Los Zapatos De Cassandra

4. Una Azotea No Tan Secreta

A veces me molesta cuando la gente es muy ruidosa, yo lo soy también, pero conozco los límites humanos de todos.

Nunca me había preguntado que tipo de música les gustaba a Regina y a Marina. El piso de abajo era el de Marina, y el Heavy metal sonaba tan fuerte que mis paredes retumbaban. El piso de arriba era Regina, que tenía a todo volumen a Mozart y estúpida sinfonía del no-se-que. Es como si intentarán ahogarme, ¡eran las tres de la madrugada y nadie les decía nada!

Molesta, me levanté de mi preciosa y cómoda cama, aún en pijama y sin importarme mucho entre al elevador y pulse el botón de Marina primero.

Salí rápidamente, el ruido aquí era peor, no me sorprendí al ver a Tyler frente a la puerta. Se veía muy gracioso. Sus pantalones de pijama tenían los dibujos de gatos con trajes de astronautas, su camiseta tenía un emblema griego y rezaba «Los Dioses No Mueren. Los Mortales Si»

—Aleluya— Dijo al verme—. Pensé que era el único que deseaba callarla, llevo aquí media hora, pero parece que no escucha.

Prácticamente me estaba gritando al oído. Me acerqué a la puerta y comencé a patearla, si, como leen, comencé a patear la puerta con toda mi fuerza. Sólo me detuve cuando Marina abrió la puerta.

—¡¿Qué te pasa psicópata?!—. Grito por encima de la música

—¡No eres la única en el edificio, baja tu maldita música del demonio! ¡Parece que tienes a la niña del exorcista ahí dentro!

Marina parecía molesta.

—¡No voy a apagar nada, lárgate!

Okay, mi paz interior se fue a la mierda. Impedi que cerrará la puerta, al contrario, la empuje fuerte para abrirla.

—¡Cass, tranquila!—. Tyler se escandalizó cuando arranqué el estéreo de Marina.

Me lleve bajo el brazo el estúpido estéreo.

—Ni una palabra—. Les ordene a ambos, bueno, cuando no dormía me ponía de malas.

Entre al elevador, escuchando la estúpida música del estúpido Mozart.

Presione el botón del piso de Regina. Salí, y toque varias veces la puerta hasta que la rubia salió.

—¿Qué quieres Cassandra?

—Quiero que apagues tu música, si me haces favor.

Me miro como si fuera estúpida, pasando su mano por entre su cabello, sonrió.

—Yo no tengo la música, es el imbécil de Charles, ve a reclamarle a él, princesita.

Anda, me cerró la puerta en la cara. Si yo era mal humorada sin dormir ella era peor.

Dentro del elevador, presione el último botón, aquel que me llevaba hasta el piso de Charles.

Debía tener la música al mil para que se escuchará hasta dos pisos por debajo.

El pasillo que me llevaba a la puerta de Charles me desconcerto, había una escalera junto a la ventana del pasillo, pero no le di importancia, la puerta estaba abierta de par en par. Me asomé ligeramente, pero no había nadie, ni ningún estero o reproductor de música. Busque por mucho a Charles, pero no se encontraba en su apartamento.

Salí del lugar, algo molesta. Cuando me detuve junto a la escalera... ¿Qué hacía en medio del pasillo?

Por instinto mire hacia arriba, y me sorprendí, había una especie de trampilla abierta, la luz de luna se vertia por ella... ¿En verdad no me había fijado mucho en ella?

Contra todo pronóstico deje el deshecho aparato de Marina en el suelo, luego trepe por la escalera, esperando llegar al techo o algo así.

Por tercera vez en la noche me sorprendí... ¿Tercera o cuarta? Creo que deje de darles importancia.

Era una azotea preciosa. Tenía hermosas plantas y brillantes flores fragantes, había un sillón con almohadones mullidos de color violeta y rojo, una mesa de cristal con cuatro sillas al rededor estaba cerca del sofá, incluso había un columpio que pendía de un árbol, un montón de bombillos colgaban por encima de todo eso. Fue cuando me fijé, sobre la mesa de cristal, descansaba una gran bocina plateada que conectaba con una tableta negra. Estúpido Mozart.

Charles estaba recargado de frente contra la barandilla de la azotea, sus antebrazos cargaban con todo su peso. El cabello le volaba hacia atrás, se veía muy descansado... ¡Las tres de la madrugada y el con esa maldita música!

Caminé hasta la bocina y la apagué, Charles ni se dignó en voltear.

—¿Por qué tenías a Mozart hasta tope?

Eso sí lo hizo voltear, su cuello casi se disloco, me lanzó una mirada llena de decepción.

—¿Quién diablos confunde a Mozart con Chopin? ¡Es Chopin número seis, mujer!

Ups! Pero nunca fui fan de la música clásica, que diera gracias al cielo a que sabía quienes eran Mozart y Beethoven.

—Nena, seguro y no tienes sentido musical.

Bajo su mirada hasta mi camiseta del último concierto de Shawn Méndez.

—Perdona, pero no vengo de una familia aristocrática como tú.

Se rió, negando con la cabeza.




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