oreo decorando la parte superior.
A Bella le fascinan.
Hay algo en su carita cuando da el primer bocado…
Algo tan puro, tan feliz, que sería capaz de arrodillarme y jurarle el mundo entero si me lo pidiera.
Pago con mi tarjeta y salgo del local con la pintoresca caja en mis manos.
El aire afuera está quieto… demasiado.
Un escalofrío me recorre la espalda y los pelos de la nuca se me erizan al instante.
Mi instinto se activa como un disparo.
Miro a ambos lados de la calle sin mover la cabeza, solo los ojos.
Algo no encaja.
Todo parece normal, pero no lo está.
Lo siento en el pecho…
Acelero mis pasos hacia la camioneta. Giuseppe sigue al volante, pero cuando me ve, baja de inmediato.
Su rostro está tenso, como si hubiera visto un fantasma.
Hace mucho que no le veo esa cara… y nunca es buena señal.
—¿Qué pasa? —pregunto, con la voz más firme de lo que realmente siento.
Tarda en responder, y ese silencio solo hace que se enciendan todas mis alarmas.
—Llamaron de casa, jefe… Leo no está, y no aparece en ninguna de las cámaras de vigilancia.