Los Zapatos De Cassandra

1. La Humillación Por Gravedad

Cerré la puerta tras de mi, abrumada completamente y convencida de lo mucho que el mundo podía llegar a odiar a un sólo ser, los paparazzi y sus estúpidas cámaras me seguían desde hacía una semana atrás, yo ni si quiera era alguien importante. Pero ahora todos querían saber de mi, “¿Cuál es tu nombre completo?, Cuéntanos de ti, ¿algún novio?, ¿Cómo es tu familia?” ¿Tenían que ser así de chismosos?

Rebeca estaba sentada en el sofá de la sala; llevaba el cabello en un moño desarreglado, unos lentes de sol con reflejo, sus labios estaban pintados de un rojo fuerte, su falda parecía encogerse más a cada segundo y sus tacones de aguja le darían vértigo a cualquiera. Ahí estaba mi mejor amiga.

—Aleluya—. Mi hermano, Sam, se levantó del sofá con cara de alivio

—¡Sammy!—. Rebeca se colgó de su hombro; oh, ya entendí

—Rebeca, déjalo— Rodé los ojos, la tome por el antebrazo mientras la empujaba hasta donde era mi habitación—. Hay que hablar.

Empuje a Rebeca dentro de la habitación y cerré la puerta con fuerza. Muy molesta.

—¿Qué te pasa?—. Rebeca chillo, ofendida

—¡Me metiste hasta el cuello de problemas, la correa no podía estar más apretada!

—Sólo serán unos meses, Cass, ¡es una gran oportunidad!

—¡Pero no la necesitaba, no necesito ningún tipo de oportunidad!

—¡Te vas a graduar de abogada! ¡¿Qué gran oportunidad te dará eso en la vida?!

—¡Te odio!

—¡Pues yo mas!

Me paso por un lado y salió, dando un portazo antes que todo. No pasaron ni veinte minutos cuando le llame llorando y pidiendo que me perdonará, pues no lo decía en serio, ella también lloraba.

—Vuelve a la casa, hablemos

—Ven tu acá, papá se está reuniendo con los concursantes. Lo sabrías si hubieras leído mis mensajes.

Es cierto, Rebeca tenía buenas intenciones, sólo intentaba ayudarme.

—Voy para allá—. Colgué y busque en la cama mi bolso.

Le pediría su motocicleta a Sam para poder llegar rápido, o para conducir a más del límite de velocidad y así me arrestaran para tener una excusa y no participar en el programa.

(...)

La casa de Rebeca era gigante, a veces me sentía horrible al estar ahí.

—Señorita Cassandra—. Me saludo el mayordomo

—Hola, Frederick, ¿cómo está la familia?

—Mi esposa se alegró por usted cuando salió su nombre sorteado en la televisión, los niños apuestan a que usted ganará

—¿Aiden ya dejo su adicción por las gomitas?

—Lo está intentando

—Bueno, tiene diez años, yo a su edad estaba obsesionada con los chocolates.

Me reí un poco, luego me despedí de Frederick y seguí mi camino hasta el comedor de los Reed.

—¡Cass!— Los gemelos, hermanos menores de Rebeca, llegaron corriendo para abrazarme—. Te extrañamos

—Y yo ustedes, ¿cómo te va en la escuela Alexander?

—¡Tiene novia nueva!—. Grito Maximiliano

—¡Chismoso!—. Lo empujó Alexander

—Se llama Tatiana—. Siguió Maximiliano

—¿Y tu para cuando?—. Le pregunté, burlandome.

Máx y Alex eran muy diferentes, tenían quince años y asistían a la secundaria más cara de toda la ciudad. Máx era bastante tranquilo, usaba lentes que estoy segura de que no necesitaba, leía toda la tarde libre, comía dulces en exceso y se la pasaba metido en la biblioteca de la casa. Pero Alex era desastroso, no necesitaba lentes, tenía más seguidores en Facebook de los que yo podría soñar, cambiaba de novia cada semana, no hacía tareas y se copiaba de Máx en los exámenes. Ellos no eran esas dos gotas de agua de las que todos hablaban.

—Cassandra—. El señor Reed venía hacia mi, sonriendo

—Hola, Sebastián, ¿cómo van las cosas?

—Bastante bien, ahora que estas aquí, claro. Vamos al despacho, el resto de participantes están ahí.

Me despedí de los gemelos, que seguían peleando, que lindos niños.

(...)

Había nueve jóvenes en el despacho, el resto, era gente por encima de los cuarenta y Rebeca. Sentado en la que era la silla de Sebastián Reed estaba... Dominic Donovan, mi exnovio.

—Aleluya, ya pensábamos que había muerto—. Comentó un viejo rabo verde que no dejaba de ver las piernas de una de las concursantes

—Cassandra, es un gusto para mi que estés aquí— Dominic se levantó de la silla, camino hacia mi y me abrazo en forma de saludo—. Debo decir, que es un gusto para todos, que estés aquí.

Rebeca rodó los ojos ante la actitud de Dominic.

—¡Bueno!— La tensión, la corto Sebastián—. Ya que todos estamos aquí podemos dar comienzo a las presentaciones incómodas y a los tratos que nos pongan la soga al cuello.




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